(PUBLICADO EL 12 DE OCTUBRE DE 2009)
Yo tengo una deuda de gratitud con la Guardia Civil. Una de esas deudas que nunca se pueden pagar por completo.
En septiembre de 1999, un conductor negligente embistió el auto de mis padres. El tráfico estaba parado por una inundación en la Autovía de Aragón, dirección Zaragoza, a la altura de La Almunia. Ese conductor trajo la desgracia a mi familia a más de 100 kmts. por hora.
Alcanzó al Alfa de mis padres, el último auto del atasco. Mi madre murió casi en el acto. Mi padre, inmovilizado en su asiento, atado por el cinturón de seguridad, con diversas hemorragias, lesiones internas y varias costillas rotas, estaba consciente y veía cómo se apagaba la vida de mi madre. Él murió un año después; en septiembre de 2000.
Uno de los recuerdos más vivos de aquél día que permanecen en mi memoria es el tiempo que pasé llamando a todos los hospitales de Zaragoza y otras poblaciones cercanas. Mi hermano y yo estábamos en el Hospital Clínico, esperando noticias sobre el estado de nuestro padre. Era un hombre de complexión fuerte, pero tenía 72 años. De modo que cualquiera de sus graves heridas podía acabar con él en las horas siguientes.
Nadie, en ningún otro hospital, pudo darme noticias sobre nuestra madre. Confieso que después de comunicar con los hospitales más grandes, sin ningún resultado, el peor presentimiento que tuve desde el principio se materializaba. Desde que supe que mi padre estaba ingresado en el Hospital Clínico, pero nadie de ese centro sabía nada de mi madre, sentía esa sensación en mi estómago, como un nudo que hace daño. Un aviso de que lo peor estaba por llegar.
Completamente seguro de la noticia que iba a recibir, llamé a la Central de la Guardia Civil de Tráfico. El guardia que me atendió me preguntó en dos o tres ocasiones si yo era familiar de la mujer por la que estaba preguntando. Con un tono muy sereno y cuidadoso, me dijo:
"Es mi deber comunicarle que su madre no superó el accidente. Ella falleció instantáneamente, tras la colisión. Su cuerpo se halla en el depósito de La Almunia"
Nunca, hasta entonces, mi fe había sido puesta a prueba con tanta dureza. "Mamá murió en el accidente", le dije a mi hermano. El guardia que me atendía me dijo "Si usted quiere viajar hasta La Almunia, nosotros pondremos un coche a su disposición. No es recomendable que vaya usted conduciendo hasta allí en estas circunstancias..."
No había pasado ni media hora cuando el agente que me atendió por teléfono nos visitaba en el Clínico. No tenía obligación de hacerlo, pero ahí estaba, con otro agente más, para interesarse por nuestra situación. Ellos fueron quienes atendieron el accidente de mis padres horas antes.
Permanecieron casi una hora acompañándonos en el hospital, mostrando un respeto que solo da la experiencia de quienes han visto muchas desgracias. Y al despedirse, me recordaron que se ofrecían a acercarme hasta La Almunia para que yo no tuviera que conducir.
Este es mi homenaje a la Guardia Civil: Compartir con todos los visitantes de este sitio que aquellos agentes no se limitaron a cumplir con su deber. Que estuvieron a mi lado en uno de los momentos más amargos de mi vida. Que lo hicieron por afán de servicio, por compasión, por caridad.
Este tipo de deudas nunca se pueden pagar por completo.
Yo estoy en deuda con la Guardia Civil.
En septiembre de 1999, un conductor negligente embistió el auto de mis padres. El tráfico estaba parado por una inundación en la Autovía de Aragón, dirección Zaragoza, a la altura de La Almunia. Ese conductor trajo la desgracia a mi familia a más de 100 kmts. por hora.
Alcanzó al Alfa de mis padres, el último auto del atasco. Mi madre murió casi en el acto. Mi padre, inmovilizado en su asiento, atado por el cinturón de seguridad, con diversas hemorragias, lesiones internas y varias costillas rotas, estaba consciente y veía cómo se apagaba la vida de mi madre. Él murió un año después; en septiembre de 2000.
Uno de los recuerdos más vivos de aquél día que permanecen en mi memoria es el tiempo que pasé llamando a todos los hospitales de Zaragoza y otras poblaciones cercanas. Mi hermano y yo estábamos en el Hospital Clínico, esperando noticias sobre el estado de nuestro padre. Era un hombre de complexión fuerte, pero tenía 72 años. De modo que cualquiera de sus graves heridas podía acabar con él en las horas siguientes.
Nadie, en ningún otro hospital, pudo darme noticias sobre nuestra madre. Confieso que después de comunicar con los hospitales más grandes, sin ningún resultado, el peor presentimiento que tuve desde el principio se materializaba. Desde que supe que mi padre estaba ingresado en el Hospital Clínico, pero nadie de ese centro sabía nada de mi madre, sentía esa sensación en mi estómago, como un nudo que hace daño. Un aviso de que lo peor estaba por llegar.
Completamente seguro de la noticia que iba a recibir, llamé a la Central de la Guardia Civil de Tráfico. El guardia que me atendió me preguntó en dos o tres ocasiones si yo era familiar de la mujer por la que estaba preguntando. Con un tono muy sereno y cuidadoso, me dijo:
"Es mi deber comunicarle que su madre no superó el accidente. Ella falleció instantáneamente, tras la colisión. Su cuerpo se halla en el depósito de La Almunia"
Nunca, hasta entonces, mi fe había sido puesta a prueba con tanta dureza. "Mamá murió en el accidente", le dije a mi hermano. El guardia que me atendía me dijo "Si usted quiere viajar hasta La Almunia, nosotros pondremos un coche a su disposición. No es recomendable que vaya usted conduciendo hasta allí en estas circunstancias..."
No había pasado ni media hora cuando el agente que me atendió por teléfono nos visitaba en el Clínico. No tenía obligación de hacerlo, pero ahí estaba, con otro agente más, para interesarse por nuestra situación. Ellos fueron quienes atendieron el accidente de mis padres horas antes.
Permanecieron casi una hora acompañándonos en el hospital, mostrando un respeto que solo da la experiencia de quienes han visto muchas desgracias. Y al despedirse, me recordaron que se ofrecían a acercarme hasta La Almunia para que yo no tuviera que conducir.
Este es mi homenaje a la Guardia Civil: Compartir con todos los visitantes de este sitio que aquellos agentes no se limitaron a cumplir con su deber. Que estuvieron a mi lado en uno de los momentos más amargos de mi vida. Que lo hicieron por afán de servicio, por compasión, por caridad.
Este tipo de deudas nunca se pueden pagar por completo.
Yo estoy en deuda con la Guardia Civil.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLo siento mucho Mike. Nunca será reconocida la labor de esta gente, suelen ser los primeros que llegan encontrándose la escena sin ambajes y no se conforman con cumplir con su deber a pesar del jefe que tienen.
ResponderEliminarUn abrazo
Es lo que les hace más admirables. Más aún cuando uno conoce las condiciones en las que muchos de ellos trabajan.
ResponderEliminarSaludos!