Puede escuchar el texto al final del artículo
Para quien haya vivido en Cataluña el
tiempo suficiente como para haber conocido de primera mano lo que aquella
tierra fue y ya no es, como es mi caso, lo que se vive allá desde durante esta
última década solo puede ser calificado como tragedia.
Una tragedia no provocada por
imponderables, sino una tragedia prevista, anunciada, y no por ello menos
traumática para una sociedad que hoy se ve fracturada -ya casi sin remedio- hasta el punto de ver amistades y familias rotas
por un odio que ha ido fraguando durante largos años desde las escuelas
adoctrinadoras, la política corrupta y los medios de comunicación
subvencionados por ella, hasta alcanzar unas cotas de paranoia como no se veían
desde el franquismo de postguerra y los anteriores años de enfrentamiento civil
entre españoles
Durante
los últimos años he observado en los noticiarios el comportamiento de las masas
independentistas en sus manifestaciones y revueltas. Masas a las que no se
puede disculpar, de ningún modo, con el manido argumento de que los políticos y
las oligarquías catalanas les han ido manipulando paulatinamente hasta
convertirlas en lo que ahora son. Disculpar en absoluto, porque en los tiempos
que corren, cualquiera puede recibir información manipulada, del mismo modo que
cualquiera puede buscar opciones y tiene posibilidades de contrastar las
noticias. Y el pueblo catalán no es distinto a otro pueblo en eso, ni en ninguna
otra cosa, por mucho que algún tarado moral y parásito de lo público se empeñe
en asegurar que existe una raza superior catalana y que el resto de españoles
provienen de moros y judíos.
El
pueblo catalán es tan manipulable como cualquier otro pueblo que no quiera
estar informado. Y este problema es extensivo a cualquier país. Recuerdo bien
cómo durante los disturbios siguientes a las votaciones del referéndum
fraudulento por la independencia, un norteamericano que había vivido dos años
en Cataluña y cercanías, progre izquierdista a tenor de lo que suele publicar
en su muro de Facebook, se hizo eco de las noticias manipuladas que aparecían
en no pocos medios denunciando cargas policiales y centenares de heridos,
mártires catalanes a manos de la policía española represora, y que alcanzaron
repercusión mundial en cuestión de pocas horas. Los comentarios de este
indocumentado en su muro bien podría haberlos hecho cualquier indepe de bandera
estelada y cerebro en el trasero. Al día siguiente esas mismas noticias
alarmistas y victimistas, junto con sus imágenes manipuladas, fueron
desmentidas una por una, demostrando que esas imágenes habían sido alteradas -alguna de ellas ni siquiera pertenecía a
disturbios sucedidos en España- y que
los supuestos 900 heridos por las “fuerzas de ocupación española” eran, en
realidad, una señora que se había herido en un percance y después había querido
culpar a la policía , para lo que encontró el inmediato apoyo de cientos de
independentistas que dieron alas a su historia en las redes sociales.
Durante
los días siguientes fui incapaz de encontrar una sola referencia, noticia,
escrito o publicación en esas mismas redes sociales de independentistas
pidiendo disculpas y reconociendo la gran mentira de las noticias de
“represión” que habían recorrido el mundo impulsadas por ellos. Del mismo modo,
este norteamericano izquierdista, pecó de la misma estupidez y maldad que sus
admirados indepes. No publicó un solo comentario reconociendo que se había
equivocado por colaborar en tan enorme trama de mentiras.
Hay
que reconocer que el independentismo, hasta no hace mucho disfrazado de
nacionalismo pujolista que era admirado e imitado en no pocas partes de España,
ha ido ejecutando su obra con precisión milimétrica y frialdad casi nazi.
Podríamos hacer muchas comparaciones entre las estrategias catalanistas de
lavado de cerebro y las que Hitler y su camarilla de criminales copiaron a los
comunistas soviéticos para aplicarlas en Alemania a partir de 1933. En ocasiones,
cuando me ha surgido alguna conversación sobre este asunto y estaba presente
algún independentista, no he podido evitar pensar en aquella cita atribuida a
Mark Twain que reza algo parecido a que es más fácil engañar a alguien que
convencerle de que ha sido engañado.
En
realidad, no es lo más grave que las nuevas generaciones de catalanes ignoren
su propia historia. De hecho, creo que su historia les tiene sin cuidado y por
ese motivo prefieren creer lo que les han contado en las escuelas. No van a
invertir un solo minuto en contrastar ni investigar lo que realmente fue
Cataluña como parte de la historia de España y de la Corona de Aragón. Ellos
han admitido de buen grado un pasado inventado desde las instituciones
independentistas. Un pasado falseado desde lo malicioso hasta lo ridículo, con
no pocos toques de ciencia ficción, en el que personajes y hechos han sido
deliberadamente alterados unos, eliminados otros, e inventados otros en buen
número en una amalgama de mentiras que no resiste ni un análisis histórico
superficial.
En
semejante caldo de cultivo se han criado y “educado” las nuevas generaciones
catalanas desde final de los 70, cuando aún Cataluña no había obtenido las
competencias en educación pero las editoriales barcelonesas ya modificaban los
libros de historia de la EGB para ir alterando la asignatura de historia que
comenzarían a recibir lo que por entonces tenían 12 ó 13 años. Y son estas
generaciones, de los que hoy tiene 50 ó 55 años y los más jóvenes, los que
fueron viviendo desde entonces ese clima de escisión y xenofobia que germinaba
y crecía en las escuelas y en televisión bajo la mirada complaciente de la
derecha nacionalista de Jordi Pujol y la
izquierda independentista que acogía de buen grado a los pequeños grupos de
agitación y terrorismo que iban apareciendo entonces.
¿Era
el independentismo un fin en aquellos tiempos? Mi opinión es que entonces, el
independentismo era la bandera que arropaba a la corrupción generalizada en
Cataluña. El clan Pujol y su enorme corte de advenedizos delincuentes robaban
dinero público y conseguían comisiones a manos llenas, mientras tachaban de
anticatalanes a quienes osaban criticarles en lo más mínimo. Era exactamente lo
mismo que ha sucedido en la historia de ciertas repúblicas bananeras en las que
un dictador acumulaba una enorme fortuna mientras distrae a la población
creando un enemigo interior al que culpar de todos los males. Con propaganda y
medios suficientes, el clan dominante distraía a todo un pueblo ignorante
mientras “la familia Pujol” adquiría propiedades en un sinfín de países de las
Américas, acumulaba fondos en la complaciente y corrupta Andorra, y corrompía
todavía más a los ya sucios políticos e instancias del poder central que
miraban para otro lado mientras ahuecaban sus bolsillos esperando la siguiente
mordida.
Y
mientras las élites, oligarquías e iglesia católica catalana sacaban tajada, la
carne de cañón, es decir, la creciente porción del pueblo catalán que prefería
acunarse en brazos de una utópica independencia antes que ocuparse en seguir
construyendo la prosperidad de su región, veía con agrado cómo el
independentismo, alentado por un Jordi Pujol que en su infancia había recibido educación
pronazi que, cuando adulto, le llevó a escribir repulsivos textos sobre la
superioridad del hombre catalán y la degeneración del destruido hombre andaluz,
aceleraba un poco más el paso y aplicaba normativas que arrinconaban y trataban
de anular la españolidad de los catalanes en favor de un sentimiento de
aversión a España que no tardaría en calar en las generaciones entonces más
jóvenes que hoy conforman la población de mediana edad. En apoyo de ese “plan
Pujol”, el derechista de pasado nazi tan admirado por los demócratas catalanes,
se alineó la iglesia de Roma. Los monjes de ese nido de degeneraciones que es
el monasterio de Monserrat aireaban su independentismo con la misma fijación
que los militantes de la Esquerra Republicana. No dejaba de ser curioso cómo,
una vez más en la historia de España, la iglesia papista apoyaba, alentaba y
hasta patrocinaba a los enemigos de nuestra nación exactamente del mismo modo
que lo hacía con los terroristas independentistas en las Vascongadas, ante la
indiferencia de la jefatura vaticana que, para no variar, miraba para otro lado
con la misma habilidad que el gobierno central de Madrid y el principal
amiguete de Pujol, el rey Juan Carlos.
Habían
pasado los años 90. Durante esa década no era extraño que proliferaran actos
antiespañoles en centros de enseñanza, desde la infancia hasta la universidad.
Y la población catalana que se consideraba española había seguido indiferente
ante el pujolismo y la gran corrupción que a inicios del año 2000 ya etiquetaba
a Cataluña como una de las regiones europeas más corruptas en lo económico,
tras los continuados escándalos económicos que durante la década recién finalizada,
habían terminado con algunos sonados nombre de la industria y la banca en la cárcel,
entre los que figuraban ciertos viejos amigos del rey Juan Carlos. En ese año
2000, el aleccionamiento en las escuelas respecto a la “historia de Cataluña”
llevaba funcionando 20 años, en los que muchas promociones de estudiantes ya
habían terminado la primaria y la secundaria embebidos en una cultura catalana
tan falsa como excluyente. Hoy, hace 19 años, ya se daban casos en los que
algún niño venido de otros lugares de España encontraba dificultades para
recibir educación en Español. Y como suele suceder en los sistemas educativos
paridos por dictaduras ideológicas, el sistema educativo catalán hasta fin de
la educación secundaria estaba en clara desventaja de resultados respecto a los
de otras comunidades autónomas en las que no existía ningún nacionalismo que se
preocupase antes por crear una multitud de ignorantes obedientes que por formar
individuos que pudieran contribuir a la prosperidad de la sociedad.
Hoy
bien podríamos decir que buena parte de la sociedad catalana, en este año 19
del siglo XXI, se ha dejado llevar hacia un proceso de zombificación
intelectual y moral del que ya no se librará jamás. El independentismo lo ha
conseguido. Ha creado una masa perfecta para sus intereses. Una masa que clama
por la democracia y el derecho a la independencia con un convencimiento sólo
equivalente a la indiferencia con la que han observado durante las pasadas
décadas cómo tantos catalanes no independentistas han sido apartados,
ignorados, y hasta agredidos en sus derechos y en su integridad física. Una
masa conformada por catalanes de “pura cepa” y charnegos, más independentistas
ellos que nadie para hacerse perdonar sus antecedentes andaluces o extremeños, y
que se niegan a ver que para las élites catalanas de ocho apellidos de
raigambre ellos nunca serán más que la morralla útil como catalanes de segunda
clase. Ya lo decía en los años 70 la esposa de Jordi Pujol, implicada también
en no pocas maniobras económicas turbias, que no quería que sus hijos jugasen
en la calle con los hijos de los andaluces. Catalana también de “pura cepa” que
odia que le recuerden que tiene en su árbol genealógico varios antepasados
oriundos de Tarazona, en la provincia de Zaragoza. Añadamos a todo esto
centenares de miles de inmigrantes cuyos votos se compran con dinero público.
Catalanes de tercera por debajo de los charnegos, y que también son útiles en
las urnas.
Y
así, esa masa zombificada actúa bajo el dictado de sus corruptos y delincuentes
líderes. Una masa que sigue a indeseables que se enriquecen y aseguran sus
posición para el futuro mientras sus sirvientes se pasean por las calles con
banderas independentistas mostrando su odio hacia una España que no existe
porque no es como se la han presentado en las escuelas. Una masa a la que le
importa un soberano pimiento que la inseguridad provocada por el
independentismo haya llevado a Cataluña a la quiebra, alejándola cada año que
pasa de los puestos de cabeza que una vez ocupó en los indicadores económicos
nacionales y europeos. Masa de zombis que enarbolan banderas indepes y lazos
amarillos, impasibles ante el éxodo de miles de empresas que han abandonado
Cataluña. Un éxodo que no tiene visos de parar.
Pero
la zombificación intelectual y moral de Cataluña también ha salpicado a no
pocos catalanes partidarios de la nación española. Éstos son los cobardes y los
indiferentes. Los que con su silencio y por omisión han permitido que los
independentistas hayan tomado el control de la sociedad catalana como los
fascistas hicieron en la Italia de finales de los 1920 y la década entera de
1930. Los cobardes que miraban para otro lado cuando la ocasión requería dar un
paso adelante, y los indiferentes que pensaban que lo que sucedía entonces
nunca iría a más. Todos éstos, los indiferentes y los cobardes, son como el
rebaño de corderos que bala en la noche esperando temerosos la llegada del
depredador. El miedo les atenaza. Solo una minoría da la cara a diario. Son los
héroes que se enfrentan a tanto perturbado independentista porque alguien tiene
que hacerlo.
Cataluña
no tiene solución. Su clase política está prácticamente corrompida. La oligarquía
dueña de esos políticos no permitirá que se le prive de un solo de sus
privilegios ganados durante siglos de corrupción; y la iglesia papista, hoy más
que nunca gobernada por un líder que no ha demostrado otra cosa que su
predilección por el globalismo y la ideología de género y que defiende la
inmigración ilegal seguirá ayudando a las élites a controlar al entramado
independentista que se ha apoderado de la región como un cáncer en proceso de
metástasis.
No
es fatalismo. Considero lo que veo y así lo expreso. En Cataluña nada ha ido a
mejor en estos pasados cuarenta años. Y si queda aún algo bueno, en cuanto los
corruptos independentistas pongan sus sucias manos encima, lo aniquilarán, como
han venido haciendo desde que Pujol comenzó a gobernar. Observando los hechos,
no puedo llegar a otra conclusión.