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Quien se convierte en traidor nunca podrá estar seguro de que no será traicionado. Quien se vende jamás podrá tener la certeza de que no acabará vendido. No estoy citando un axioma, ni me las doy de filósofo. Me remito a la historia y a los resultados de los hechos.
Pero cuando el traidor o el vendido es un simple peón, la pieza más prescindible, acaba siendo un objetivo más. Es muy raro que, en el final de una partida de ajedrez, quede alguno en pié junto al rey ganador y las demás piezas que han vencido al contrario.
Creo que hay que tener los ojos y el entendimiento muy cerrados para no darse cuenta de que en occidente se está librando una guerra, y que es el propio occidente quien la está perdiendo. No se trata de una teoría de conspiración. Está a la vista de todos. Lo de menos, ahora, es justo lo que nos parecía grave hace no muchos años, como que los musulmanes puedan pedir, y en muchas ocasiones exigir, facilidades para abrir mezquitas en Europa, pero sigan prohibiendo el cristianismo en sus propios países. Eso ya es anécdota, porque la escalada de ingerencia islámica en nuestra sociedad ha llegado mucho más alto que el hecho de pedir para sí mismos derechos que no están dispuestos a conceder a los demás.
Los cuerpos de policía europeos están detectando un número cada vez mayor de grupos islámicos que, en sus mezquitas, incitan al resto de los fieles a actuar en la sociedad occidental desde dentro, para subvertir el orden establecido, atentar contra los derechos y libertades de ciertos colectivos, o incluso incitar al mal trato y al asesinato de individuos indeseables a los ojos y preceptos de los líderes musulmanes.
En Gran Bretaña se ha emitido un reportaje en el que varias mujeres, en la mezquita de Regent’s Park, Londres, piden al resto de los fieles que colaboren para matar a apóstatas de su propia religión y a homosexuales.
Este hecho, tremendamente grave, debería tener como consecuencia inmediata la actuación de la justicia por incitación al asesinato. A fecha de hoy, no he encontrado noticias sobre esto último en la prensa británica, pero tampoco he visto por ninguna parte reacciones de algún colectivo gay, lo que me hace pensar que España no debe ser el único país de Europa en el que el insulto y la agresión son ignorados, y en algunas ocasiones silenciados, cuando vienen de una misma dirección.
¿Puede existir una base real que nos lleve a creer que existe consigna general para acallar este tipo de sucesos?
Cuando menos, resulta muy llamativo el hecho de que tales manifestaciones criminales de odio no sean protestadas por quienes son los objetivos del fanatismo islámico, ni por los medios de comunicación afines en ideología u orientación.
Hagamos una comparativa fácil, con el mismo caso, pero cambiando algunos personajes: Imaginemos que, en las reuniones de algún grupo político extremista, alentara a sus acólitos a asesinar gays. Dicho grupo, que necesariamente debería ser de extrema derecha, porque a la extrema izquierda se le perdonan y olvidan las mismas atrocidades cometidas contra los gays, aparecería en las portadas, columnas, editoriales, cartas al director, aperturas de informativos, titulares, reportajes…
Desde periódicos de línea fácil como elplural.com, hasta canales de televisión como La Sexta, desde Jesús Vázquez hasta los Bardem, desde Sopena hasta Gabilondo, desde Zapatero hasta Zerolo, desde Mª Antonia Iglesias hasta el Gran Wyoming, o desde Llamazares hasta Carod, todos estarían dispuestos, y harían cola, para denunciar a tal grupo ultra derechista. No faltaría quien sacara a colación a Aznar, a Zaplana, al dictador Franco, a la guerra de Irak y a la actual crisis económica que, según descubrió recientemente Pepe Blanco, es culpa del último gobierno del Partido Popular. Por descontado, personajes como Gallardón quedarían al margen, pero la otra gran G del panorama español, la G de Garzón, entraría en escena como un elefante en una cristalería.
La campaña mediática sería atroz. No faltaría quien exigiese el procesamiento de algún alto cargo del principal partido de la oposición, para colgarle la etiqueta de supuesta afinidad política con los extremistas. Y aunque, con el tiempo, todo acabara aquietándose, volveríamos a vivirlo durante las campañas electorales de las siguientes tres o cuatro décadas.
El supuesto que acabo de describir no es una exageración. Estoy absolutamente seguro de que tal cosa sucedería, seguramente con escasas o ninguna diferencia. ¿Entonces, porque no hay movilización cuando los islamistas muestran claramente sus intenciones?
¿El colectivo gay, a la vez que sus amigos, calla porque cree estar a salvo si no se revela? ¿De verdad creen los gays de pro y pancarta, izquierdistas, centristas o derechistas, que están a salvo a cambio de su silencio? ¿Piensan que, para el Islam, son diferentes a aquellos muchachos acusados de homosexualidad y ahorcados por Ahmadineyad y sus tribunales?
Ningún occidental está a salvo ante la barbarie. Ni siquiera los que se callan. Ni quienes atacan a los que criticamos lo que sucede. Ni los que justifican los atentados del 11-S con el occidente culpable y agresor. Nadie.
Esta más que comprobado. El Islam no paga a traidores.
Documental revela el lado oculto de una mezquita británica, donde mujeres extremistas urgen a musulmanes a matar infieles.
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Pero cuando el traidor o el vendido es un simple peón, la pieza más prescindible, acaba siendo un objetivo más. Es muy raro que, en el final de una partida de ajedrez, quede alguno en pié junto al rey ganador y las demás piezas que han vencido al contrario.
Creo que hay que tener los ojos y el entendimiento muy cerrados para no darse cuenta de que en occidente se está librando una guerra, y que es el propio occidente quien la está perdiendo. No se trata de una teoría de conspiración. Está a la vista de todos. Lo de menos, ahora, es justo lo que nos parecía grave hace no muchos años, como que los musulmanes puedan pedir, y en muchas ocasiones exigir, facilidades para abrir mezquitas en Europa, pero sigan prohibiendo el cristianismo en sus propios países. Eso ya es anécdota, porque la escalada de ingerencia islámica en nuestra sociedad ha llegado mucho más alto que el hecho de pedir para sí mismos derechos que no están dispuestos a conceder a los demás.
Los cuerpos de policía europeos están detectando un número cada vez mayor de grupos islámicos que, en sus mezquitas, incitan al resto de los fieles a actuar en la sociedad occidental desde dentro, para subvertir el orden establecido, atentar contra los derechos y libertades de ciertos colectivos, o incluso incitar al mal trato y al asesinato de individuos indeseables a los ojos y preceptos de los líderes musulmanes.
En Gran Bretaña se ha emitido un reportaje en el que varias mujeres, en la mezquita de Regent’s Park, Londres, piden al resto de los fieles que colaboren para matar a apóstatas de su propia religión y a homosexuales.
Este hecho, tremendamente grave, debería tener como consecuencia inmediata la actuación de la justicia por incitación al asesinato. A fecha de hoy, no he encontrado noticias sobre esto último en la prensa británica, pero tampoco he visto por ninguna parte reacciones de algún colectivo gay, lo que me hace pensar que España no debe ser el único país de Europa en el que el insulto y la agresión son ignorados, y en algunas ocasiones silenciados, cuando vienen de una misma dirección.
¿Puede existir una base real que nos lleve a creer que existe consigna general para acallar este tipo de sucesos?
Cuando menos, resulta muy llamativo el hecho de que tales manifestaciones criminales de odio no sean protestadas por quienes son los objetivos del fanatismo islámico, ni por los medios de comunicación afines en ideología u orientación.
Hagamos una comparativa fácil, con el mismo caso, pero cambiando algunos personajes: Imaginemos que, en las reuniones de algún grupo político extremista, alentara a sus acólitos a asesinar gays. Dicho grupo, que necesariamente debería ser de extrema derecha, porque a la extrema izquierda se le perdonan y olvidan las mismas atrocidades cometidas contra los gays, aparecería en las portadas, columnas, editoriales, cartas al director, aperturas de informativos, titulares, reportajes…
Desde periódicos de línea fácil como elplural.com, hasta canales de televisión como La Sexta, desde Jesús Vázquez hasta los Bardem, desde Sopena hasta Gabilondo, desde Zapatero hasta Zerolo, desde Mª Antonia Iglesias hasta el Gran Wyoming, o desde Llamazares hasta Carod, todos estarían dispuestos, y harían cola, para denunciar a tal grupo ultra derechista. No faltaría quien sacara a colación a Aznar, a Zaplana, al dictador Franco, a la guerra de Irak y a la actual crisis económica que, según descubrió recientemente Pepe Blanco, es culpa del último gobierno del Partido Popular. Por descontado, personajes como Gallardón quedarían al margen, pero la otra gran G del panorama español, la G de Garzón, entraría en escena como un elefante en una cristalería.
La campaña mediática sería atroz. No faltaría quien exigiese el procesamiento de algún alto cargo del principal partido de la oposición, para colgarle la etiqueta de supuesta afinidad política con los extremistas. Y aunque, con el tiempo, todo acabara aquietándose, volveríamos a vivirlo durante las campañas electorales de las siguientes tres o cuatro décadas.
El supuesto que acabo de describir no es una exageración. Estoy absolutamente seguro de que tal cosa sucedería, seguramente con escasas o ninguna diferencia. ¿Entonces, porque no hay movilización cuando los islamistas muestran claramente sus intenciones?
¿El colectivo gay, a la vez que sus amigos, calla porque cree estar a salvo si no se revela? ¿De verdad creen los gays de pro y pancarta, izquierdistas, centristas o derechistas, que están a salvo a cambio de su silencio? ¿Piensan que, para el Islam, son diferentes a aquellos muchachos acusados de homosexualidad y ahorcados por Ahmadineyad y sus tribunales?
Ningún occidental está a salvo ante la barbarie. Ni siquiera los que se callan. Ni quienes atacan a los que criticamos lo que sucede. Ni los que justifican los atentados del 11-S con el occidente culpable y agresor. Nadie.
Esta más que comprobado. El Islam no paga a traidores.
Documental revela el lado oculto de una mezquita británica, donde mujeres extremistas urgen a musulmanes a matar infieles.