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Lo de Podemos, o Porremos, o Unidos Podemas, o como vaya a llamarse esta
banda dentro de un tiempo, no deja de ser interesante si nos atenemos a un
punto de vista exclusivamente periodístico y político.
El fracaso de este partido político recolector del voto cafre no parece
que haya empujado a sus líderes máximos a ver la realidad tal y como es. Ni
Pabla Iglesios ni Ireno Montera aciertan a ver que ellos mismos, su modo de
vida y lo que dijeron a sus votantes que había que hacer y cómo había que
pensar (para luego ir ellos en dirección
contraria) además de esa extraña
querencia que han demostrado consistente en incluir en sus listas por toda
España a corruptos, a condenados en firme por los más variados delitos
(incluyendo el asesinato y el abuso de menores) y su hiperactividad en crear
por todo el país una pléyade de marcas blancas que han acabado por revolverse
contra su propio partido-madrastra, han sido motivos de mucho más peso que las
políticas que Podemos, o Porremos, o Unidos Podemas, o como vaya a llamarse esta
banda dentro de un tiempo, hayan podido hacer en los últimos años.
Porque si los líderes de este partido del perroflautismo, la ignorancia
supina y la maldad estructural, habían pensado elaborar el explosivo perfecto
para hacerse saltar por los aires a sí mismos, habrá que reconocerles el mérito
de haberlo conseguido con una enorme efectividad, puesto que a todo lo
anteriormente descrito solo hacía falta sumar las delirantes, absurdas y
malintencionadas políticas seguidas por los llamados alcaldes del cambio, todos
pertenecientes a las marcas blancas auspiciadas por el llorón de Galapagar, para
transmitir una completa imagen al electorado
-incluyendo al propio y más fiel-
que mostrase precisamente a qué partido no votaría el común de la gente
que tuviese al menos dos dedos de frente para reconocer los fraudes políticos,
aunque éstos se reconozcan tarde.
Y así ha sucedido. Podemos, o Porremos, o Unidos Podemas, o como vaya a
llamarse esta banda dentro de un tiempo, ha quedado en el chasis tras las dos
pasadas jornadas electorales, cediendo casi la mitad de escaños en el Congreso
de los Diputados. Ya no ilusionan a ilusos. Ya no representan la promesa
antisistema. Ni siquiera pueden aparentar imagen de unidad en la catástrofe.
Tras los muros del nuevo vaticano de Galapagar, el papa y la papisa morados
han tomado la decisión de radicalizar aún más la imagen de su partido. Atrás
quedó el intento de aparecer ante las cámaras como un predicador cheposo y con
coleta, de talante conciliador y ecuánime, tratando así de dejar en ridículo a
sus tres rivales en los debates televisados; lo que prueba que este predicador
del odio lleva años tomando a sus votantes y al resto de españoles por
perfectos idiotas. ¿Esperaba acaso convencer con esa actitud a millones de electores
que llevan ya casi una década siendo testigos
en Youtube, en televisión y en sus mítines, cómo este mediocre venido
arriba ha estado diciendo las mayores barbaridades y las más solemnes
estupideces?
Para la cúpula podemita la solución a su crisis interna pasa por
radicalizar más aún a lo que queda del partido. Pablo Echenique, un tipo que
jamás ha aportado nada que no sea llamar fascista a cualquier persona que no
piense como él, ha sido catapultado de la primera línea del poder morado hacia
un puesto de “negociador” con el PSOE. El tiempo ha demostrado que las medidas
populistas diseñadas para impactar mediáticamente en el público podrán tener un
éxito inmediato, pero si no se refuerzan con algún contenido, dichas medidas
populistas conducen al fracaso. Echenique es el perfecto ejemplo de ello ahora.
Un mediocre demagogo y manipulador al que llevaban a todos sus mítines y a
ciertos programas de televisión para explotar su imagen de discapacitado, que
como secretario de organización ha resultado ser un cero a la izquierda porque
en lo único que ha demostrado tener algún talento ha sido en eructar
continuamente mensajes antifascistas contra todo el que se le cruzase por
delante.
Así, ante semejante fracaso del personaje, de sus supuestas ideas y del
partido en general, a Pabla Iglesios no se le ocurre otra idea que colocar a Alberto
Rodríguez como relevo de Echenique para controlar a un partido que hace aguas
por multitud de brechas y que vive en estos días una avalancha de disidencia
interna que, bastante crecida, pide las cabezas del papa y la papisa podemitas,
y que de milagro no exige la demolición de los muros de su nuevo vaticano de
Galapagar.
A priori, no parece buena idea tratar de solucionar un problema buscando
agravarlo. Es decir, que sustituir a un radical falsario y provocador por otro
que cuenta con antecedentes no precisamente tranquilizadores, no parece que
vaya a ser la fórmula que atraiga de nuevo a los descontentos del PSOE hacia
las filas moradas. Pero, por otro lado, Alberto Rodríguez, el sustituto de
Echenique, siempre ha tenido mejor prensa entre los más partidarios de
Izquierda Unida que el agitador argentino, siendo el primero más afín al
ideario de IU de lo que nunca fue el segundo. De hecho, Rodríguez proviene del
PCE, lo que garantiza, si es que en política se puede garantizar algo, un mayor
compromiso izquierdista que el que aportaba Pablo Echenique con sus orígenes
políticos iniciados en un partido como Ciudadanos, que nada tiene que ver con
la ideología que posteriormente ha venido defendiendo el argentino que ahora
presume de aragonés.
Está por ver si las medidas desesperadas adoptadas por la jefatura de
Podemos, o Porremos, o Unidos Podemas, o como vaya a llamarse esta banda dentro
de un tiempo, lograrán asentar de nuevo al partido en el sector de la izquierda
del que ha sido desalojado por los votantes. De momento, el cambio de un tipo
pretendidamente intelectual y realmente inútil para liderar la organización de
semejante secta y del que el partido ha tratado de explotar su imagen de
discapacitado con un éxito más bien efímero, por otro tipo con rastas (siempre buscando la imagen) ha tenido el
efecto deseado y ha ocupado titulares en la mayoría de los medios.
Alberto Rodríguez, como nuevo jefe de organización más identificado con
el comunismo, ha recordado en una entrevista concedida hoy que siempre fue
partidario de descentralizar el partido y adaptarlo a las particularidades de
cada territorio donde tenga implantación, y que ése es un objetivo que le gustaría
conseguir a medio plazo.
O dicho con otras palabras, Rodríguez quiere convertir a Podemos, o Porremos, o Unidos Podemas, o
como vaya a llamarse esta banda dentro de un tiempo, en una fuerza política que
diga una cosa o la contraria dependiendo de dónde la diga y ante quien la diga.
Si esto no constituye todo un ejemplo de ser un partido más del sistema, no sé
qué mejor ejemplo se puede encontrar.
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