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Hay ocasiones en la que una noticia reflejada
en un medio de comunicación posee menos importancia que los subsiguientes
comentarios de los lectores. De hecho, ya hace un tiempo que en algunas
noticias me resulta más fácil suponer las causas, las consecuencias o el
alcance de los hechos descritos cuando acudo a leer lo que expresan los
lectores, especialmente si el asunto gira en torno al independentismo catalán.
Un somero repaso a cualquier artículo centrado en la corrupción
independentista, en el aleccionamiento
en las aulas de aquella región, o la persecución de lo español, y no solo del
idioma, y que emana desde las instituciones hacia cualquier estamento y aspecto
social, nos presentará en perfecto
estado de revista el sentimiento xenófobo y el modo de razonar, si tal palabra,
“razonar” puede aplicarse en este caso, de cualquiera que se exprese a favor de
la independencia de Cataluña por encima de toda consecuencia y al margen de
cualquier pensamiento crítico.
En noviembre de 2019 algunos diarios se hicieron
eco de la iniciativa de un instituto de educación secundaria de la provincia de
Tarragona. Tal iniciativa “proponía”
-imponía, más bien- a sus alumnos
contestar a una encuesta cuyo objetivo era medir el grado general de compromiso
del alumnado con la causa independentista. La noticia en sí misma, aun estando
las cosas como están y habiendo llegado a lo que han llegado, no deja de ser
llamativa. Incluso sigue siéndolo aunque no refleje un hecho aislado. No es la
primera vez que un centro escolar catalán utiliza maniobras como estas, unas
dirigidas al aleccionamiento más descarnado, y otras como método de control
para averiguar hasta qué punto el aleccionamiento va calando entre la infancia
y la juventud. Ni esta iniciativa ha sido la primera, ni será la última.
Examinar los comentarios favorables de los
lectores independentistas en estas noticias deja bien patente un par de cosas.
Que el aleccionamiento progresivo que comenzó a principio de los 80s en el
sistema educativo catalán ha dado sus frutos, aunque es muy posible que no con
la intensidad esperada por los responsables de semejante y continuada propaganda
educativa, y que los indepes catalanes de las últimas generaciones, aun
sabiendo que pueden contrastar lo que el sistema les ha enseñado durante
décadas para averiguar si es cierto o falso, prefieren vivir en su burbuja de
victimismo y glorioso pasado pancatalanista digno de la más retorcida novela de ficción histórica. Porque, para
cualquier persona en sus cabales, resulta cuando menos apabullante leer que a
los inmigrantes se les permitió ir a Cataluña a trabajar y convivir con
catalanes y que es de desagradecidos no apoyar las aspiraciones
independentistas de una tierra que tanto ha dado a esos mismos inmigrantes y a
sus hijos. Tal es la opinión más moderada de voy a reproducir en este sitio. El
lector puede imaginar el estilo y el fondo de otras opiniones expresadas por
los visitantes independentistas de esos medios de comunicación. Las que no
transmiten odio, transmiten el consabido victimismo, o tratan de adoctrinar en
una historia catalana más falseada que el currículum de un político.
Casi exactamente igual que en la Alemania
dominada por los nazis, Cataluña vive desde hace mucho una segunda fase de
adoctrinamiento y propaganda independentista. La fase en la que la propaganda la
divulgan los propios adoctrinados y convencidos, como en la Alemania de
preguerra, cuando las juventudes nacional socialistas colaboraban en la
propaganda del régimen con dedicación y entusiasmo, después de haber sido
educadas en la creencia de la gloria del Reich y en la misión sagrada del
Führer. Casi exactamente igual.
Dialogar con los independentistas es imposible
para un disidente, y presentar argumentos documentados sobre acontecimientos
históricos es una pérdida de tiempo. De hecho, el buen indepe tiene asumido que
siempre ha sido sojuzgado y dominado por un estado español centralista y
opresor; y jamás querrá reconocer que el independentismo y sus líderes han
hecho y dicho lo que les ha dado la gana desde los inicios de la transición y
que se han beneficiado de ello en todos los aspectos, desde el político hasta
el económico. Precisamente la mejor prueba de ello es la existencia del propio independentismo,
que lleva décadas acorralando a los españolistas con la connivencia de las
autoridades, también independentistas, en una sociedad tradicionalmente
gobernada y dominada por indepes que ya no necesitan disimular ser lo que son.
Independentistas que tienen a su disposición los ingentes medios de unas
administraciones que les alimentan con el dinero de los contribuyentes de toda
España.
En estos días, la noticia de la encuesta de ese instituto de la
provincia de Tarragona ha vuelto a la actualidad, porque los padres de los
alumnos han pedido amparo al defensor del pueblo ante la falta de neutralidad
del centro educativo. Un intento loable y valiente, que, a buen seguro no
conseguirá apenas otra cosa que señalar a los padres disidentes que se
enfrentan al totalitarismo independentista. Porque, mientras estos padres se
enfrentan al sistema para defender a sus hijos, la gran maquinaria indepe,
engrasada y ajustada con victimismo, dinero público, mentira continuada y no
pocos tintes de xenofobia, seguirá adelante triturando a quien se atreva a
plantar cara bajo la mirada aprobadora de tanto independentista entrenado en
el odio y acostumbrado a disculpar la exclusión, a defender la imposición y a
justificar la violencia.
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