Puede escuchar el texto al final del artículo
No hay que profundizar mucho para descubrir
que lo único que mantiene más o menos compactado al entramado independentista
catalán es un objetivo común del que la ciudadanía parece apreciar nada más que
lo que aflora a la superficie, es decir, lograr la independencia de Cataluña
para convertir la región en una república.
Lo que subyace, lo que realmente es y ha sido
siempre, no es otra cosa que una continua batalla entre los diferentes partidos
independentistas por conservar e incluso incrementar sus respectivas parcelas
de poder, porque ese poder es el que les permite expoliar y depredar los
recursos no solo de su región, también del Estado al que parasitan con absoluta
desfachatez con la ayuda del actual y los anteriores gobiernos de España.
Recursos de los que viven desahogadamente los líderes independentistas, sus
colaboradores y compañeros de partido, sus asesores, sus enchufados en diversas
asociaciones y fundaciones… etc.
Pero hay ocasiones en las que el objetivo
común, tan falto de nobleza como sus protagonistas, no logra disimular la lucha
por el poder entre las diferentes facciones indepes. En Cataluña, las derechas
y las izquierdas nacionalistas se desprecian abiertamente desde siempre. Un
desprecio disimulado de cara a la galería a base de lazos amarillos a favor de
quienes todos ellos llaman “presos políticos” y que no merecen otra
calificación que “delincuentes condenados”.
Ayer, 27 de enero, Quim Torra perdió su acta
de diputado del parlamento catalán, en cumplimiento de la inhabilitación que él
mismo se ha ganado a pulso y que ha ejecutado el secretario general del
parlamento catalán. De esta inhabilitación la consecuencia lógica sería que
Torra dejara de ser Presidente de Cataluña, pero su propio partido y él mismo se
resisten a ello. Negativa que no es de extrañar en una formación política que
proviene de un anterior partido hundido y embargado por la corrupción del
pujolismo -Convergecia y Unión- , pero
al que han seguido votando un buen número de catalanes a quienes no parece
importar que sus representantes políticos hayan convertido a Cataluña en lo que
hoy es: la región más corrupta de España y una de las más corruptas de toda la
Unión Europea.
Durante la noche ardió Barcelona de nuevo.
Contenedores y mobiliario urbano destruidos por los autodenominados comités de
defensa de la república, que en realidad no son otra cosa que grupos de
inadaptados tarados a quienes les importa mucho más destruir que construir. Los
violentos causaron destrozos que enfangan aún más la imagen de Cataluña en un mundo
en el que cada vez menos personas, por mucho que los corruptos abran embajadas
catalanas para orquestar campañas de desprestigio contra España, se tragan el
cuento de una región sojuzgada por el resto del Estado. A nadie mínimamente
despierto se le escapa ya que esas embajadas ilegales permitidas por los
gobiernos españoles a cambo de ciertos favores personales, son en realidad
oficinas de captación de negocios, sostenidas con dinero público, pero
dedicadas a intereses privados. La imagen de Cataluña hace mucho tiempo que
dejó de ser el pretendido paraíso que las autoridades catalanas habían
construido a base de propaganda, mentiras y victimismo. En esta era de
información global inmediata, cualquiera puede dejarse engañar, y cualquiera
puede buscar alternativas para conocer aquello de lo que no informa la mayoría
de medios. Por eso Cataluña es hoy, para muchos extranjeros que han dejado de
ser potenciales turistas e inversores, un lugar inseguro, corrupto e inestable
donde un extranjero puede ser atacado, herido y desvalijado con mucha más
facilidad que hace tan solo cinco años y donde la casta política ha construido
un imperio corrupto que poco tiene que envidiar a la Cosa Nostra.
Y mientras Cataluña se hunde, su casta
política se disputa lo que pueda quedar a flote del naufragio. Quim Torra, aún
presidente, ha recibido en el parlamento y en presencia de la mayoría de
diputados, a Oriol Junqueras y al resto de políticos condenados por los hechos
de 1 de octubre de 2017. Entre todos han escenificado una unión que no es tal.
Una farsa en la que las derechas y las izquierdas catalanas tratan de aparentar
una fraternidad que no existe. Desde la Izquierda radical de ERC hasta la
ultraizquierda de las CUP nadie olvida que el huido Puigdemont, el líder
sobrevenido de la rancia derecha pujolista que vive sin problemas en el
extranjero, animó a los diferentes partidos independentistas a rebelarse contra
el Estado para luego escapar cobardemente por la frontera de La Junquera
dirección a Bruselas. Puigdemont es para ellos un cobarde y traidor que no tuvo
los arrestos para responder por sus hechos, como sí hicieron los que acabaron
en prisión. La izquierda catalana no lo olvida.
La brecha que divide al independentismo
catalán es mucho más profunda que lo ideológico, aunque esto trasciende poco en
los medios. Es una brecha de clases que enfrenta a los indepes adinerados contra
los indepes de clases más populares. Los adinerados son mayoritariamente
pujolistas o herederos del pujolismo, católicos y relacionados con las oligarquías
que viven del expolio y la corrupción de los recursos de los españoles. Los otros,
izquierdistas y antisistema, herederos del radicalismo de la Esquerra y del
terrorismo de la antigua organización terrorista Terra Lliure y que agrupan al
lumpen violento sin ideología concreta pero con una enorme facilidad para la
violencia.
Esta lucha por el liderazgo del
independentismo ha quedado bien patente hoy, el día en el que los políticos
delincuentes y encarcelados han aparecido en el parlamento catalán. Oriol
Junqueras, de la Esquerra Republicana, ha presumido de ser el campeón del
independentismo ante Quim Torra, aún presidente de la comunidad y miembro del
partido heredero de la corrupción pujolista. Y aunque moralmente, ante los
suyos, Junqueras tiene razón y autoridad porque es él quien ha dado la cara y
ha acabado en prisión por defender aquello en lo que cree, no puede ignorar que
la presidencia del parlamento está aún en manos del independentismo de la
derecha rancia. Oriol Junqueras necesita seguir ganando apoyos para su causa y
es por eso que hoy ha asegurado que lo volverá a hacer, refiriéndose a provocar
otra rebelión contra España. Una declaración de intenciones que le hace
aparecer como el “moisés” del pueblo catalán que ningún indepe de la derecha ha
acertado a ser.
Así que, si se celebran nuevamente elecciones
autonómicas en Cataluña, como parece que puede llegar a suceder ante la
suspensión de Quim Torra como diputado y posiblemente como presidente, estará
por ver cuál de los partidos independentistas será más apoyado por los
votantes. En cualquier caso, esta carrera por el poder, en la que han sido
relegados los partidos constitucionalistas, no fomentará la unión de los
indepes excepto en ocasiones puntuales. La competencia por los puestos de influencia
en la política y las instituciones será mayor conforme pase el tiempo, porque
como en cualquier región o estado corrupto, demasiadas personas viven de esa
corrupción. Pero, mientras tanto, las calles de Barcelona arderán de cuando en
cuando, la ciudad será menos y menos segura, la comunidad autónoma será más y
más pobre y el tiempo nos demostrará que para los totalitarios de todos los
colores es más deseable gobernar, aunque sea entre ruinas, que no gobernar en una
tierra que un día fue motor económico de toda una nación.
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