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Enrique de Diego, periodista, escritor, comunicador y director del diario digital Rambla Libre ha
publicado recientemente un breve libro titulado República Constitucional al que
el autor define como “libro de combate”. La finalidad de este su más reciente
libro es bien clara: presentar al lector, de un modo coloquial y directo, los fundamentos
del pensamiento y la obra de Antonio García-Trevijano como alternativa en tiempos
de emergencia no solo sanitaria; también social, política, económica y moral en
la que nuestra nación está sumida por culpa de la casta política, de quienes gobiernan y financian a esa casta, y de una parte no pequeña de un pueblo español que
ha vendido su alma al sectarismo político, al subsidio, a la ausencia de razón
y de valores y al conformismo ante el delito y la fatalidad. Un momento
especialmente grave en el que el actual gobierno de Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias dirige el rumbo de la nación hacia una tenebrosa dictadura comunista
República Constitucional reúne propuestas que
resultan muy oportunas y necesarias en la delirante actualidad española. Primero,
desafía al lector a que sea capaz de reconocer que vive secuestrado en un
sistema político en el que él no está representado en absoluto, por mucho que
sea convocado a votar en cada periodo electoral
Y segundo, sigue desafiando al lector para que
rompa el nefasto prejuicio sobre el republicanismo, pergeñado durante demasiado
tiempo por quienes defendieron la dictadura porque el pueblo no sabría qué
hacer con su libertad, por quienes siguen apoyando a la monarquía aunque los
hechos de ésta la hayan mostrado sobradamente corrupta e ineficaz, por quienes
asumen para sí la idea de república como reflejo de lo que fue una república de
frente popular, crímenes, asesinatos y el inevitable resultado de confrontación
civil como algo deseable para imponer sus ideas, y por quienes desde su
ignorancia no conciben ni reconocen que una república constitucional y
presidencialista, con limitación de mandatos, representación popular auténtica
y separación efectiva de poderes ejecutivo, legislativo y judicial, libres de
interferencias partidarias y privadas, es
el medio idóneo para garantizar el bienestar de la ciudadanía en un sistema de
igualdad de oportunidades bajo el imperio de una ley justa e igual para todos.
Leyendo entre líneas, uno llega a la
conclusión de que ahora es el momento de romper el muro de prejuicio e
ignorancia que durante tantas décadas las castas dominantes han construido,
fortalecido y elevado para encerrar a los españoles en el redil de la
obediencia y la ignorancia y proporcionarles una sensación de falsa seguridad. Y
las castas lo han conseguido. Mantienen prisioneros y en la inopia a una enorme
mayoría de nuestros compatriotas. Finiquitado
el régimen de Franco, los antiguos estamentos de poder y los nuevos que
comenzaban a materializarse comprendieron que si querían seguir manteniendo el
control de la nación como herramienta imprescindible para seguir saqueando a
los españoles, debían tomar la iniciativa en esa etapa incierta que bien pronto
sería denominada como “la Transición” y que una vez superada, sería presentada
al mundo entero como un ejemplo de cómo un país había logrado dar el gran salto
desde una dictadura a una democracia, sin enfrentamiento civil y con el consenso de
todos los grupos políticos.
Pero lo que se vendió como un ejemplo de
convivencia y reconciliación no dejaba de ser, en la más innegable y triste
realidad, el apuntalamiento de un nuevo sistema político para España, en el que
un rey bajo sospecha de no pocas intrigas y con un pasado manifiestamente
mejorable, una monarquía parlamentaria a la que ni un solo español había votado
como sistema de gobierno, y una constitución del 78 que, bajo apariencia de
modernidad, perpetuaba el sistema de privilegios de unos españoles sobre otros, y que cimentaba a esas castas que habían dominado durante el franquismo y épocas anteriores, para que asegurasen nuevamente su dominio sobre la nación compartiendo, eso sí, algunas
porciones del pastel con otros elementos que llegaban con paso firme y
exigiendo su lugar en el festín.
Una vez más, España perdía una oportunidad de convertirse
en una nación de libres e iguales, y era obligada a vivir el espejismo de una
democracia que no era tal, una pretendida libertad que amordazaba a los
disidentes bajo un corrupto sistema de partidos, y un sistema político y social
en el que los españoles eran simples vasallos porque nunca se les concedió
oportunidad de ser otra cosa. Las castas privilegiadas lo habían conseguido.
Eran dueñas de España con total libertad para expoliarla sin oposición alguna,
y la mayoría de españoles se sentían felices por iniciar, en medio de la
ignorancia más profunda, una nueva vida de “democracia”, dejando atrás las casi
cuatro décadas de dictadura y las anteriores épocas de continuo desastre, y
creyendo además tener la soberanía y el poder necesarios para elegir el futuro de
España.
Muy pocos elevaron entonces sus voces para
reclamar un gobierno justo y realmente elegido por el pueblo y exigir un sistema
político que garantizase las libertades civiles necesarias para construir un
estado y una nación sustentada por todos los valores primordiales y necesarios para
la existencia de una sociedad democrática. Antonio García-Trevijano fue, sin
duda, el mayor defensor y uno de los más completos soportes intelectuales del republicanismo
constitucionalista y presidencialista que pugnó, incluso años antes de la muerte de
Franco, por abrirse paso en una sociedad española en la que un sistema
dictatorial ya estaba dando los primeros pasos para, una vez finalizado el
franquismo, ascender al poder a un rey tutelado anteriormente por el dictador,
poco a poco presentado al pueblo como un ídolo en ciernes, fabricado para
lograr la mayor aceptación social, y suficientemente ambicioso para dejarse
influenciar precisamente por aquello que más ansiaba: el poder económico,
verdadero gobierno en la sombra que rige los destinos de nuestro país.
La figura de Antonio García Trevijano es desconocida para el común de los españoles. Y no es de extrañar tal cosa
porque, en un país donde una mayoría social lleva siglos viviendo en el temor
y la reverencia al poderoso, al gobernante y al funcionario, las voces
disidentes, en muchas ocasiones, no son acalladas precisamente por el poder,
sino por la indiferencia y el desprecio que un pueblo siente por la persona que
sobresale. García-Trevijano sufrió censura y vacío desde el poder y los
obedientes medios de comunicación. Los debates que protagonizó en televisión
con políticos del sistema alcanzaron grandes audiencias, pero inmediatamente
era apartado de esos medios y apenas se le concedía protagonismo de nuevo. Pero
el común de los españoles también fue censor mediante el desinterés y la
ignorancia, de modo que el pensamiento y la obra de García Trevijano permanecen
ignorados para una gran mayoría. Al fin y al cabo, en España se cumple de
manera muy fiel lo que en su momento aseveró Cayo Salustio Crispo: “Solo unos
pocos prefieren la libertad. La mayoría de los hombres no buscan más que buenos
amos”.
En estos tiempos, más que nunca, para
comprender lo que realmente sucedió durante la mitificada Transición, debemos
dar dos importantes pasos al frente. El
primero consiste en quitar de ante nuestros ojos el vidrio coloreado con
nuestras preferencias políticas que solo nos muestra la realidad desvirtuada y
teñida de ese mismo color. Sea por costumbre, por sectarismo político o
religioso, sea por tradición familiar y hasta por auténtica estupidez, el
español medio, desde el que trabaja barriendo las calles hasta el que tiene su
propio despacho o negocio, suele venir, digamos, mediatizado de serie. Por eso
es incapaz de advertir la realidad de otro modo que no sea con un tinte azul, o
rojo, o verde, o morado, o naranja. A ese español medio le prometo que si tiene
los arrestos suficientes para quitar de ante sus ojos el vidrio de color que
trastorna su realidad, y que en no pocas veces la opaca casi por completo,
comenzará a percibir inmediatamente que lo que tiene ante sí no es lo que la
inmensa mayoría de los medios de comunicación, la totalidad de los partidos
políticos y el conjunto de las instituciones al completo le presentan cada día ante
su vista. Este español que despierta al fin descubrirá que vive en un
sistema piramidal profundamente corrupto desde su vértice hasta su base.
El segundo paso, más sencillo de dar cuando
uno se ha librado del vidrio coloreado que teñía todo a su alrededor, consiste
en tener el valor de analizar los hechos pasados a través de las consecuencias
que vivimos en el presente. Debe quedar atrás esa costumbre tan hispana de
observar la historia reciente en clave de color político y la historia anterior
bajo el prisma del imperio y la sotana. Ni lo de ahora ni lo de antes nos
conectan con la realidad, porque más bien ambas formas de ver la vida, la forma política y la forma social, nos han mantenido aislados dentro de una burbuja de pasado
imperial y glorioso desde la que seguimos pensando que como nosotros, nadie, que
mejor que España, ninguna, y que nuestra historia, sin paragón. Y todo esto, en
una nación que no se respeta ni se hace respetar, no constituye otra cosa que un
espejismo de cuestionable grandeza, como una tragicomedia de mal guion y final
previsible y funesto.
Así que no. La Transición no fue realmente lo
que nos han contado. Poco tuvo que ver con esa historia de grandeza de
desprendidos y honorables líderes políticos que miraron por el bien común por
encima de todo. Más bien fue el nacimiento de una nueva serie de males que nos
han perjudicado como nación, aprisionado como individuos y enfrentado entre
compatriotas. Antonio García-Trevijano lo veía muy claro entonces y denunciaba
la corrupción de un sistema en el que son los políticos los que eligen a los
políticos mientras los votantes participan de la farsa creyendo que con sus votos dan carta de naturaleza a los parásitos que se sientan en el
Congreso, en el Senado y en los distintos parlamentos, diputaciones y ayuntamientos
de España.
Con su libro República Constitucional Enrique
de Diego presenta al gran público el pensamiento de Antonio García-Trevijano y señala
el camino para que cada español se interese realmente por su propia
responsabilidad política y recapacite en el hecho de que los políticos, en este
estado actual de cosas, solo se representan a sí mismos y únicamente cuidan de sus
propios intereses mediante el engaño y la corrupción. República Constitucional es un libro de combate con
ideas concisas y claras para abrir los ojos de la ciudadanía. Un desafío para
valientes que buscan la alternativa de la libertad frente a la impuesta realidad
de la mordaza y el expolio.
¿Se atreven ustedes a leerlo y recomendarlo?
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