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No acabo de entender muy bien qué tipo de escala moral, ética, política,
o de cualquier otro tipo deben tener los electores que han votado a un
personaje como Puigdemont para diputado del Parlamento Europeo. Pero no deja de
ser paradójico que, mientras otros golpistas independentistas permanecen en
prisión, éste, que no tuvo el valor suficiente para enfrentar las
responsabilidades de sus actos, lleve una vida de príncipe en el exilio.
Oriol Junqueras y otros presos independentistas han obtenido votos suficientes
para lograr escaños en el Congreso de los Diputados. Su gente les ha votado,
les tiene como mártires de la persecución del Estado español y todas esas
majaderías, y los trata como a héroes. Todo eso entra dentro de lo normal, sin
que lo normal sea necesariamente correcto, como suele suceder en política. Pero
insisto; ¿cómo es posible que otros electores indepes hayan votado en número
suficiente a un cobarde que se distinguió por dar la espantada cuando unas
horas antes animaba a todos los demás a permanecer en sus puestos? Porque queda
para la historia ese magnífico momento en el que, según contaron después
fuentes del partido de Puigdemont, fue el mismo Artur Más quien llegó a
exclamar literalmente “Què
fill de puta. Però quin fill de puta“ cuando unas horas después ya era de dominio público que Puigdemont se
hallaba fugado en Bélgica.
Seguro que alguien podría argumentar que Puigdemont huyó, o más bien, se
retiró estratégicamente para poder
seguir la lucha independentista desde el exterior. Pero eso es absurdo. ¿Han
conseguido la independencia de las Vascongadas los terroristas huidos?
Absolutamente no. Yo estoy convencido de que la fuga del perturbado
independentista no es un asunto de heroísmo. Aquí no estamos hablando de la defensa
a ultranza de la “república catalana” como un ideal. Esto, más bien, tiene todo
el aspecto de ser la defensa del modo de vida de algunos amparándose en una
utopía que permite vivir muy bien.
En la historia reciente de Cataluña ha
quedado más que demostrado y documentado que el ideal político del nacionalismo
y del independentismo, que al final se han fundido en uno solo como no podía
ocurrir de otro modo, no era más que una pantalla, un disfraz y una pose. La
corrupción que ha aflorado en la última década y media, que se podía intuir
mucho tiempo antes y algunos ya denunciaban y anticipaban desde los inicios
del pujolismo, acabó por convertir a la autonomía catalana en la más corrupta
económicamente de toda la unión europea. Ése y no otro ha sido el verdadero
fondo del ideal patriótico del independentismo catalán. Porque, desde el más
falsamente “moderado” nacionalismo de los inicios de CiU hasta el radicalismo
más abrupto de ERC, que en los últimos años se ha transformado en escisiones
ideológicas ultras de disturbios callejeros y estilismo batasuno, todos, sin
excepción han resultado ser maquinarias de desvío de fondos públicos para fines
políticos y también personales.
Si el caso más flagrante es el del infame
clan Pujol, hay otros muchos implicados en esta gigantesca operación de
corrupción generalizada que abarca empresarios, banqueros, políticos y
funcionarios.
En cierto modo, Carles Puigdemont es un
recién llegado a la punta de la pirámide. Retirado Jordi Pujol en su momento,
más por el acoso mediático y judicial que por razones de su avanzada edad, fue
Artur Más quien tomó el relevo, puesto a dedo por el anterior, y fue el
encargado de precipitar la tranquila marcha del independentismo expoliador
hacia una independencia catalana de facto para que Jordi Pujol y su entramado
corrupto no tuvieran que enfrentarse a la justicia española, en el hipotético
caso de que algún juez suficientemente valiente, independiente y de pasado
limpio decidiese admitir a trámite las denuncias por corrupción de los
procedimientos de investigación que estaban siguiendo entonces la Guardia Civil
y la Policía Nacional.
Pero Artur Más fracasó, quedó tocado y
casi hundido y hubo de pasar a segunda fila. Fue en ese momento cuando un
Puigdemont sin apenas méritos de ningún tipo, pero suficientemente sectario de
la causa indepe, fue traído de esa misma segunda fila y puesto al frente del
poder visible de esta trama corrupta. Y como personaje menor que es el fugado
en cuestión, desde que cruzó los Pirineos no ha dejado interpretar un
esperpento que a él le habrá venido muy bien para seguir viviendo como un
privilegiado bajo el paraguas protector de un país de degenerados como es
Bélgica, pero que le ha colocado en una situación que, por mucho que se
prolongue en el tiempo y por muchos privilegios que él pretenda obtener,
acabará por dar con sus huesos en la cárcel como asome la nariz por nuestro
territorio nacional.
Lo más triste de toda esta delirante
situación, bajo mi punto de vista, es que no pocos tarados contribuyen con sus
donativos a mantener el exilio de príncipe de Carles Puigdemont cada vez que
éste farsante anuncia que “hay que ponerlas” para mantener la lucha del “pueblo
catalán por la libertad”. Y que estos tarados son los que dan la imagen general
de una Cataluña fanatizada en la que también viven otros muchos que no son
radicales, ni independentistas, ni corruptos, ni vagos que viven de lo público.
Carles Puigdemont, insisto, es un
personaje intelectual y políticamente menor. No aporta nada digno que señalar a
la causa independentista. Es el mediocre símbolo internacional de dicho independentismo,
del que un periodista inglés llegó a escribir que “en cuanto llevas hablando
con él 10 minutos, te das cuenta de que no es más que un loro que repite
conceptos aprendidos para construir un discurso que representa a una clase
dominante”. Es un cobarde que salió huyendo después de animar a otros a que
permanecieran en sus puestos, y un personaje despreciado por ello en algunos
sectores indepes que no le perdonan su rastrero gesto.
La suerte que tiene hasta ahora este
fugado de la justicia es que enfrente tiene a políticos tan mediocres como él
mismo, también simples marionetas de ese mismo poder que domina la gigantesca e
inamovible trama de corrupción que quita y pone piezas en el tablero de juego
según convenga a su interés y objetivos. Si el mediocre Puigdemont hubiera
tenido enfrente a políticos comprometidos con España y los españoles, llevaría
mucho tiempo paseando por el patio de la cárcel con el resto de servidores del
poder político-económico-corrupto que gobierna buena parte de nuestra nación
desde Cataluña.
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