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Estoy absolutamente convencido de que el
independentismo catalán, como el comunismo, o como cualquier otra idea
totalitaria, es lo más parecido que existe a un trastorno mental. No hace falta
más que observar el comportamiento de quienes defienden semejantes ideas para
llegar a tal conclusión.
Con las declaraciones de los políticos y
gentuza similar que viven del independentismo catalán y vasco durante las
últimas décadas, grabadas en piedra, podríamos llenar por completo la Muralla
China y sobraría para decorar todas y cada una de las pirámides de Egipto. Y
cuanto más grave se presenta una situación, o cuanto más crítico es el asunto a
resolver, más alto dejan los indepes el listón de la obtusa estupidez sectaria
que les caracteriza.
Pero el gran problema para el pueblo que
estos indepes dicen defender es cuando algún estúpido de semejante calaña llega
a puestos de poder. Es entonces cuando comienzan a ejercer su fanatismo sobre
los demás, sin otra cosa que ofrecer.
Miquel Buch es un ejemplo perfecto de ese
tipo de independentista. Nacido en 1975, ya pertenece a esas generaciones
adoctrinadas desde la niñez en el odio a España, en la historia manipulada y en
un sentimiento de superioridad nacional al que le sobra la “c” y le viene mejor
la “z”. Es el estereotipo de ignorante que no ve más allá de la mitología que
le metieron en la cabeza con métodos dignos de Goebbels y de la que le es
imposible escapar, entre otras razones porque un completo mediocre como él, si
no fuera un fiel servidor catalanazi, sería un perfecto don nadie.
Este elemento ostenta el cargo de
consejero de interior de la Generalidad de Cataluña. Lo que en sí ya es una
garantía de falta de libertades en una Cataluña gobernada por totalitarios que
todos los días hablan de democracia mientras tratan de inculcar a los
ciudadanos cómo tienen que hablar, qué tienen que decir, y a quien deben odiar.
Y como los personajes del estilo de Buch siempre son obedientes a la ideología
que literalmente les llena los bolsillos, no pierden oportunidad de dejar bien
claro que no descansan en su afán por declararse distintos y, si llega el caso,
superiores.
En esta ocasión, este consejero de
interior del supremacismo independentista no se ha resistido a reiterar que
España y Cataluña son dos países distintos. Y como un perturbado ausente de la
realidad más pavorosa, a raíz del incendio que devorar hectáreas sin control en
la provincia de Tarragona, ha declarado que como Tarragona está tocando al
estado español, es natural que hayan ido bomberos a ayudar, porque entre países
vecinos se ayudan, como habría sucedido si el fuego estuviese en el Ampurdán,
que habrían venido bomberos del estado francés.
En ocasiones no mejor modo de poner en
evidencia a un majadero que dejarle hablar. Sus propias palabras son a menudo
la soga que él mismo se enrolla al cuello. Es lo que ha sucedido con las
declaraciones del impresentable Miquel Buch. No pocos lectores de prensa
catalana le han puesto en el sitio que le corresponde con sus comentarios.
Pero, como dije al principio, el gran problema no es que un tonto diga o haga
tonterías, sino que ese tonto tenga poder, como es el caso.
Sin embargo, no deja de ser paradójico
que esa supuesta república catalana, llena de seres moralmente superiores y
racialmente elegidos, acepte la ayuda de un estado español al que otros
perturbados canallas como el presidente Quim Torra y el expresidente Jordi
Pujol, calificaron en su momento como lo peor de la civilización mediterránea.
Ni así aprenderán. Personas como Miquel
Buch, que en los momentos más críticos no puede resistirse a seguir alimentando
una falsa diferencia y una confrontación que no debería existir, solo tienen en
sus mentes la ideología para la que viven y de la que se alimentan. La realidad
y las necesidades importantes de su pueblo les importan un pimiento. Ellos
quieren “hacer república” por encima de todo. Y en eso están. Solo que esta vez
mejor le hubieran venido más bomberos y más equipamientos, y menos embajadas
por el extranjero.
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