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Pablo Iglesias necesita algo
desesperadamente del Doctor Pedro Sánchezstein. Algo. Lo que sea. Porque Pablo
Iglesias sabe que si no logra un golpe de efecto que haga creer a sus tarados
partidarios que Podemos, o Unidas Podemos, o Hundidas Porremos, o como vaya a
llamarse después esta banda de farsantes, que el partido aún pinta algo en la
izquierda española, el PSOE acabará por comerse los restos de los que un día
fue ese gran icono de la nueva izquierda que venía a regenerar y revolucionar,
y que ha resultado ser un fraude ideológico del que se van descolgando
militantes y desde el que el líder arroja a sus antiguos colaboradores por la
borda.
Desde su Vaticano del Galapagar, Iglesias
ve que con 42 diputados (poco más de la mitad que tuvo en la legislatura
anterior) es actualmente mucho menos visible en los medios que Vox con 24. Eso,
además de una realidad incómoda, es una afrenta.
Hay que entender que en los primeros días
después de las pasadas elecciones generales Vox era la novedad en el Parlamento como
Porremos lo fue en su momento. Pero el tiempo pasa, Vox ha logrado pactos de
gobierno por casi toda España, y el partido y sus líderes están en prensa e
informativos cada día, mientras que de la formación de Iglesias prácticamente
todo lo que trasciende es que el jefe anda desesperado mendigando un ministerio
a los socialistas y que en no pocas regiones los representantes morados se
desvinculan y critican al papado de Galapagar por su desastrosa campaña
electoral y su incoherente trayectoria en la legislatura 2015-2019.
Así que Iglesias necesita
desesperadamente algo. Lo que sea. Y el Doctor Pedro Sánchezstein es muy
consciente de la debilidad de Iglesias y su forma de presionarles es,
simplemente, la indiferencia. Porque desgraciadamente para Porremos,
Sánchezstein dispone de otras opciones para pactar. Opciones que podrán ser más
o menos odiosas, dependiendo del punto de vista desde el que se observen; pero
son opciones reales. Y hay otra cosa que el presidente en funciones sabe muy,
muy bien. La debilidad política de
Iglesias no proviene realmente de su masiva pérdida de diputados en el
Congreso, que es una realidad verdaderamente preocupante para Porremos y lo que
queda de su liderato. La debilidad que ahora es más crítica viene de dentro del
partido; de la actual falta de cohesión.
Porremos confió su fuerza en el pasado a
su cortoplacista forma de crecimiento. Muchas confluencias, mareas, círculos y
demás entelequias asamblearias. Demasiados pequeños caudillos en demasiadas
micro-formaciones y con demasiados matices ideológicos amarrados simplemente
por una moda política, un conjunto de consignas moradas y un mucho de ceguera
en la que el entusiasmo enmascaraba la realidad hasta que esa realidad creció y
asomó por encima del propio entusiasmo.
Tras los primeros años de tan rápido crecimiento,
ilusión y constantes apariciones en los mejores horarios de los medios
audiovisuales y en los más llamativos titulares de prensa, el pastel morado se
ha venido abajo, y los de las confluencias, las mareas y hasta los de las
directivas regionales del propio Porremos quieren su parte, hartos del
personalismo del papa y la papisa de Galapagar. Ahora sí. Ahora reconocen que
la táctica porremita era buena para aparecer de pronto y crecer rápidamente
hasta un cierto límite. Pero para mantenerse sin caer hacía falta mucho más
andamiaje que el que se construyó a base de demagogia, mentiras y ambición
personal. El resultado, más allá de esos 42 diputados de 71 que fueron, es la
farsa morada puesta al descubierto, el Vaticano de Galapagar como símbolo para
la historia política de España de lo que realmente son los nuevos ricos de
izquierdas, y el caminar mendigante de Pablo Iglesias por los jardines de
Moncloa, poniendo la gorra, esperando de la misericordia del Doctor Pedro
Sánchezstein un carguito con el que poder convencer a los tarados partidarios
de Podemos, o Unidas Podemos, o Hundidas Porremos, de que Iglesias e Irene
siguen siendo las grandes esperanzas no blancas, sino moradas, de una roja
izquierda que a veces parece demasiado azul y cuyo mejor servicio a España
sería fundirse a negro.
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