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Coincido con muchos de los principios que
Vox dice defender. Y aun así, siendo Vox el partido con el que más coincido en
ciertos planteamientos, ni me siento representado por él, y ni siquiera le he
votado. Uno de los aspectos que no me atrae en absoluto del partido del Abascal
es el tufo de rancio nacional-catolicismo que rezuman no pocos simpatizantes y
militantes de sus bases.
Meses antes de las elecciones generales,
cuando todo en Vox era efervescencia de ánimo porque muchos aseguraban que la
misma proyección que el partido había tenido en Andalucía se repetiría en toda España, e
incluso se superaría, leí un twitter de uno de sus seguidores, muy activo en las redes, que decía
algo tan revelador como lo siguiente: “Cuando Vox gobierne en España, implantaremos
de nuevo la moral católica”.
Para un cristiano no católico de mi
generación (1965), que recuerda cómo la moral nacional-católica gobernaba mi
infancia en España hasta el punto de imponer la música clásica en las cadenas
de radio, y las películas de romanos en televisión y cines durante la Semana
Santa, o la autoridad que tenían los curas docentes para enseñarme a golpes
demasiado frecuentemente -guardo muy
agrios recuerdos del colegio de los Marianistas en Zaragoza y de los Pasionistas
en Zuera- eso de “implantar de nuevo la
moral católica” es una de las muchas cosas de ciertos personajes demasiado
abundantes en Vox que me han empujado a no votarles ni antes ni en el futuro.
Sin embargo, como jamás renuncio a mis
principios, me siento obligado a defender el derecho de Vox a expresar sus
ideas y compartir su programa como y donde lo estimen oportuno. Qué menos en
una pretendida democracia como la española. Además, no seré yo quien
identifique por sistema a Vox con la ultraderecha, porque en otros aspectos no
lo es, y admitir tal comparación es hacer el juego a quienes la propalan a los
cuatro vientos a la vez que se identifican con ideas tan ultras como las que
dicen denunciar, pero de izquierdas.
No conozco apenas el contenido del canal
oficial de Vox en YouTube. Si he visto alguno de sus vídeos, ha sido porque
alguien me lo ha enviado por las redes. Pero conociendo el acoso mediático que
este partido sufre desde los diarios, radios y televisiones progres, el hecho
de que la SER (del Grupo PRISA) haya sido la causante del cierre del canal de
Vox en la plataforma de vídeos tampoco debería extrañar a nadie. La SER es
Grupo PRISA, como El País, y Grupo PRISA es PSOE desde Felipe González, y algo
de PP de Rajoy desde que éste comenzó a gobernar.
De este modo, practicando la censura
mediática sobre un partido rival, el Partido Socialista, es decir, la SER, ha
venido a demostrar lo que muchos han negado desde dentro mientras defendían que
en esa cadena de radio no existía ni censura ni preferencia política alguna.
Una afirmación que causa carcajadas si recordamos, por poner tan solo un
ejemplo, la labor de intoxicación y movilización que desde sus micrófonos se
realizó contra el gobierno de Aznar y todo el Partido Popular inmediatamente después
de los atentados del 11-M; labor que se extendió hasta la jornada de reflexión
y el día de votación en las Generales de 2004, en las que resultaría victorioso
el infame, traidor e inmoral Rodríguez
Zapatero.
SER ha respondido recientemente a las palabras
de Espinosa de los Monteros respecto a que Vox tuvo constancia, desde un principio,
de que la censura de YouTube contra el canal de vídeo provenía de quejas
dirigidas desde la propia cadena de radio. Ésta se defiende, mintiendo como
suele ser su costumbre, asegurando que es práctica habitual que la cadena
reclame en YouTube sus contenidos por razones de copyright. Pero esto es
radicalmente falso y se puede comprobar repasando los canales de vídeo de uso
frecuente que PP, Podemos, Ciudadanos y otros partidos mantienen en la
plataforma y que incluyen todo o parte de entrevistas de la SER a sus líderes y
portavoces, y estos canales jamás han sido eliminados por la plataforma.
Aunque ahora SER asegura que retirará su
queja del canal de Vox en YouTube, lo sucedido reviste una cierta gravedad. Es
otra muestra más de cómo un todo poderoso medio de comunicación, frecuentemente
al servicio de un partido político concreto y de otros oscuros intereses
afines, es capaz de mover hilos para ejercer cierta censura sobre otras formaciones
políticas.
Sí. El hecho es grave. Pero en España, ni
es nuevo, ni es de extrañar que la noticia tan solo haya interesado a unos
pocos. En una nación de ciudadanos libres e iguales es posible que semejante
censura partidaria hubiera tenido consecuencias, y es seguro que medios como
SER y El País, verdaderos estercoleros ideológicos al servicio de la
desinformación, no tendrían tan fácil el dominio e influencia que en España ejercen
desde el final de la era Suárez hasta nuestros días.
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