Puede elegir voz o texto
“ETA matará a un socialista de segunda
fila. Será su forma de votar a favor del PSOE para apoyar una segunda
legislatura del infame Zapatero”
Esto fue lo que literalmente escribí en
un mail a un amigo residente en Miami, Florida, el 4 de marzo de 2008, horas
antes de hablar con él por Skype. De hecho, fue lo mismo que le dije a otro
amigo en una cafetería de la Plaza de Mozart en Zaragoza, unas horas antes de
escribir ese mail y enviarlo a Miami. Era el 4 de marzo de 2008.
Para suponer tal cosa no había que ser ni
un genio ni un clarividente. Era mucho más sencillo y práctico que todo eso.
Había que atender a ciertos factores que, una vez enlazados, me llevaban a esa
conclusión. Los dos amigos a los que comenté mis sospechas estuvieron de
acuerdo conmigo. Conociendo un poco la podrida historia de la política
española, aquello era perfectamente factible.
Hacía cuatro años que habían sucedido los
atentados del 11-M. El choque inmediato que supuso la muerte de 200 personas,
más los 2000 heridos y afectados fue horrible. Las inmediatas sospechas del por
qué había sucedido la masacre -sin
incidir ahora en su autoría- se materializaron
dos días después. El esperado cambio de gobierno fue un éxito, y España comenzó
el descenso acelerado a los infiernos en los que ahora nos encontramos.
Tan solo cuatro años después, a punto de
finalizar la primera legislatura del perturbado Zapatero, los pronósticos para
renovar una mayoría absoluta no eran ni mucho menos esperanzadores. En Ferraz, a
los moral y éticamente tarados colaboradores de ZP, con Rubalcaba y Pepe Blanco
a la cabeza, planificadores de estrategias tales como la introducción de la ideología
de género, del aumento del clientelismo voraz, del antiamericanismo furibundo y
anacrónico, del siembra del ultrafeminismo más rancio, del inicio a la vez que
negación sistemática de la crisis en los dos últimos años, de engrosamiento de la bolsa nacional de
desempleo y del control absoluto de no pocos medios de comunicación y de
creación de algunos nuevos constituidos ilegalmente para engrosar las hordas
izquierdistas mediáticas, les parecía mentira que todo lo anterior no hubiera
asegurado definitivamente la cantidad necesaria de voto lanar requerida para
una mayoría holgada.
Aún más: algunas de las encuestas no
publicadas auguraban una posible caída del voto socialista que, si bien no iría
a parar en su totalidad a las filas del inane Rajoy, si podían facilitar con su
abstención el que PSOE y PP quedaran prácticamente igualados. De modo que,
cuando quien yo conocía entonces en Ferraz me alertó de que en las altas
esferas del PSOE habían saltado las alarmas, no solo por la penosa y humillante
gestión de un mediocre incapaz desde Moncloa, también porque algunos
socialistas temían que a la gente le diera por recordar la perdida prosperidad
de la era Aznar, y un número no pequeño de votos olvidase el alarmismo de unos
atentados anteriores que dieron el poder a la marca ZP, oportunamente creada no
mucho antes de la matanza de Atocha, y mirasen hacia Rajoy con la esperanza de que
el fantasma de la crisis fuera nada más que un fantasma, y que la casi
finalizada legislatura de Zapatero fuera tan solo un bache del que aún se podía
salir desde las urnas.
Mi convencimiento respecto a que otro
atentado, no necesariamente tan traumático ni espectacular como el de cuatro
años antes, acabara con la vida de algún socialista políticamente menor, iba en
aumento conforme consultaba los diarios digitales de uno y otro color y leía
rápidamente los comentarios de los lectores. Desde El País hasta La Razón,
pasando por Libertad Digital y La Vanguardia, muchos mostraban su hartazgo de
las políticas de Rodríguez Zapatero, de las estupideces de Pepiño Blanco y de
la hipócrita suficiencia de De la Vega. El presidente socialista había quedado
como un imbécil demagogo en la última entrevista televisada y el ministro
Solves, que parecía vivir en el País de las Maravillas, negaba una y otra vez
lo que los ciudadanos veíamos a diario en nuestras vidas: crisis por todas
partes. Así que, visto el panorama, y siempre según mi hipótesis, se imponía
que los socialistas no perdiesen la Moncloa para que no se interrumpiese el
acelerado proceso de demolición social y expolio nacional que ciertas castas
habían puesto en marcha años antes. Un “gesto sangriento”, suficientemente
mediático y con la víctima propiciatoria bien elegida, volvería a volcar votos
de no pocos descontentos otra vez hacia el PSOE y aseguraría el poder
socialista el tiempo suficiente para que, además de asegurar el cumplimiento de
las anteriores estrategias, se ultimase también el periodo de reconversión de
Mariano Rajoy, futuro heredero de Zapatero y, como éste, ya miembro de pleno
derecho de la masonería, para transformarlo desde su posición de apocado cantamañanas
hacia un papel más contundente de traidor vendido a la agenda globalista.
El 7 de marzo de 2008, a las 13:30 horas
el exconcejal socialista Isaías Carrasco era baleado en el interior de su auto,
justo a la puerta de su domicilio. Una hora y diez minutos después se
certificaba su fallecimiento en el Hospital de Mondragón. ETA había votado así
anticipadamente por el PSOE asesinando a uno de sus militantes y exconcejal. El
PSOE -sé que resulta descarnado decir
esto- se encargó de la propaganda de
afirmación socialista durante las exequias. Patxi López y otros compañeros de
su partido portaron el ataúd por las calles al tiempo que otros socialistas
afeaban a miembros del PP el que hubieran asistido al velatorio y al funeral. Porque,
por si quedaba alguna duda, había que seguir alimentando el rechazo social
contra los populares, aunque para ello hubiera que salpicarles otra vez con la
sangre de un asesinado.
Seguramente, a nadie le importa ya ni
esto ni tantas otras cosas sucedidas durante los pasados años. Ahora, una
versión corregida y mejorada del perturbado Zapatero se sienta en La Moncloa y
no le hace ascos a posibles pactos con quienes antes, en aquellos años, al
abrigo de otras siglas pero con la misma y sangrienta ideología del odio, se
negaron a condenar, desde sus alcaldías y concejalías, el asesinato del también socialista Isaías
Carrasco, a quien su esposa e hijos tuvieron que contemplar baleado, agonizando
y tratando de salir del acribillado auto, para fallecer 70 minutos después tras
luchar contra dos paros cardíacos provocados por las múltiples heridas.
Ahora, al infame y falsario presidente de
gobierno en funciones solo le importa el poder en sí mismo. No es más que un
político al uso y lo ha demostrado desde que se postuló como candidato a la
presidencia de la nación. Cero en conciencia, suspenso en dignidad, repetidor
contumaz del curso de coherencia sin aprobarlo; y sin haber iniciado ni una primera
evaluación en decencia, el hoy presidente de España era concejal socialista del
ayuntamiento de Madrid cuando Isaías Carrasco moría asesinado por aquellos a
los que el PSOE hoy trata de blanquear, y que a su vez eran defendidos por
quienes en el presente en un más que posible pacto tácito con Sánchez se
abstendrán para facilitarle la presidencia. Es el eterno cambalache. Sangre y
olvido por votos y prebendas. Gobierno nacional por la paulatina y encubierta
anexión de Navarra por las Vascongadas.
Y llegado a este punto, que no es más que
un triste revivir de aquellos años de Zapatero en los que ETA revivió de la
mano de Rubalcaba a cambio de lo que cualquier observador imparcial adivinaría,
no puedo evitar pensar en qué es lo que dirían las víctimas socialistas que ETA
mató, cuyas muertes Herri Batasuna y sus posteriores mutaciones aplauden aún a
día de hoy, y de las que el PNV siempre se benefició porque, al fin y al cabo,
todo el entramado de terror, extorsión y muerte siempre estuvo protegido bajo
sus faldas.
0 comments:
Publicar un comentario
Cualquiera es libre de opinar aquí. Pero quien opine será responsable de sus palabras.