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Resulta apabullante pensar que la
audiencia de Federico Jiménez Losantos, toda o parte de ella, pueda dejarse
llevar por las opiniones de semejante comunicador.
Escucharle en sus diatribas contra los
partidos políticos y sus líderes a los que no hace tanto tiempo acunaba con
verdadero amor y ternura, para arrastrarlos posteriormente en ataques de furia
verbal que uno ya no sabe discernir si se deben al pánico a la quiebra
empresarial o algún trastorno grave que le empuja a creer que él alguna vez fue
referente de esos líderes a los que ahora desprecia, se convierte para mí en un
esperpento equiparable a sintonizar la SER o la COPE para oír a unos y otros
que la izquierda antiespañola y la derecha progre son lo que más conviene a una
España que, si Dios no lo remedia, en pocas décadas habrá solucionado sus
problemas independentistas porque todos nos vestiremos de chilaba y nos
inclinaremos hacia La Meca cinco veces al día.
Si escuchar a Losantos en esos momentos
de cabreo supino me recuerda invariablemente aquella secuencia de Malditos
Bastardos en la que Hitler, exasperado como un funcionario al que le exigen
trabajar, da manotazos sobre una mesa mientras grita desaforado “¡¡¡nein ,
nein, nein!!!”, atender a sus reflexiones sobre política internacional puede
resultar, sin embargo, verdaderamente epatante.
Para Federico Rusia es mala porque
siempre lo fue durante el comunismo. China también es mala por el mismo motivo
y quizás porque la mayoría de los chinos son ya más altos que él, Francia es
maravillosa porque desde hace años veranea allí, recluyéndose para leer novela
negra, y el estrecho de Ormuz…, el Estrecho de Ormuz es como volver a 1979,
cuando el entonces Presidente Suárez opinaba sobre el mismo asunto valiéndose
de unas nociones de geopolítica internacional que apenas servían para jugar al
Risk.
En internacional hay muchas cosas que a Losantos
se le escapan, pero opina sobre la cuestión como si estuviera recibiendo el
doctorado cum laude sobre tal materia. Y seguramente se le escapan porque no se
informa lo suficiente y probablemente porque ahora, casi a las puertas del mes
de agosto, su ánimo de “liberal” buscador de subvenciones está ya más pendiente
de las novelas que vaya a leer este verano mientras degusta algún queso gabacho
a las finas yerbas. Sea por lo que sea, sus nociones sobre Rusia y China se han
quedado ancladas en los 70 y los 80. Es como si el muro no hubiera caído y Mao,
desde las sombras, siguiese atornillando a la población a base de comunismo
amarillo. Pero han pasado cuatro décadas y, reconociendo abiertamente que ni un
país ni otro son la panacea de las libertades individuales ni de una libertad
de mercado modélica (y qué demonios, España tampoco lo es), lo que no se puede
ignorar a la hora de opinar sobre ellos es que, a estas alturas, no son ni la
sombra de lo que conocimos entonces.
Rusia está recuperando mucho de la
potencia que fue, aunque antaño lo fuera casi exclusivamente en el aspecto
militar, y ahora trata de seguir el camino económico que ya emprendiera China
hace cuatro décadas. No se puede decir que en Rusia gobierne un comunismo como el
del Politburó, aunque quedan muchas
mañas y modos aprendidos durante 70 años de tiranía roja que los gobernantes, y
no poca población, llevan ya insertado en el ADN. Si no se comprende tal cosa,
si no se sabe, entonces es sencillo quedar como el tonto del pueblo y seguir
machacando a la audiencia con una imagen de Rusia y Putin que no se corresponde
con la realidad que algunos, Losantos incluido, siguen sosteniendo en su idea
trasnochada de un mundo todavía polarizado en dos bloques, capitalista y
comunista, que ya no existe.
Con semejante visión de las cosas, es
fácil caer en el tópico alimentado aquí durante el franquismo de que Ucrania
siempre fue una tierra sojuzgada por los rusos, y que el conflicto que se vive
ahora es fruto de tal sometimiento histórico por parte de los comunistas
durante siete décadas, mas muchos siglos de dominio zarista. Y cuando quienes
siguen viendo el escenario ruso con semejantes lentes se enteran, si quieren,
que Ucrania es tan rusa que hasta Kiev fue la primera capital de Rusia, y que
el conflicto independentista que allí se vive ahora no tiene una sola razón
histórica y solo se debe al afán de control por parte de las castas corruptas
ucranianas, las razones para no bajarse del burro son tan previsibles que hasta
el propio Losantos contestó en cierta que hablar en estos términos de aquél
país era propio de antiguos comunistas y nostálgicos del terror rojo. Es decir,
que a la realidad se la desarma con la mentira y la audiencia se queda tan
contenta, “porque lo dice Federico”.
Si hablamos del caso de China, la
ignorancia del supuesto yerno de Sánchez Dragó pasa a ser de unas dimensiones
océanas. No hace falta haber viajado hasta allí para comprender que el país
vive un milagro económico enormemente relevante para el equilibrio mundial, ni es
necesario ser un erudito para saber buscar información fehaciente sobre los
logros de una economía que, aún controlada por un estado omnipresente que no se
ha quitado de encima el tufo comunista asimilado por tantas décadas de atroz
dictadura, ha sabido aplicar principios capitalistas que la han convertido en
lo que ya es por pleno derecho; una potencia mundial que valora mucho más el
comercio internacional que la injerencia militar.
De hecho, ambos países nos están dando a
los occidentales muchas lecciones que no queremos ni atender ni aprender, tales
como la manifiesta enemistad de ambos gobiernos contra la aberrante ideología
de género, a la que no hacen ni una sola concesión, protegiendo así a las
familias y a la infancia porque ellos, rusos y chinos, todavía creen que hay
que proteger a la sociedad desde su base contra ideologías propias de
degenerados; algo a lo que los occidentales no solo ya hemos renunciado en abierta
mayoría, sino que por añadidura subvencionamos alegremente a cualquier lobby
que se proponga destruir nuestra moral, identidad y cultura.
Desgraciadamente para su audiencia lanar,
Losantos parece anclado en aquél mundo en el que Brezhnev se empeñaba en que
Rusia fuera más comunista que nadie y Den Xiao Ping iniciaba las reformas de la
descolectivización de la agricultura y la apertura del régimen a la inversión
extranjera. Y no se puede ignorar la trayectoria de las últimas décadas de
ambos países si uno trata de opinar con argumentos que puedan ir más allá de
reconocer que en España hay muchos bazares chinos y que los rusos ricos compran
propiedades en la costa mediterránea. Semejante visión simplista podrá ser
válida cuando se lidera alguna tertulia de afines apesebrados que no contestan
a la contra, pero para opinar con un mínimo de seriedad sobre el asunto es
necesario actualizar la propia información y desechar los tópicos que parecen
anidar todavía en la mente del comunicador en jefe de EsRadio.
Aunque, bien pensado, quizás ya no se
trata de ofrecer información más o menos fidedigna. Tal vez estemos asistiendo
a un triste espectáculo de desquiciamiento fruto de los errores del pasado,
cuando en EsRadio ciertas tendencias dictatoriales deberían haberse corregido y
a algunos aprendices de machaca tendrían que haberlos mandado a cocinas a pelar
patatas. Ahora, aguardando el milagro que no llega y al amo bueno que no
existe, parece que lo único que puede esperarse
es que en política nacional Losantos se canse de sacudir a sus antiguos amigos
y pase a ser mecedora complaciente de Pablo Iglesias, y que en internacional
descubra abrumado que el Pacto de Varsovia ya no existe y que hace mucho tiempo
que China dejó de ser como Corea del Norte, otro país asiático donde, por
cierto, el gordito y esquizofrénico líder también es más alto que Federico.
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