Puede escuchar el texto al final del artículo.
Salvo excepciones,
en el mundo profesional el fracaso no recibe ni recompensa ni reconocimiento;
pero en política, si ciertos personajes han sabido trepar convenientemente (y en no pocas ocasiones el mérito de muchos
de ellos es únicamente trepar) el fracaso
en unas elecciones o en cualquier otro cometido conlleva la promesa de que el
fracasado podrá seguir manteniendo sus privilegios y su modo de vida en otro
puesto que su partido creará para la ocasión, o del que desalojarán al que ya
lo ocupaba anteriormente. Y en ocasiones más escandalosas, que tampoco son
escasas, el fracaso del político no es lo peor. Todos podemos recordar casos de
personajes preeminentes en sus respectivos partidos y puestos de gobierno que
jamás han dado explicaciones suficientemente claras sobre sus desmesurados
incrementos patrimoniales difícilmente justificables, y que una vez salen de la
política encuentran sus retiros de oro en los consejos de administración de las
grandes corporaciones a las que sirvieron fielmente desde sus puestos públicos.
Éstos últimos son la élite de los fracasados.
Si los directivos
de una empresa la llevan a la catástrofe, lo más normal es que sean sustituidos
inmediatamente. Tras las elecciones generales de este año, las formaciones que
han sufrido mayor descalabro han conservado en sus puestos a sus dirigentes.
Semejante diferencia de actuación se debe, seguramente, a que mientras una
empresa trata de obtener buenos resultados basándose en la eficiencia, los
partidos políticos son, ante todo, agencias de colocación y despilfarro de
dinero de los contribuyentes en las que sus líderes encuentran un modo de vida
del que jamás disfrutarían en el mundo laboral. Como decía un amigo hace mucho tiempo,
“a todos éstos les ponía yo unos años a reponer en las estanterías del
Carrefour, a recoger fruta, o a repartir todo el día con una furgoneta para que
se enteren bien lo que es trabajar por un sueldo”
Creo que el ejemplo
más reciente y palpable, por las dimensiones de desastre anunciado muchos meses
antes de la jornada electoral, es el de Podemos. Una formación que ha perdido
prácticamente la mitad de sus escaños en el congreso. Sin embargo, sus
principales representantes siguen al frente de su partido, aunque se enfrentan
a una situación de división interna suficientemente grave como para saltar a
titulares a cada momento. Ni Iglesias, ni Montero, ni Echenique admiten
abiertamente y sin reservas su responsabilidad en la caída de semejante banda
de perturbados. Como suele suceder en momentos así, la culpa la tienen los
demás. Y estos tres mentirosos patológicos siguen ocupando bien remunerados
puestos de relevancia de los que las bases no logran desalojar.
En esta ocasión es
el Partido Popular el que continúa con su dilatada tradición de colocar a sus
fracasados -exactamente igual que hacen
el resto de formaciones si tienen ocasión-
y es Pablo Casado quien premia los deméritos de dos de sus compañeros,
cuyos resultados les habrían valido el despido en cualquier compañía seria.
Nada menos que dos puestos políticos bien remunerados serán asignados a otros
tantos personajes que, en términos cuantitativos, lo único que han aportado a
su partido ha sido obtener unos resultados francamente lamentables.
Cayetana Álvarez de
Toledo, a quien no se le debe negar su valor para enfrentarse constantemente al
independentismo, con las consecuencias que ello suele contraer, ha encontrado
acomodo como portavoz del PP en el Congreso. Por otra parte Javier Maroto, protagonista
destacado en el hundimiento del PP vasco y cuyo papel electoral en su
circunscripción fue también manifiestamente mejorable, ocupará el puesto de
portavoz popular en el Senado. Y ambos cobrarán 14 jugosas pagas anuales,
además de dietas y otros privilegios.
Hoy es el PP quien
salva a sus fracasados. Otras veces es el PSOE. Recientemente, Podemos, como
no podía ser de otro modo desde que este
partido de falsarios dejó de ocultar que también es parte del sistema. Y Ciudadanos,
quizás ahora está más ocupado en recomponer su cúpula directiva tras las
dimisiones de varios de sus líderes prosocialistas en una crisis interna que ha
sido suficientemente seria como para estar a punto de provocar una guerra
interna que no ha llegado a suceder. Una crisis de la que se avisó en este blog
un mes antes de que se hiciera pública y que algún partidario naranja en las
redes llegó a calificar como “fake news”.
La política que vivimos
en España no es más que el triunfo de un sinfín de mediocres, que llegan para
quedarse y medrar, y donde el fracaso no
obtiene el castigo que merece, porque rara vez alguno de esos fracasados
afronta las consecuencias de sus actos.
0 comments:
Publicar un comentario
Cualquiera es libre de opinar aquí. Pero quien opine será responsable de sus palabras.