Puede escuchar el texto al final del artículo.
En según qué círculos, cuando comento que
la telebasura tiene más de basura que de tele, y que ningún informativo que se
tenga por serio, sea de prensa, radio o televisión, debería hacer promoción de
ciertos programas y sus personajes, soy yo el que acaba pareciendo un tarado
antisocial entre tantas personas “normales” a las que les interesa mucho más
que el hijo de una folclórica haya perdido 30 kilos que cualquier otra noticia
que pueda afectar a sus vidas desde el ámbito cultural, político o económico de
este desquiciado país.
En una ocasión un listillo me comentó que
yo, como liberal, no debería poner problemas a que los canales de televisión
pudiera emitir ese tipo de espacios. Le contesté que el mayor problema que yo
veo en ese clase de programaciones es que son absolutamente invasivas, que
aparecen a todas horas y que en la mayoría de ocasiones ocupan horarios que
están al alcance de niños que, a fuerza de ver semejantes espectáculos día a
día, acaban asimilando que lo que ven es completamente normal y que forma parte
de la vida misma.
Acto seguido le contesté que el público
que acepta con gusto que una serie de personajes, generalmente salidos de la
escombrera social más esperpéntica que pueda encontrarse, se dediquen a
convivir en una casa aislada, o a comentar en un plató sobre la vida y
desgracias de otros, o que acaban en una isla pasando hambre y hablando con un
coco como si éste fuera su confesor, no deja de ser un público de anormales que
hace el juego a toda una serie de concursantes, colaboradores y supuestos
periodistas que fuera de esos programas tendrían menos recorrido que un tipo en
bici en el Gran Premio de Japón.
Y por último, tuve que aclararle un
estúpido concepto que muchos tienen asumido y que no es más que el resultado de
una ignorancia de dimensiones océanas: ser liberal implica respetar la libertad
de otros tanto como la propia, pero eso no significa tener que aceptar todo lo
que se me quiera imponer en aras de otra pretendida “libertad” que trata de
convertirme en un ciudadano aborregado, obediente e ignorante.
Soy muy consciente de que a una gran
mayoría de público le gusta, y a no pocos apasiona: la telebasura en su más
amplia extensión. Y en tal definición no solo incluyo a programas como Sálvame,
Supervivientes y el resto de espacios que viven de traer y llevar a los
personajes de esos concursos y retorcerlos como a una toalla mojada. Para mí la
telebasura también abarca los informativos de no pocos canales, las tertulias
políticas más alucinantes, y las series y películas que hacen apología de
cualquier cosa que ataque a la libertad y a los principios correctos por los
que se rige cualquier persona mínimamente decente.
Sé que publicar esto apenas sirve para
nada y que le hace a uno impopular, pero les aseguro que plasmarlo en negro
sobre blanco me ha supuesto un desahogo que hace días estaba tratando de
encontrar. Hoy, harto por un momento de hablar de política basura y sus
tremendas consecuencias, he preferido enfocar mi esfuerzo en dejar clara mi
opinión sobre tantos medios -no hace
falta nombrarlos porque todos los conocemos-
cuyos comunicadores, tan solemnes y campanudos cuando sientan cátedra
sobre tal o cual partido político, sobre economía, o incluso sobre asuntos
internacionales, pasan sin apenas transición a hablar de las amantes de un
concursante o de los líos económicos de algún arruinado que vive de exclusivas.
Si eso son medios serios, entonces yo soy
el Marajá de Kapurtala.
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