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Ada Colau cumple a la perfección con el
perfil de político psicópata que ni siente ni padece. No tengo claro si su
cerril actitud se debe a un orgullo desmesurado, a una estupidez profunda, a un
sectarismo político digno de un estalinista, o a una combinación de todo lo
anterior.
Como hemos relatado en los últimos meses,
como muestran las noticias a diario, Barcelona se encamina al desastre a paso
firme conducida con mano decidida por Colau desde su sillón municipal. Pero
tengamos claro que el mérito de arruinar a una de las principales ciudades de
España y Europa no es exclusivo de esta arribista de lo público.
Colau está donde está gracias a los
votantes que la apoyaron - y que ya
sabían de lo que fue capaz durante su primer mandato - y a los que le han prestado votos para
sostenerla en el sillón. Todos son responsables de la situación de pesadilla
que vive la ciudad, aunque quien tiene la responsabilidad última es ella como
alcaldesa.
Hemos visto cómo todo lo que podía ir mal,
ha ido mal. Como en la Ley de Murphy, cuando se sientan las bases para que un
desastre suceda, sucede. El desaforado odio de Ada Colau y sus secuaces por el
turismo, una de las principales fuentes de ingresos de la ciudad, y las medidas
antiturismo que el ayuntamiento barcelonés ha ido implementando a iniciativa de
esta psicópata de la política han dado el único resultado que se podía esperar,
y la industria hotelera y de la restauración no han parado de cosechar malos
resultados que repercuten en la estabilidad económica de la ciudad y aumentan
la ya crecida precariedad laboral de la zona.
Colau y sus bolcheviques estelados siempre
han sido conscientes de que si a su boicot al turismo añadían el apoyo tácito
al crecimiento de la delincuencia, el efecto dominó se aceleraría la depresión
de una Barcelona que, tiempo atrás, ofrecía una imagen ciertamente fiel de
prosperidad e iniciativa privada. Y es precisamente eso, la prosperidad y la
iniciativa privada, lo que constituye el verdadero obstáculo al avance de esa
izquierda garbancera que se mueve por España a ritmo de manifa, batucada y
feminazismo, y que solo cambia de acento dependiendo de la región que pisa.
Lo que ahora sucede es que el engendro de
la Barcelona insegura, violenta, xenófoba y transarcoíris se les ha ido de las
manos a sus patrocinadores. La realidad se ha impuesto y lo que seguramente
estaba calculado y formaba parte del plan como mera propaganda, que consistía en provocar a los tour
operadores para que desviasen viajeros a otros lugares y que los países que mayoritariamente
visitaban la ciudad terminasen por avisar a sus ciudadanos de que Barcelona es
una ciudad a evitar, se ha convertido en una realidad innegable.
Porque en Barcelona, a un turista, y no
digamos a un vecino cualquiera, le puede suceder de todo y muy malo. Desde que le
roben la documentación, el dinero, la cámara y el celular, hasta acabar agredido
o asesinado en plena calle o en algún local nocturno, sin olvidar la
posibilidad de encontrar la propia vivienda ocupada o vandalizada en cualquier
momento. Las bandas de menas se ha multiplicado y campan libremente, mientras
políticos indeseables y comunicadores vendidos al independentismo justifican en
TV3 esos delitos porque los autores son menores que provienen de otras
culturas. Esto ha supuesto un efecto llamada a la delincuencia local. La peor y
merecida fama al servicio del anticapitalismo y antiespañolismo de unos tarados
que prefieren a toda una ciudadanía pobre e igual antes que diversa y
económicamente pujante.
Los
hurtos, robos y asesinatos han crecido de manera exponencial en el último medio
año. Los establecimientos hosteleros no han cumplido las previsiones de negocio,
que ya iban a la baja respecto a temporadas anteriores. Se incrementa el número
de locales comerciales que cierran y no abren al descender la rotación de
negocios, hay un cuantioso número de pisos nuevos que no se venden porque en
esos barrios la inseguridad no invita a nadie a establecerse, y áreas
comerciales e industriales desatendidas por sus proveedores porque cada vez más
repartidores y mensajeros se niegan a circular por esos sectores debido a los
asaltos a sus vehículos.
Y
Colau, como la política psicópata que es, en lugar de buscar los medios para
solucionar este enorme y gravísimo problema que se le ha ido de las manos,
invierte tiempo en declarar a quien quiera escucharla que la culpa de todo lo
que sucede la tiene la derecha en particular y el estado español en general.
Mientras, el Ministerio del Interior confirma que tan solo el número de robos
con violencia han crecido más de un 30% en la ciudad y su área metropolitana;
un aumento desproporcionado si lo comparamos con el 11.3% de incremento en toda
España.
Los
hurtos han acumulado un alza de 20 puntos porcentuales respecto al resto de la
nación y el total de denuncias en Barcelona, desde enero de este año hasta
septiembre, se coloca en prácticamente cien mil tramitaciones.
Las
fuerzas de seguridad locales se encuentran desbordadas y en buena medida
desmoralizadas. Fuentes de la Guardia Urbana de Barcelona reconocen que un
significativo índice de hurtos, reyertas e incluso menudeo de estupefacientes
está relacionado con el aumento de los manteros y de las manadas de menas.
Éstos últimos aparecen también relacionados con el tremendo incremento de
agresiones sexuales. Pero estas mismas fuentes rebelan el descontento de no
pocos agentes que saben que su trabajo se verá frustrado por las maniobras de
la alcaldesa Colau para minimizar la realidad delincuencial de la ciudad y
excusar y justificar a manteros, menas y cualquier otro inmigrante delincuente.
Ciertas
asociaciones vecinales tratan de presionar al ayuntamiento barcelonés para que
actúe de una vez; pero estas iniciativas parecen destinadas al fracaso. Al fin
y al cabo, el desorden público que se adueña de la ciudad es parte de la estrategia
de dominación izquierdista-anarquista que Colau y su partido, con la necesaria
colaboración de los socialistas que la mantienen en el puesto, experimentan en
la propia carne de los barceloneses quienes ven impotentes cómo sus
representantes políticos diluyen sus esfuerzos en asuntos que resultan
irrelevantes ante una situación de emergencia y seguridad pública.
Quedan
aún casi cuatro años de legislatura en el ayuntamiento barcelonés. O el Estado
toma las riendas en esta situación, o nada parece indicar que Ada Colau
rectifique y abandone su desidia cómplice con los crímenes que se están
produciendo. Hasta el momento, ni los asesinados, ni la ruina económica
creciente, ni el desorden social incipiente han sido estímulos suficientes para
que esta política psicópata, que ni siente sus errores ni padece por lo que
hace a sus ciudadanos, actúe en consecuencia y trabaje para devolver a
Barcelona al menos parte del esplendor perdido hace tanto tiempo.
Barcelona
parece condenada sin remisión. Pero esta inepta alcaldesa y su equipo de gobierno municipal no son los
únicos responsables. Junto a ellos están sus votantes, sus apoyos de coalición,
y quienes no hacen nada por ofrecer alternativas reales para corregir una
deriva que lleva a la ciudad al abismo. En pocas ocasiones podrá decirse con
tanto acierto que el aciago destino que se dibuja en el horizonte de una ciudad
es culpa de buena parte de sus habitantes. La ciudad condal necesita
desesperadamente un Rudy Giuliani sin complejos y con las agallas suficientes
para salvarla del desastre. Pero no parece que en la política local haya una
alternativa parecida. En la izquierda es imposible que se dé un personaje como
él. En la derecha cobarde y acomplejada tampoco hay condiciones idóneas para
encontrarlo. Y entre los independentistas, lo que ha primado siempre es “hacer
república” para asegurarse los cargos públicos necesarios para seguir saqueando
a Cataluña y al resto de España.
Ada
Colau es la responsable de la ejecución plan Kalergi en Barcelona y se muestra
orgullosa de ello. No hay más que repasar sus acciones y las hemerotecas. Sin
embargo, esta yonki del poder y del victimismo olvida que el Islam no paga a traidores ni justifica a herejes. Les ha
abierto la puerta y ellos no permitirán fácilmente que ésta vuelva a cerrarse.
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