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No creo que nadie dude a estas alturas que
la prueba del algodón para el liderato de Pablo Iglesias en Podemos será la
jornada electoral del 10 de noviembre. En este partido, el ambiente está más
revuelto de lo que suele trascender. No es para menos. La militancia más
participativa asume, aunque no esté dispuestas por ahora a reconocerlo
abiertamente, que en lo referido a cohesión e ilusión por un proyecto que
comenzó hace unos años, el punto de inflexión real que abrió los ojos a tantos
votantes que castigaron a Pablo Iglesias y su equipo en las últimas generales
no fue precisamente algún cambio de postura partidista sobre tal o cual asunto,
o el “veletismo” que Iglesias mostró cuando ofreció su apoyo al socialista
Sánchez tras años de haber insultado desde tribuna y medios al PSOE, acusándolo
de ser un partido esclavo del sistema y responsable de la “cal viva”.
Para algunos de esos militantes, el
verdadero punto de inflexión a partir del cual todo comenzó a discurrir
pendiente abajo fue el comportamiento personal de Pablo Iglesias, quien terminó
por demostrar ser no otra cosa que un líder populista al uso. Uno de esos que
en cuanto tienen la oportunidad prefieren vivir como uno más de esa élite a la
que tanto y tan descarnadamente critican durante años. Para esos desengañados
que aún continuaron por un tiempo en Podemos, el hecho de que Iglesias comprase
una vivienda y propiedad de lujo en una selecta localización de las cercanías
de Madrid les abrió los ojos. Hasta entonces no se habían apercibido de la naturaleza
megalómana y narcisista del personaje. Hizo falta una residencia de lujo para
convencerles de la gran farsa de su hasta ese momento iconizado líder. Otros
hechos similares entre los de la cúpula del partido, además de ciertas
decisiones internas absolutamente dictatoriales llevaron a los hoy desengañados
a ver a Podemos y sus dirigentes como otro de tantos partidos, nacido con unas
intenciones que ya no veían tan claras y que se había acomodado a parasitar del
sistema como cualquier otra formación de izquierdas y derechas.
Con algunos de estos desengañados de
Podemos en Aragón he conversado en las últimas horas para conocer sus opiniones
respecto al lanzamiento de Errejón y Más País a la política nacional con su
nuevo partido Más Pais. Por descontado, no he preguntado a ninguno de ellos a
quién votarán en las próximas generales. No es eso lo que me interesa en este
momento. Pero lo que me resulta más llamativo de las conversaciones que he
mantenido con estas personas es que ninguno de ellos tiene claro aún si Errejón
realmente abandonó Podemos por diferencias ideológicas con la dirección, o si
todo esto es una cuidada operación de disidencia controlada dentro de la
disidencia controlada de la izquierda que es en realidad Podemos. De hecho, una
de las personas con las que conversé me preguntó mi opinión, y le contesté que,
a estas alturas, yo tampoco lo tenía claro, porque cuando opino sobre política
mi premisa es no creer nada, dudar de lo que pueda parecer más evidente, y dar
por supuesto que en cualquier iniciativa de cualquier político siempre subyace
o una mala intención, o la estupidez más difícilmente descriptible.
Precisamente esas son las dudas que hoy
dejo planteadas aquí, y que el tiempo irá resolviendo.
Podemos está en franca caída libre. Si a
Iglesias y su cada vez más reducido grupo de gente de confianza no se le ocurre
algo, bien pudiera perder hasta un tercio de sus escaños parlamentarios. ¿La
aparición de Errejón con nuevo partido, que ya se experimentó con su
acercamiento anterior a Manuela Carmena, es una estratégia de pinza para atraer
a los descontentos de Podemos que sienten más simpatía por el PSOE que los
podemitas más radicales?
¿Si realmente Más País es un nuevo partido
de izquierda que pretende separarse de la sombra de Podemos, mantendrá esa
supuesta independencia en caso de conseguir representación parlamentaria? ¿Será
capaz Errejón de dotar a su partido de
personalidad propia para convencer a los izquierdistas descontentos de que Más País
es una nueva alternativa? ¿O están los asesores socialistas de Pedro Sánchez
apoyando a Más País para desbancar definitivamente a Pablo Iglesias y a
Podemos, como hiciera en los noventa el PSOE infiltrándose la rama comunista
que pugnaba por desalojar a Anguita de Izquierda Unida?
Como he señalado antes, yo no sé a qué
opción atenerme. Por el momento, lo único que tengo absolutamente claro es que
entre los intereses primordiales de los partidos políticos no figura
precisamente el bienestar y la seguridad de los españoles. Solo veo aquí un juego
de estrategia en el que las partes pugnan por conservar un poder que les
permita sobrevivir, haciéndolo además a costa de los españoles.
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