Puede escuchar el texto y ver la conferencia al final del artículo
Desde que comencé a aficionarme a la
historia, como simple lector nada más, fui siendo consciente, conforme leía,
que la historia real de nuestra nación y del mundo, en ocasiones se parecía
bien poco a lo que los libros de texto explicaban a nuestra generación.
Libros de texto que, en mi caso, desde tercero
de E.G.B (1973) en adelante, y tan solo por poner un ejemplo, obviaban en un
porcentaje casi total la historia de la Segunda República y el periodo de
preguerra civil. Dos décadas después, durante los 90, tuve ocasión de consultar
con detalle algunos de los libros de la misma asignatura para niños y
adolescentes. La enseñanza de historia había cambiado radicalmente, pero no
para mejor. Incluso me atrevería a decir que la manipulación impuesta por los
gobiernos del PSOE era todavía más sectaria de lo que fue la del franquismo en
mi infancia.
Del mismo modo, existe un aspecto de la
historia de España que apenas ha sido tratado en profundidad en el sistema
educativo, y que resulta enormemente revelador respecto al curso que ha seguido
nuestra nación en los últimos cinco siglos. Un aspecto de la historia sobre el
que recuerdo haber preguntado en alguna ocasión siendo niño, y que solo uno de aquéllos
profesores de entonces se tomó la molestia de explicarme, aunque no con
demasiada profundidad.
Fue más o menos a partir de los 12 ó 13
años de edad cuando comencé a preguntarme el por qué de tantas y tan grandes diferencias
entre los países anglosajones y los países mediterráneos. Diferencias que se
extendían también a las tierras que unos y otros habían colonizado y que más
tarde se constituirían en nuevas naciones.
Para mí era evidente el motivo de algunas
de esas diferencias; especialmente las culturales. Por eso me preguntaba a
menudo qué es lo que había provocado que unos países, generalmente los
anglosajones, fueran más prósperos en la mayoría de los aspectos, y por qué
otros, los mediterráneos con alguna excepción, estaban siempre en puestos de
menor preponderancia frente a los anteriores. ¿Por qué semejante abismo entre
las economías de unos y otros? ¿Por qué unos parecían estar siempre a la
vanguardia de la ciencia y de buena parte de la cultura mientras que los otros,
casi invariablemente, eran ejemplos más fieles de la sociedad del inmovilismo y
de la pérdida continuada de oportunidades?
Fue aquél profesor de E.G.B. quien me puso
en la pista durante una clase en la que la lección se centraba en el histórico
periodo de la Reforma. Al terminar la clase, unos pocos nos quedamos a
conversar con el profesor mientras los demás salían al recreo. Aquél profesor
fue muy cauto cuando nos explicó que la diferencia que se observaba entre esos
dos grupos de naciones comenzó a hacerse más profunda desde el momento en el
que una naciones se decantaron por seguir la Reforma y otras, por el contrario,
decidieron mantener su fidelidad a la iglesia de Roma e integrar lo que daría
en llamarse la Contra Reforma.
Años después comprendí por qué aquél
profesor había sido tan prudente al explicarnos aquella mini lección de
historia durante el recreo. En ese tiempo, con Franco muerto el año anterior,
España seguía siendo ultra católica en no pocos aspectos, un profesor no podía
“jugarse el tipo” alegremente hablando del protestantismo sin correr el serio
riesgo de caer en desgracia en el colegio.
Pero aquella breve clase de historia fue
suficiente para encaminarme con el paso de los años en la dirección apropiada
para comenzar a comprender, mediante el estudio de la historia y las
escrituras, qué suceso fue el determinante para que, en uno de los periodos más
interesantes de la historia de las naciones que formaban Europa tomasen dos
rumbos prácticamente opuestos que bien pronto definirían lo que desde entonces
serían dos formas muy diferentes de entender la cultura, la economía, el
trabajo, la política y hasta el sentido de la vida.
La Reforma fue ese punto a partir del cual los
pueblos que la abrazaron decidieron fundamentar todos los aspectos de sus vidas
en las enseñanzas de la Biblia, lo que constituiría una de las muchas diferencias
con el mundo católico y que, desde entonces hasta hoy, con aciertos y errores,
ha puesto a no pocos de los países de
fundamentos protestantes en los primeros puestos del mundo occidental.
Comprendo que éste sea un asunto que a
muchos católicos les disguste. En el transcurso de los años, casi todas las
veces que ha surgido alguna conversación al respecto, no pocos creyentes de la iglesia de Roma se han
sentido molestos y hasta alguno de ellos llegó a decirme en una ocasión que era
una lástima que no se hubieran quemado a más protestantes. Ahora bien;
comentarios estúpidos al margen, yo nunca pretendí iniciar una guerra de
doctrinas ni de credos. Lo que he defendido durante tantos años cada vez que ha
surgido la ocasión es que, para analizar la historia con objetividad, era
necesario desprenderse de filias y fobias y atenerse a los hechos y los
resultados de éstos.
En el siguiente vídeo, perteneciente al
canal de YouTube de César Vidal, el comunicador ofrece una conferencia titulada
El Legado de la Reforma, en que se analiza detalladamente lo que ha significado
la Reforma en occidente y cuál ha sido el resultado de dicha Reforma sobre las
naciones cuyos pueblos decidieron mayoritariamente, en un momento clave de la
historia, seguir el camino de las enseñanzas de la Biblia, en comparación con
otras naciones que se mantuvieron bajo el dominio espiritual de Roma y su sincrética
religión alejada del espíritu de las Escrituras. Una conferencia muy
recomendable para aficionados de la historia, independientemente del credo de
los oyentes.
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