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Corría por la España de mi más
tierna infancia, digamos desde finales de los 60s hasta la muerte de Franco, el
mito de las “suecas”. Podría decirse que en cuanto a lo geográfico, era un mito
genérico. Las chicas altas y rubias del norte de Europa que venían a las playas
españolas del final de la dictadura y que tenían absortos a los rodríguez
patrios podían ser noruegas, danesas, alemanas, holandesas…e incluso suecas.
Las “suecas”, para serlo,
debían cumplir un par de requisitos indispensables, tal y como se reflejaba
fielmente en las películas de lo que alguno denominó acertadamente como el
periodo del “Landismo”. Debían ser guapas y rubias, e imprescindiblemente altas
y esculturales. Si algo fallaba en ese conjunto, no eran “suecas”. Eran
extranjeras que estaban “muy buenas”, pero no eran “suecas”. Y así, aquél mito
de las “suecas”, al principiar los 80s, quedó en el olvido al tiempo que España
se modernizaba y la estatura media de las nuevas generaciones crecía
visiblemente. Mito que había contribuido a apuntalar especialmente la imagen
paradisíaca que no pocos españoles tenían de los países escandinavos, donde el
bienestar económico y la tranquilidad política y democrática creaban una imagen
de aquellas tierras como de un lejano planeta donde todo era más libre, diferente,
moderno, adinerado, y por supuesto, abarrotado de “suecas”.
Y no fue hasta un tiempo
después, cuando los españoles comenzaron a consumir más medios de información
de los que habían conocido hasta entonces, que conocieron la Cara B de aquellas
sociedades nórdicas. Un lado oscuro que en cualquier país convive con la imagen
idílica que uno pueda hacerse desde el exterior. Un lado oscuro que, en el caso
de los países nórdicos, es el resultado de un ambiente preponderadamente gris y
escaso de sol durante buena parte del año y de una personalidad colectiva que
sus habitantes han creado en torno a un modo de vida social que, en comparación
con los países más al sur, es mucho más frío y distante de lo que es habitual
en la franja central de Europa y en el área mediterránea. Un modo de vida de
los países escandinavos que les coloca en los lugares altos de la clasificación
de los países donde la tasa de trastornos mentales es elevada.
Han pasado muchos años. De
Suecia ya no llaman la atención las suecas. Lo que ahora se exporta desde allí
es el producto de una sociedad fría y acomodada en el infantilismo de las nuevas generaciones occidentales,
crecidas en el exceso y en la ausencia de solidos principios morales y éticos. Una
sociedad fría y acomodada que está dando como resultado una juventud que se
rige a tiempo completo por emociones y que sigue a iconos prefabricados a golpe
de selfies, redes sociales y mucho sensacionalismo.
El producto exportado se llama
Greta Thunberg. Un personaje cuyas fotos publicadas muestran a una niña de 16
años más bien menuda, con una cabeza bien grande y un aura de permanente cabreo
no disimulado. Todos conocemos ya a Greta. Los medios hacen caja con sus
correrías climáticas por la ONU, con sus asistencias las jornadas
internacionales de la cosa catastrofista y con sus ocurrencias ideadas por
quienes la manejan en las redes sociales para seguir rentabilizando su tirón
mediático de niña asperger en defensa del planeta.
Los patrocinadores del negocio
de la histeria climática han hecho balance y los resultados son realmente
buenos. Santa Greta de Soros, a la que algunos católicos desnortados han
comparado ya con su virgen María, es un producto que se vende bien entre un
público concreto que abarca desde los medios de información arrodillados ante
el dinero y la ideología globalista hasta la adolescente generación que aún
estudia secundaria y que admira a la niña sueca porque se pega media vida sin asistir
a sus clases, viaja por medio mundo y aparece en los medios envuelta en un halo
heroico muy estudiado.
Como todos los productos del
mercado, Greta tiene sus detractores. En
mi caso, la considero como algo parecido a un bebedizo de dos efectos. Uno, laxante;
y otro, vomitivo. Si el consumidor es medio idiota, unas pocas dosis de los
discursos de Greta le provocarán tal diarrea mental que lo mantendrán a la
fuerza encadenado a una suerte de inodoro intelectual. Pero si quien consume la
pócima es una persona con sentido crítico, de las que no se dejan llevar por
modas repentinas ni iconos inmediatos, la reacción será el vómito inmediato de
unos argumentos climáticos que no volverá a ingerir jamás.
En cualquier caso, el producto
Greta Thunberg se vende tan bien que la factoría Soros está preparando para su
lanzamiento una segunda versión de la niña sueca. Nada menos que su hermana
menor, llamada Beata Mona Lisa. Y no es broma. Se llama así. Este producto
alternativo de Greta también presenta problemas psicológicos, como su hermana
mayor, pero se diferencia del anterior en que su obsesión no es el
catastrofismo climático, sino más bien un feminismo devenido a feminazismo
victimista. Así que, con semejantes mimbres, este nuevo cesto tiene todos los
puntos para ser también un rotundo éxito de ventas entre esa juventud morada de
puño en alto que lincha a presuntos violadores blancos con el mismo empeño que
ignora a delincuentes sexuales de otras etnias.
Beata, ahora con 14 años, apunta
maneras bajo la mirada protectora de su madre, una cantante que llegó a
representar a su país en Eurovisión y cuya canción llegó a ser tildada de esquizofrénica porque hablaba de un
personaje que oía voces en su cabeza. Según explica la cantante en un libro recién
publicado sobre su familia a la sombra de la fama conseguida por Greta, su hija
Beata no quiere jugar a las cartas porque la dama nunca gana al rey y detesta
relacionarse con chicos en el recreo de su colegio porque son más ruidosos que
las chicas en una sociedad dirigida por las estructuras del patriarcado. Y como
la familia Thunberg se ha demostrado como un verdadero filón para la
civilización progre, hay quien ha visto las posibilidades que Beata reúne para
ser un nuevo icono y ya está siendo promocionada como cantante en la televisión
sueca. Así que, cuando la niña sea suficientemente conocida y haya causado el
impacto necesario, seguramente será catapultada al circo internacional de la
política alternativa, de los medios de comunicación y de los foros
internacionales globalistas como la versión feminazi de su hermana mayor.
Si alguien piensa que todo
esto es casual, le animo a que recapacite. La agenda globalista se asienta
principalmente sobre siete pilares. siete líneas de actuación de ámbito mundial
que transcurren sospechosamente juntas: feminismo, que hoy ya nada tiene que ver con
los principios del feminismo verdadero por haberse desplazado hacia el
radicalismo; expansión
la inmigración ilegal, especialmente si proviene de países islámicos;
aborto,
no sólo como herramienta para control de la población, también como método de
deshumanización del individuo; pedofilia, para hipersexualizar a la infancia
desde el principio de su vida; LGBT, como tendencia a imponer para control de
la población y exaltación de la sexualidad por encima de todo; eutanasia,
como el aborto, para control de la población y deshumanización de la sociedad,
y cambio
climático, como método de implantación de nuevos hábitos de consumo y
manipulación de masas por medio del miedo.
Desde los años 90s hemos
asistido al periódico y cada vez más vehemente resurgir del debate de sobre la
eutanasia. Hemos visto cómo los medios de comunicación, los partidos políticos
y todos los organismos nacionales e internacionales han favorecido y potenciado
la corriente LGBT con creciente imposición sobre la sociedad. Hemos sido
testigos de cómo el aborto ha ganado en aceptación incluso en sectores sociales
que por sus supuestas convicciones deberían rechazarlo. Estamos sufriendo en
nuestros países una estudiada y progresiva invasión del islam que ya en algunos
países muestra su violenta cara atentando contra la ciudadanía que les ha
acogido. Soportamos el empacho que los medios provocan con sus continuamente
fallidas previsiones sobre un cambio climático que se ha convertido ya en secta.
Aparece ante nuestros ojos una corriente paralela a la LGBTI que pugna por
normalizar la pederastia “consentida” por el menor incluso en el seno familiar.
Y nos enfrentamos a diario con noticias que muestran el odio enconado que el
feminismo provoca y predica desde las mujeres hacia los hombres.
Parece que ahora estamos en
una nueva etapa de la agenda globalista en la que la utilización de ídolos
adolescentes da sus frutos, arrastrando a los jóvenes hacia tendencias sobre
las que no mostraban ningún interés, como es el caso del cambio climático. La
aparición de Greta Thunberg vino seguida inmediatamente de organizadas
manifestaciones de estudiantes en varias capitales del mundo. Y quienes están
detrás de Greta saben que los jóvenes son inconstantes, de modo que la
mantienen constantemente en el escenario, llevándola a foros y conferencias,
cuidando incluso los detalles del transporte ecológico, para que el fenómeno
Greta siga vivo.
¿Toca ahora llevar el ultrafeminismo
a las masas adolescentes? Todo parece indicar que sí. Beata Thunberg está en
fase de preparación. Solo falta que papá Soros chasquee los dedos, y en poco
tiempo las niñas y jovencitas se unirán a las mayores en su lucha por
despreciar al hombre entre teñidos de pelo, puños en alto y gritos de odio. Y
cuando la cosa funcione, a buen seguro que la factoría Soros ya estará
perfilando al personaje menor de edad que querrá morir con el apoyo de medio
planeta, o el que clamará por su derecho a mantener relaciones sexuales con
adultos porque el amor es amor y lo demás son condicionantes hetero
patriarcales que le han arruinado su corta vida.
Y, si no, al tiempo.
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