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A estas alturas de la
película, sigo sin comprender cómo todavía queda alguien en el Partido Popular
que aún piensa que la regeneración liberal es posible dentro de la formación.
De acuerdo. Convengo con los
puristas liberales que el PP nunca fue un partido verdaderamente liberal,
aunque en algunas épocas llegó a parecerse tanto al liberal-conservadurismo
que, cuando gobernó entre 1996 y 2004, los frutos de su gestión económica bien
pronto se hicieron notar hasta el punto de que, como si de una catapulta se
tratase, España pasó de un estado económico y social de desesperanza y
catalepsia a constituirse en uno de esos despegues económicos que no pocos
catedráticos de economía en Estados Unidos y Canadá estimaron conveniente
mostrar a sus alumnos como ejemplo de lo que supuso entonces, y supondría hoy
si existiese voluntad de hacerlo, el poner en marcha una economía oxidada y
anquilosada y lanzarla a una velocidad de crucero que alzó a España al grupo de
economías más pujantes del mundo.
Convengo también con los
puristas liberales que aquello tuvo mucho de acierto y no poco de espejismo. Hasta
lo que se hizo bien, se podría haber hecho mucho mejor. Se perdió la
oportunidad de romper con ciertas servidumbres económicas y sociales que han
mantenido a España hipotecada a favor de unos pocos durante demasiado tiempo.
Una ruptura que habría sido más sencilla cuando la gente tenía los bolsillos
más llenos y podía presenciar en primera fila una realidad que tantos y tantos
se niegan a ver: la realidad que nos muestra, una y otra vez, que es la
iniciativa privada la que crea riqueza desde el mismo momento en el que se la
libera del yugo del estado.
Pero todo aquello acabó un 11
de marzo de 2004, cuando gracias al vuelco electoral propiciado por unos
atentados muy oportunos, el PP salió derrotado y un secretario general del PSOE llegó al gobierno de España con la
indiscutible intención de fijar el rumbo del país hacia la agenda globalista
del aborto, el feminazismo, la ideología de género, el blanqueamiento de
terroristas y el apoyo a independentistas más descarado de la corta historia
democrática Española. Pocos años después el Partido Popular dejó de existir tal
y como había sido, sumándose a la ruta de la agenda globalista y arrojando por
la borda todo lo que le sobraba, incluyendo a personajes de referencia en la
lucha política contra el terror de ETA y sus socios y la gran corrupción del
independentismo catalán.
Y década y media después de
encadenar un desastre tras otro, España se encuentra en los preliminares de lo
que bien pudiera ser el principio de uno de los momentos más aciagos de su
historia, con un presidente en funciones al que no se le puede encontrar una
sola buena cualidad, a punto de revivir lo que supuso para España un gobierno
frentepopulista del periodo de preguerra civil, y con una oposición que no
ofrece ninguna esperanza precisamente porque buena parte de ella está en el
globalismo climático, en la ideología de género y en el anti patriotismo bajo
el que viven los partidos que están por formar gobierno.
Fueron muchos los ilusos que
creyeron que Pablo Casado, el actual líder del PP y también ausente casi
siempre, como su antecesor el infame Mariano Rajoy, resucitaría el
aznarismo que tantos echamos de menos por sus luces y a pesar de sus sombras. Ilusos,
porque se han negado a admitir que el nuevo líder popular jamás habla
abiertamente de romper con la era del socialdemócrata y traidor Rajoy y porque aún
no se ha deshecho totalmente del sector rajoyista del partido, paso
absolutamente necesario para renovar una formación política caída en el descrédito
y la ignominia.
¿Y ahora, en la situación de
emergencia nacional que vive España, dónde está Pablo Casado? ¿Sigue vistiendo
un traje de ausente, como el que nunca se quitó Rajoy, ni aún en el momento crucial
de dar la cara en la moción de censura que le desbancó de la presidencia del
Gobierno para cederla al socialista Pedro Sánchez? El Partido Popular está más
pendiente ahora de aplaudir la gran comedia de la cumbre climática de Madrid
para no verse desplazado de la foto globalista, de no dejarse comer más terreno
a favor de Vox y de recoger los despojos de la gran debacle de Ciudadanos. ¿Pero,
dónde queda entonces el papel de hacer oposición, dada la responsabilidad que
conlleva ser el segundo partido más votado?
Las estrategias de
comunicación del PP siguen siendo penosas. Parecen ideadas desde el propio
partido para no estar presentes en los medios. Medios que ahora solo atienden
preferentemente a dos temas. La formación del gobierno de la nación y la cumbre climática de alabanza al globalismo y
santificación del guiñol Greta. Ni Casado ocupa un lugar preferente en la
actualidad, como sí debería suceder puesto que es el presidente del segundo
partido más votado por los electores, ni el Partido Popular obtiene un mínimo
de atención necesaria para poder ocupar un puesto de relevancia en la historia
de esta incipiente legislatura. Es como si Rajoy siguiera al frente de los
destinos de semejante banda de pusilánimes. Es como si este partido, en
realidad, formase parte de la gran farsa globalista que mantiene atento al gran
público con trucos de mago venido a menos, mientras los intereses globalistas
siguen avanzando en su estrategia de anulación de sociedades y naciones sin
importar el coste de semejante locura.
Es como si lográramos correr
el telón del fondo del escenario lo suficiente para ver cómo Rajoy, que no se
fue definitivamente, sigue moviendo los hilos que el poder le asignó en su día
para controlar a su sucesor y así asegurarse de que cualquier aire de cambio no
es más que eso, un soplo de aire, y que el PP no está por abandonar el papel de
comparsa del PSOE que, de la mano del mismo Rajoy, asumió en 2008 para dar
continuidad a lo iniciado por el abyecto Rodríguez Zapatero en 2004.
Pablo Casado no es
regeneración, aunque a muchos se lo pareció en su día. Los hechos de Casado no
apuntan precisamente a eso. Casado es continuidad, entre otras cosas porque así
lo dictaminan los que le gobiernan. Casado no se enfrenta a la ideología de
género, ni al aborto, ni a la ley de violencia de género, ni pugna por devolver
la soberanía de la nación al pueblo. Casado es continuidad. Y si llega un
tiempo en el que los medios comienzan a hacer sangre de Pablo Casado a diario,
y surge algún movimiento disidente entre los populares que acapare más noticias
que él, entonces sabremos que su tiempo ha acabado y es momento de presentar a
su relevo. No dejemos en el olvido lo sucedido con Albert Rivera.
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