Tráiganme ustedes a un forofo redomado de
cualquier partido político, y yo les mostraré a un alienado ajeno a la realidad
porque prefiere vivir en su secta ideológica.
En los últimos días me he cruzado con algunas
personas empeñadas en blanquear la siniestra imagen de su amado líder Pablo
Iglesias, negando que él haya tenido responsabilidad alguna en la gran tragedia
de las residencias de ancianos en las que el Covid 19 se ha cebado
especialmente. Resulta muy significativo que haya personas dispuestas a votar a
semejantes personajes. Bien podríamos decir que el político es, por definición y
de acuerdo a sus palabras y hechos, o un mentiroso, o un manipulador, o un
ladrón, o un aprovechado; y en no pocas ocasiones una mezcla de todo lo
anterior.
Pero por encima de todo ello, (o por debajo,
como se prefiera), existe el político que, por funesta añadidura, alberga
intenciones criminales y hace apología de la violencia y del atentado, sea
contra la vida de los no nacidos, o de quienes no piensan como él, o de cualquiera
que se convierta en su objetivo a batir.
Que Pablo Iglesias ha ido perdiendo votos y
capacidad de convocatoria conforme han transcurrido los años, es un hecho
innegable. En las últimas elecciones generales su nauseabundo partido Podemos
ha perdido prácticamente la mitad del electorado que un día consiguió aglutinar
a base de promesas difícilmente asumibles y consignas de barricada y violencia
que solo podían agradar a ingenuos, a terroristas en germen y a tarados ya
desarrollados. La criba del tiempo no ha dejado otra cosa en el partido, si
exceptuamos a algún ingenuo que todavía cree en ese mensaje troncal de la
izquierda que habla de igualdad y sopa boba para todos sin plantearse cómo se
puede llevar a cabo semejante estafa. Los que quedan ni siquiera se ocupan en ocultar
sus preferencias e intenciones. Y es por eso que no es nada extraño encontrar
fácilmente a uno de éstos justificando lo injustificable de la gestión ridícula
y posiblemente delincuencial de Iglesias.
La pregunta que surge es: ¿cómo se puede
insistir en defender a un político que hizo bandera del odio a los ricos y a
sus posesiones, de la demagogia más absurda, y de una gestión política limpia,
para incumplir todo ello en cuanto tal personaje alcanzó las primeras cotas de
poder? Para mí siempre será un misterio no completamente resuelto.
He leído últimamente mucho comentarios de
simpatizantes de Podemos exculpando de responsabilidades a Pablo Iglesias por
su ausencia de gestión en la tragedia humanitaria de las residencias durante la
epidemia del Covid 19. Todos ellos se aferran como a un clavo ardiendo a las
competencias de las comunidades autónomas en esta materia, cargando así contra
los presidentes autonómicos, especialmente si son del Partido Popular. Es el
único argumento que enarbolan al tiempo que ensordecen frente a otras razones y
callan bajo el peso de los hechos. No les importa convertirse en cómplices
morales de la mortandad por decenas de miles de nuestros ancianos, con tal de
defender ciegamente a un líder falsario que nunca hará nada por ellos si no es
esquilmarlos, empobrecerlos, y convertirlos en siervos de un estado comunista.
Si quienes forman parte de Podemos, bien como
militantes o simples simpatizantes, tuvieran un mínimo de esa dignidad que
enterraron hace años, habrían enviado a la escombrera a un Pablo Iglesias que,
mediante sospechosas maniobras, adquirió un chalet de esos de los que dijo en
su momento que le hacían sentirse ofendido porque eran de políticos que se
enriquecían. ¿A ningún militante o simpatizante de Podemos se le ha ocurrido
pensar que si Iglesias no hubiera llegado a la política y ascendido dentro de
ella, jamás habría podido adquirir una casa y una propiedad como las que decía
despreciar? ¿O es que a estos mismos militantes y simpatizantes de Podemos les
gustaría poder acceder también a una vivienda de semejantes características
para poder vivir precisamente como esa clase social a la que odian a diario?
En medio de este corrupto sistema de partidos
que nos gobierna, Podemos ha pasado de ser la mayor estafa a constituirse
definitivamente en otro chiringuito más al que acuden no pocos impresentables a
conseguir una parte del botín, y al que se asoma una militancia lúmpen que se
alimenta de mensajes de odio y de consignas de fracaso. Y por encima de ellos,
disfrutando de su vida regalada entre esa casta de la que tanto abominaba, se
encuentra un Pablo Iglesias que no ha cumplido con las obligaciones y
responsabilidades de su cargo, con un coste de vidas cifrado en decenas de
miles de ancianos a los que tanto detesta. Un Pablo Iglesias justificado por
esos mismos militantes y simpatizantes a los que no parece importar tampoco
demasiado esas decenas de miles vidas de esos ancianos, porque los ancianos no
votan a la ultraizquieda.
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