El periodo electoral de las
autonómicas en Galicia y las Vascongadas está ya en pleno paroxismo. Los partidos
políticos que pastan de este corrupto sistema mantenido con nuestros impuestos corren
en todas direcciones, como pollos sin cabeza, desesperados por plantar su
bandera y reclamar de nuevo una parcela del gigantesco pesebre en el que han
convertido a nuestra nación.
Las estrategias son las de toda la
vida. Nada nuevo bajo el sol. Agitación y odio contra el adversario con el que
no dudarán en pactar si eso les facilita apuntalarse en el poder; promesas de
bienestar que solo se cumplirán para los que pertenezcan a sus élites políticas,
y asimilación del mensaje que la agenda globalista promulga y que ya ha
invadido España, y cuyo objetivo no es otro que desmantelar la nación española
para convertirla en colonia del globalismo.
Una gran parte del pueblo español
vive engañada, confiando aún en que sus partidos políticos pueden reconducir y
reparar la situación de ruina que sufre España. Otra gran parte también vive en
un engaño similar. Deposita sus esperanzas en nuevos partidos de los que no
advierten cual es el verdadero fondo. Ninguna de estas nuevas formaciones comenzó
a participar limpiamente en el teatro político nacional. Ninguna, porque todas
ellas se subieron al carro de las subvenciones públicas conforme fueron
consiguiendo escaños en los diferentes ayuntamientos, diputaciones, parlamentos
autonómicos y en el Parlamento nacional. Porque los partidos nuevos son como
los partidos viejos. Viven de nuestros impuestos. Participan del banquete con
el que el sistema les alimenta, cuyo menú no es otro que nuestros dineros y
haciendas expoliados por un estado corrupto al que ellos, esos malditos
partidos, sostienen a su vez. ¿En semejante asociación entre Estado y
formaciones políticas, quien es el parásito y quien el parasitado? El parásito son ambos. Estado y partidos. El parasitado somos nosotros. El pueblo español,
que duerme el sueño del engaño, ajeno a la realidad, dividido, enfrentado,
esquilmado y sin mayores esperanzas que las de su día a día, en un bucle que
cada cuatro años le lleva a votar a quienes al día siguiente le volverán a
engañar mientras le ofrecen una migajas y otra dosis más de espejismo de
democracia.
Nunca en estas últimas décadas España
había estado parada ante tan pavoroso futuro como ahora. Lo que se sembró hace
ya tanto tiempo ha dado sus previsibles y podridos frutos que hay que arrojar urgentemente
fuera de la cesta, o acabarán por corromper lo poco que aún pueda quedar sano.
Esos frutos tarados son los políticos que figuran en las papeletas que los
españoles depositan obedientemente en las urnas. Políticos a los que ni un solo
español ha elegido para que le represente, porque vienen enumerados en unas
listas que las cúpulas de los partidos elaboran con quienes consideran dóciles
y serviles a la causa. A su causa particular, que no es la del pueblo.
El conformado pueblo español sigue
dispuesto a votar a los perturbados y corruptos que pueblan nuestro Congreso, a
pesar de las muestras que éstos dan cada día de su bajeza y miseria. Un pueblo
que vive en la resignación, porque se le ha acostumbrado a pensar que quien no
vota no es buen ciudadano y por tanto no tiene derecho a quejarse, y que la
abstención no sirve para nada. Pero la abstención puede ser un arma política
poderosa si hay suficientes ciudadanos que la ejercen. Cuando una mayoría deja
de votar en número suficiente, la legitimidad de la que hace gala la corrupta
clase política desaparece. Y sin legitimidad, es decir, con una mayoría de
españoles que no van a votar, que no dan carta de naturaleza con su voto
quienes se presentan en las listas para vivir del poder, la gobernabilidad que
ejercen los partidos se debilita como lo haría un cimiento de arena incapaz de
sostener el peso de ese mismo poder.
Las elecciones gallegas y vascas, que
se celebrarán en dos semanas, son una magnífica oportunidad para demostrar al
estado parasitario y corrompido que hay españoles dispuestos a ponerse en pie y
gritar “¡basta!” definitivamente. Esto ha sucedido en Francia recientemente.
Algo más del 60% de franceses se ha abstenido de votar. Todo un golpe sobre la
mesa contra un gobierno y un sistema de partidos que en ciertos aspectos ha
dado la vuelta a su propia nación como a un calcetín y la ha dejado hecha una
escombrera. La “grandeur” de Francia ha pasado a ser la “grandeur” de la
abstención francesa, y el gobierno francés, más concretamente el partido que
gobierna, el del globalista Macron, no podrá ignorar el grito, el “¡basta!” con
el que un 60% de los llamados a las urnas le ha abofeteado en plena cara.
¿Por qué España ha de ser menos? ¿Por
qué los españoles, expoliados, burlados, insultados y agredidos a diario por el
corrupto estado de partidos y quienes le sostienen, no ejercen su pleno derecho
a la abstención masiva para revertir el rumbo hacia el abismo al que nos llevan
precisamente quienes nos expolian, nos burlan, nos insultan y nos agreden?
La abstención masiva es abstención
activa, y constituye el primer paso para poder darnos un gobierno digno, un verdadero
y transparente sistema de representación ciudadana y una necesaria y urgente
separación de poderes como garantía de la protección de los ciudadanos y su
soberanía frente a los gobernantes que tiendan a ejercer compulsión en lugar de
gestión. Pero para lograrlo es necesario dar ese primer paso y despertar de la
fábula en la que los políticos vividores han aleccionado al pueblo para inducirle
a creer que la abstención no tiene ningún poder y que la verdadera voluntad
popular radica en la participación en las urnas.
La abstención también es un derecho,
digan lo que digan los vividores y quienes les apoyan. Es el derecho de quienes
no queremos favorecer a corruptos y engañadores. Y en las próximas elecciones
gallegas y vascas, aquellos que estén hartos de ser siervos en lugar de
ciudadanos tienen una oportunidad de oro para comprobar de primera mano cómo
una abstención masiva puede colocar contra las cuerdas a un gobierno felón e
indeseable.
Hagamos que tal oportunidad sea un
hecho histórico. Por una abstención masiva. No seamos siervos cómplices de la
corrupción. Seamos ciudadanos soberanos y libres.
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