Vengo insistiendo desde hace mucho tiempo que una de las características más deprimentes de esa gran mayoría obediente y aborregada del pueblo español es la vehemencia con la que defiende un hecho reprochable de su político y gobernante favorito; vehemencia completamente equivalente a la furia con la que condena ese mismo hecho en su político y gobernante más odiado.
Así ha sucedido en infinidad de
ocasiones cuando un político de uno u otro partido cometía la misma corrupción.
El del partido rival era juzgado y sentenciado por ser un completo chorizo
mientras que el del partido afín, seguramente, tendría alguna excusa o motivo
para cometer esa misma corrupción. A partir de ese momento, el discurso del “y
tú más” pasaba a ser el único argumento.
Es exactamente esto lo que está
ocurriendo con Juan Carlos I, en el punto de mira de la opinión pública desde
que comenzaron a publicarse sus andanzas financieras. Andanzas bien conocidas y
solapadas ya durante la transición por los medios de comunicación bajo un pacto
de silencio y temor.
Desde que hace no muchos años un par de diarios
digitales comenzaron a investigar a fondo y a publicar informaciones y documentación relacionadas con
las comisiones cobradas por Juan Carlos I, los comentarios desapasionados de
los lectores en esos mismos diarios y en las redes sociales son minoría,
mientras que los que defienden o atacan al emérito reflejan, por mayoría
aplastante, una visceralidad muchas veces equivalente a la ignorancia respecto
a lo que hablan. Visceralidad e ignorancia que son argumentos indispensables
para abanderar nuevamente el discurso del “y tú más” que pone en evidencia a
unos y a otros y que los define como peones del odio en un tablero de intereses
en el que éstos, los odiadores de vanguardia, no son más que carne de cañón
para quienes deciden dónde y cuándo debe estar cada pieza del juego.
El cuatro de agosto de 2020 César
Vidal recordaba en una entrevista emitida en el podcast de Protestante Digital varios
aspectos de los inicios del reinado de Juan Carlos I y cómo Roberto Centeno,
entonces alto cargo de CAMPSA, fue amonestado por Francisco Fernández Ordóñez,
ministro del PSOE, por haber cerrado contratos urgentes de importación de
petróleo de los países árabes sin el consentimiento de Manuel Prado y Colón de
Carvajal, testaferro de Juan Carlos I para la gestión de las comisiones del
entonces rey provenientes de los negocios del petróleo de Arabia Saudí y los
Emiratos.
Este mismo episodio es reproducido
por Wikipedia en su página dedicada a Manuel Prado y Colón de Carvajal, citando al propio Roberto Centeno:
La entrevista reviste un interés
máximo, pues en ella se desvela que Juan Carlos I no ha sido un simple
comisionista y perceptor de “regalos” durante los pasados diez o veinte años.
Ésta ha sido su actividad, consentida por toda la clase política, ya antes de
la transición.
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