Recuerdo con toda claridad al
personaje. Era un gitano de unos 30 años, dignamente vestido pero un poco
desaliñado, seguramente para parecer más desvalido de lo que realmente era, y
con una expresión de congoja en su rostro tan estudiada que observarle te movía
inmediatamente a darle 2.000 pesetas e invitarlo a comer en el primer bar que
apareciera en el camino. Eran los primeros años 90 en Madrid y más de la mitad
de las veces que yo viajaba en cierta línea de metro por la mañana aparecía
este bien parecido pícaro de voz amable, con un pequeño tupper de color naranja
en su mano, presentándolo ante sí con algunas monedas, para que nos quedara
claro al pasaje que la cosa iba de dejar algunos cuartos ahí dentro.
.- “Es triste de pedil, pero más
triste es de robal”… clamaba con sentida voz cuando iniciaba su interpretación
en cada uno de los vagones por los que iba pasando. Y a semejante apertura, sin
chuleta ni apuntador que valga, iba encadenando retazos de una historia digna
de Dickens con la que trataba de convencer a la audiencia de que si hacía “eso de
pedil” por todo Madrid, era para no verse obligado a delinquir y correr el
riesgo de volver al talego. “Y cada mañana se lleva una pasta” me comentó un
pasajero en una de esas ocasiones en las que aquél comediante del metro de
Madrid pasó por mi lado, enseñándome su tupper naranja en el que nunca cayó una
sola de mis monedas, porque ya entonces tenía yo por norma no dejarme liar por cuentos
de vividores profesionales.
Y fue ese “Es triste de pedil…” lo
primero que vino a mi mente cuando recibí por whatsapp una imagen extraída de la
portada de Libertad Digital. Concretamente el banner que lleva a reproducir un
vídeo en el que los primeros espadas de la casa, devenidos a muletillas con más
pintas de hambre que de tablas, hablan de la libertad de información de su
diario y su radio y de la necesidad de protegerla para seguir informando “más
mejor” que nadie, que hubiera dicho Johan Cruyff.
Dicho banner, en tonos de gris para
que dé tanta pena como la vida con tintes de Dickens de aquél gitano del metro de Madrid, no
motiva precisamente a ver un video de nada, a mi parecer. Los rostros de los
cuatro jinetes responsables del apocalipsis particular del grupo Libertad
Digital / EsRadio están entre un cartel de Se Busca y una orla de FP1 de corte
y confección. En realidad, esa imagen con los cuatro del patíbulo es como el
tupper naranja del pícaro del metro. También se trata de soltar los cuartos.
Jiménez Lospanchos achina los ojos
como para leer una cartulina sin tener que usar gafas. Pobre guion para una
llamada de auxilio a lectores, oyentes y accionistas, a tenor de lo que el
vídeo de marras transmite. Quizás los oyentes y lectores no recuerden los
devaneos del de Orihuela con Abascal, con Casado y con Rivera y sus posteriores
odios hacia los tres, dependiendo de las derrotas de unos y otros. Y si lo
recuerdan, ¿qué más da a estas alturas? Se trata de la libertad y todas esas
cosas que quedan tan bien.
Luis Herrero aparece con la cara de
ese niño despistado y glotón que se ve en todas las fotos de curso de cualquier
colegio de primaria. Hasta su camisa recuerda al baby a rayas que nos ponían en
parvulitos a los de nuestra generación de los 60s. Desde que se hizo cargo de
la “noche sin César” como le gustó bromear al día siguiente de la salida de la
radio de César Vidal, Herrero no ha demostrado otra cosa que no tener ni la
cuarta parte del talento del anterior para fidelizar a una audiencia tan
numerosa como la que tuvo el propio Vidal. Dudoso galardón para Herrero y agujero
de publicidad para la casa. Deméritos que no cuentan a la hora de tratar de
mejorar una programación ni de poner en su sitio al que ocupó el puesto
simplemente porque no había nadie más para ello.
Lo de Luis del Pino es más profundo. Entre
ensimismado y ausente, su rostro es el de una liebre a la que le echan las luces
largas de noche por la carretera. De los cuatro es el menos expresivo. Más
tótem. La única diferencia entre un moai de la Isla de Pascua y él es que a la
cabeza isleña le sobra la barba y el bigote. Pero, por lo demás, el Luis del
Pino de la foto bien podría figurar de busto a la entrada de un antiguo panteón
y seguro que haría un papel digno. Ascendido a la primera línea de la empresa
en cuanto a imagen, cualquiera puede darse cuenta de que su programa nunca tuvo
peso suficiente cuando EsRadio disponía de las figuras que luego fueron
desapareciendo. Es como si ese sitio de relevancia en la alineación de
titulares en gris le viniera grande, pero ahí está porque a alguien había que poner
para tapar el hueco.
Y lo de Dieter Brandau… lo de Dieter
Brandau sí es la cara de pena que los tres anteriores no lograron poner para la
foto. Es la expresión de “esto se va a pique por proa y a ver qué jefe
encuentro yo ahora para hacerle la pelota a las doce del mediodía” La sombra de Dickens aparece de nuevo y la
expresión de Brandau, en tiempos apodado el MadelMan en los mentideros de la
empresa, recuerda a la del empleado Bob Cratchit, mal pagado y humillado por
Ebenezer Scrooge en el maravilloso Cuento de Navidad. Realmente es todo pena.
De albergue de transeúntes por lo menos.
“Es triste de pedil…” se lamentaba
aquél profesional de la mangancia en el metro de Madrid. Y es verdaderamente
triste contemplar la foto en grises de estos cuatro figuras que nos avisan de
que si los lectores y oyentes del grupo
no sueltan la mosca, la libertad de información estará en serio riesgo de
desaparecer. Como si esa empresa fuera la salvaguarda, la última línea de
defensa de esa libertad. Yo ignoro si tan lamentable imagen se habrá debido a
alguna estrategia para motivar más la pena además del interés del lector. Es “triste
de pedil”, pero más triste es hacer el ridículo de cara a la galería. Sobre
todo, porque a estas alturas la desaparición de este medio no supondría ninguna
merma a la información libre precisamente. Un diario digital y una radio que
lleva años criticando o alabando según sople el viento de la posible
subvención, de la deseada publicidad institucional y del favor del político
presumiblemente ganador no pueden ser ejemplos de libertad en absoluto. Desde
el punto de vista del periodismo independiente, lo peor que le podría pasar a
LD / EsRadio es que un lector y un oyente críticos, de los que no se dejan
guiar a ciegas por los que diga un gurú cualquiera, llegue a la conclusión de
que no encuentra diferencia alguna entre un medio como éste y la SER, El País,
La Sexta o 13TV, por poner unos pocos ejemplos de conocida “objetividad
periodística”. Es lo peor que le podría pasar, y es precisamente lo que ha
sucedido año tras año en curso descendente de contabilidad delirante.
Lejos quedaron los tiempos aquellos
en los que este grupo de comunicación ofrecía contenidos de calidad y libertad.
La salida precipitada de unos y la purga sectaria hacia otros acabó por
convertir a esta empresa precisamente en lo contrario de lo que decía ser. Los
valores liberales se habían esfumado frente a los favores políticos mal
disimulados, los programas concedidos a dedo a amantes y enchufados, y la
búsqueda cada vez más acuciante de un amo comprensivo que pusiera dinero para
salvar una desastrosa gestión que muy posiblemente desembocará en ese
apocalipsis que, unos más y otros menos, por orgullo o por seguidismo, estos
cuatro jinetes en gris parecen anunciar desde ese banner que enlaza al vídeo y
al que solo le falta un fondo de relámpagos, negras nubes y huesos calcinados.
No. Ni Libertad Digital ni EsRadio
son medios objetivos, ni sus comunicadores son precisamente la panacea del
saber que cualquier oyente y cualquier lector necesitan para poder discernir lo
que pasa por España y el mundo. Por eso su audiencia es cada año más hooligan y
menos objetiva. Y con semejantes mimbres es muy posible que el cesto en el que
los incautos depositen sus contribuciones para “salvar la libertad y luchar
contra este gobierno” se convierta en un voraz sumidero que se trague sus
dineros a cambio de nada, hasta que toque volverlos a poner en otro nuevo intento
de ampliación de capital o en otra venta de cestas de navidad. Y es que la necesidad
de fondos es tan acuciante que la desmedida carga de anuncios hace realmente
difícil en ocasiones navegar por el diario digital mientras el usuario pierde
el tiempo cerrando ventanas que dificultan hasta el ataque de nervios leer las
noticias.
Que el gris de la foto de marras sea
profético respecto al futuro de la empresa será algo que posiblemente no
tardaremos en comprobar. Y solo evita que yo lo vea desde la indiferencia el
hecho de que no pocos trabajadores puedan quedar en la calle, al tiempo que
unos pocos se habrán preocupado de asegurarse un buen colchón sobre el que caer
en caso de que Libertad Digital / EsRadio quede para el desguace.
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