Los vuelcos electorales nunca son
casuales. Ni en América, ni en España, ni en el Turquestán. Siempre hay un
motivo que, por añadidura, nunca es claro. Recuerden ustedes lo sucedido en
España en marzo de 2004, cuando todas las encuestas daban como ganador a un PP
que había puesto a España en el mapa internacional y a su economía a funcionar
como una locomotora. Unas oportunas bombas y el horror de 200 muertos y casi
dos mil heridos sirvieron de “casual” trampolín al impresentable Zapatero y al
indeseable Rubalcaba para llega al poder e inicial este declive que España vive
y del que no se librará si no es por la intervención del altísimo.
Donald J. Trump no puede ganar. Tal
es el afán en el que están empeñados hasta la extenuación todos los frentes que
aglutina la degenerada y miserable agenda globalista. Una agenda globalista que
no puede permitir que Trump siga “haciendo a América grande de nuevo”. Para eso
han presentado a su candidato. El oscuro Joe Biden que lidera el intento de un aborrecible
Partido Demócrata tomado al asalto por quienes alientan la inmigración ilegal,
el recorte de derechos individuales, el socialismo, el avance LGTB y el
enfrentamiento racial. Y es muy posible que sea por todo eso por lo que “muy
sospechosamente” los resultados, hoy descaradamente favorables a Biden en
algunos estados donde los sondeos eran radicalmente propicios a Trump, hagan
plantearse a muchos qué está sucediendo realmente en el conteo de votos. ¿Hay
antecedentes de pucherazo en el historial de andanzas del Partido Demócrata?
Los hay. John F. Kennedy llegó de ese modo a la Casa Blanca, exactamente igual
que unos años antes consiguió ser gobernador de Massachusetts. Hoy, en plena
guerra política, el recuento de votos está bajo sospecha en Pensilvanya y
Wisconsin. Toca esperar. Pero no descartemos que el Tribunal Supremo acabe por
intervenir ante la denuncia de Trump.
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