Es muy descriptivo que el 12 de
octubre de este año 2010, Día de la Hispanidad, vaya a pasar a las hemerotecas
por incidentes que nada tienen que ver con lo que se pretende en esta
celebración.
Los abucheos dirigidos al
presidente Rodríguez Zapatero han acabado por convertirse en una tradición en este
día, y no quedan atenuados por mucho que la organización del desfile de las
fuerzas armadas haga los arreglos necesarios para que las autoridades
asistentes estén cada vez menos accesibles al público.
Seguramente todos estaremos de
acuerdo en que manifestarse contrariamente a un presidente de gobierno entra
dentro del derecho a la libertad de expresión; libertad de la que disponen
incluso quienes no la respetan. Pero, ayer, los que abuchearon a Zapatero pidiendo
su dimisión quedaron como verdaderos brutos sin el más mínimo sentimiento de
respeto cuando continuaron gritando durante el homenaje a los caídos. Un
malestar expresado posteriormente hasta por los familiares de los fallecidos a
quien iba dirigido el homenaje. Un respeto a los caídos que el gobierno debería
ser el primero en manifestar, así como el rey, cuando sus cadáveres llegan de
madrugada y envueltos en cierto secretismo que procura evitar el reconocer que
hay españoles en guerra, que se juegan la vida por menos reconocimiento
gubernamental que la unidad de la UME creada para mayor gloria de un Zapatero
pacifista que mantiene a soldados en Afganistán.
Pero otros radicales, que también
tienen una larga tradición de insulto en su haber, entraron en juego en este
circo. Ministros del gobierno socialista y líderes destacados del mismo partido
declararon que las protestas contra zapatero salieron de las bocas de ultra
derechistas. Esto es rigurosamente falso si lo que se pretende es englobar a
cualquier oposición dentro de la ultra derecha. Es una actitud típica de Hugo
Chávez, o del aparato de propaganda de agitación del PSOE, que para el caso es
lo mismo.
No es una minoritaria ultra
derecha la que coloca a Zapatero en un 28.5 puntos de intención de voto. Parece
que olvidan este pequeño detalle, publicado incluso por periódicos
zapateristas, tanto socialistas de partido, ministros, como presidente de gobierno
incluido. En el extremo de los defensores de Zapatero aparece, una vez más,
José María Calleja, en la tertulia matinal de Onda Cero con Carlos Herrera,
comparando sibilinamente a quienes abuchearon a Zapatero durante el momento de
homenaje a los fallecidos en acto de servicio con los que gritan a favor de ETA
durante las manifestaciones. José Blanco, ministro de fomento por premio a sus
servicios prestados a la causa del partido, declara también estar acostumbrado
a que la derecha no respeta nada. Otro ejercicio de cinismo con calificación de
sobresaliente para uno de los principales responsables de la campaña de acoso a
sedes y militantes del PP durante las elecciones generales de 2004, así como de
la estrategia de aislamiento social, mediático y político contra la derecha,
especialmente virulenta durante la primera legislatura del gobierno de ZP. Los
que se duelen ahora de la depreciada imagen de Zapatero, cuya “marca” ZP ya no
vende nada en absoluto, no dijeron ni una sola palabra para condenar otras
campañas de insulto sistemático, acompañadas en ocasiones con claras amenazas,
cuando éstas van dirigidas a políticos y autoridades de la oposición, como ha como
suele
suceder
contra Esperanza Aguirre.
Quizás, con lo que prefiero
quedarme del ambiente de crítica de ayer contra la persona de Rodríguez
Zapatero, es con la certeza de que su descrédito, así como el de su gobierno,
partido y sindicatos afines, se debe casi al 100% a su estrepitoso fracaso en
política económica y empleo, y al no haber sido capaz de pilotar
convenientemente España para paliar en lo posible los terribles estragos de la
crisis. La oposición no ha hecho méritos para derribar al zapaterismo. Es la
ciudadanía, aunque tarde y mal, la que se está revelando contra un presidente
de gobierno noqueado por su propia circunstancia.
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