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Normalmente, en un partido de las
características del PP o del PSOE, cuando la cosa viene mal dada y se espera un
descenso de votos, el pánico a perder el cargo, el enchufe y el dinerito que se
puede cobrar como consejero, concejal o asesor en una administración local o
autonómica suele ser cosa de los de abajo. De los pardillos que más se
esfuerzan en las campañas electorales, esperando caer bien a los de arriba. De
los que traen y llevan carteles, que preparan los escenarios, se quedan al
final de cada acto público a barrer, recoger sillas y mesas y retirar la
decoración… haciendo méritos con la esperanza de formar parte, algún día, de ese
grupo de privilegiados que alcanza un sueldo público representando a su
partido.
En estos partidos al uso -al uso español, porque en algún otro país
que conozco bien los partidos políticos prácticamente desaparecen hasta la
próxima campaña, mientras que en España siguen siendo estomagantes
protagonistas de titulares a diario- la
estructura del peloteo, del alago y de las zancadillas es idéntico. Un
escalafón superior, que pincha y corta el bacalao, una jerarquía media, de
gente que llega a creerse imprescindible hasta que prescinden de esa gente por
otra de la que prescindirán más adelante, y una base militante ilusionada en un
proyecto en el que solo creen los ilusos, quienes se marcharían a sus casas a
toda prisa si conocieran realmente a algunos de sus candidatos preferidos.
EL domingo 26 de mayo será una fecha
crucial para un buen número de los que aún conservan sus puestos y puestitos de
privilegio en el PP. Se calcula que casi 23.000 peperos, entre alcaldes,
concejales y demás vividores a costa de los contribuyentes, ven ahora en el
aire su modo de vida. Un modo de vida que no pasa precisamente por picar
zanjas, reponer en un supermercado o estar vigilando una nave en un polígono
doce o catorce horas diarias con un día libre a la semana.
Sueldos, dietas por asistencias a plenos y comisiones, extras por
pertenecer a tal o cual comisión intermunicipal, comarcal o vaya usted a saber
qué..., Si hablamos solo por lo legal, más de un lector ajeno a la política
municipal y autonómica, pero contribuyente expoliado por estos políticos
malnacidos y ladrones, se sorprendería de la cantidad de dinero que se
“levantan” cada mes aquellos a quienes han votado para ser representados en las
instituciones.
Recuerdo bien la campaña municipal de
2011 de cierto municipio de poco más de 3.100 habitantes en la que el alcalde y
sus concejales, la militancia y los adeptos de las familias que habían recibido
favores municipales durante ocho años, trataron por todos los medios de que su
jefe no perdiera la alcaldía bajo ningún concepto.
No lo consiguieron por apenas unos votos.
Queda para otro artículo hablar de los
medios que se valieron para tratar de “convencer” a los votantes. El caso es
que aquél personaje pasó a la oposición, para acabar desapareciendo
posteriormente de la política por culpa de sus propios errores. Como alcalde
decía tener un sueldo de 1.500 €, además de las dietas por asistencia a plenos
y comisiones, que no eran pocas, más lo que quisiera añadir cada vez que
representaba al pueblo en algún acto oficial… más un extra de unos 22.000 €
anuales en 14 pagas por formar parte, como consejero, asesor, o lo que quisiera
llamarse a sí mismo, en algunos de los organismos provinciales en los que su
partido le había enchufado. Hagan ustedes la cuenta. Y añadan después lo que
personajes de este jaez suelen “pillar” en comisiones, mordidas o manos
egipcias respecto a licencias de apertura, de construcción, adjudicaciones de
proyectos… etc.
El caso descrito no tiene que ser
necesariamente del Partido Popular. Pero créanme si les digo que en ambos
partidos, PP y PSOE, por toda España, así como en otros partidos de
implantación más autonómica que nacional, lo que he comentado es lo habitual.
Pero en estas municipales y autonómicas,
si hay un caso especialmente crítico en política nacional, es el Partido
Popular. Un partido mermado de recursos y de congresistas tras el varapalo de
las pasadas Elecciones Generales. De esos casi 23.000 cargos autonómicos y
municipales, hay un altísimo porcentaje que hace de la política su principal
medio de vida. Y en un buen número de casos de ese altísimo porcentaje hay
políticos profesionales que jamás, o casi nunca antes, han trabajado ni
cotizado fuera del mundo político y, francamente, si yo necesitara contratar
trabajadores, no se me ocurriría hacerlo entre desempleados cuyo único mérito laboral ha
sido, precisamente, vivir del dinero público a cambio de votar en un pleno o
una comisión lo que ordena el todopoderoso partido.
Existe una diferencia abismal entre los
políticos de los tiempos de la transición y la primera década y media de esta
supuesta democracia, y los políticos de medio pelo que ahora tenemos que sufrir
a diario.
Los primeros, por norma general, tenían
una preparación superior y una experiencia laboral real que deja a la altura
del barro a la banda de mediocres que soportamos desde hace tantos años,
crecidos en un sistema educativo nefasto en el que el santificado Rubalcaba
dejó su impronta. Políticos de hoy que llegaron a la política demasiado jóvenes
y que no han sabido lo que significa presentarse a una entrevista de trabajo
con otros cientos de candidatos, ni han conocido lo que supone crear una
empresa en este estado delirantemente intervencionista, ni tienen idea de lo
que supone tratar de llegar a fin de mes cobrando un subsidio de paro que a
veces no da para pagar los gastos necesarios de una familia.
Políticos como éstos son los que pueblan
los dos grandes partidos nacionales, los partidos autonómicos de más
implantación, sin olvidar que las otras dos formaciones que lo fueron de
aluvión en su momento, Ciudadanos y Vox, también cuentan con un buen número de
desertores de los otros grupos que, lejos de buscar un ideal perdido, están a
lo que están, y a lo que están es a pillar cargo tras el próximo 26 M.
Si la mitad de todos esos cargos públicos
y de partido que mantiene el PP pierden sus puestos, lo que se jugará el PP será
mucho más que un montón de sueldos de vividores que no dudarían en pasarse a otro
partido si tuvieran asegurada la paga. Lo que estará en juego en el PP será la
propia supervivencia como formación política. Lo que suceda a partir de la
noche del próximo domingo podrá suponer una fecha a señalar en la historia
política de España. Y si sucede lo peor, bien podrá decirse que los pocos que asegurábamos
en 2008 que Rajoy, con su nuevo rumbo socialdemócrata a rueda del PSOE, más
parecía el encargado de la demolición del Partido Popular que el líder de una
alternativa de gobierno, supimos ver que, habiendo un partido socialdemócrata
de implantación nacional, como era el PSOE, el electorado acabaría por darse
cuenta de que no hacía falta otro, mera imitación del original en cuanto a
ideario, corrupción y traición a la nación.
Publicado en Rambla libre el 25 de abril de 2019 bajo el título
"Lo que se juega de verdad el domingo"
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