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Cuanto más asno es el votante medio
de un político, menos cuidado necesita tener dicho político a la hora de hacer
declaraciones. Es una relación inversamente proporcional, porque al votante
lanar no hace falta convencerle con argumentos inteligentes y desarrollados. Al
votante lanar se le gana con consignas. En España el concepto quedó muy claro
en 1982 cuando el pueblo acudió en masa a las urnas obedeciendo a un “OTAN, de
entrada NO”, que no mucho tiempo después
se convirtió en un “OTAN, de cabeza allà vamos”
Pero, si bien Felipe González tenía
una cierta entidad como político, sin perjuicio de las canalladas que cometió y
cuyas consecuencias aún estamos pagando, hay otros personajes, cuarenta años
después, que no pasarían la nota de corte para acceder a las pruebas selectivas
para ocupar el puesto de tonto del pueblo.
Quim Torra entra en tal perfil. El
actual presidente independentista de la Generalidad de Cataluña tiene poco de
intelectual aunque pretenda parecerlo, y aún menos de estadista aunque trate de
hacerse pasar por tal. En realidad no es más que un sectario guiñol que habla y
actúa al dictado de quienes gobiernan realmente en la región desde sus cómodos
sillones de ciertos consejos de administración, desde alguna abadía y no pocos
monasterios y parroquias, y desde el sofá de la residencia del matrimonio
Pujol.
Torra no pasa de ser un personaje
menor que ocupa el cargo de responsabilidad actual siendo el sustituto de un
sustituto de otro sustituto. Esto puede parecer una opinión sin fondo alguno,
pero si prestamos atención a todo lo sucedido en Cataluña, observaremos que el
nivel, preparación y peso político de los que ahora ocupan puestos de
responsabilidad ha ido decreciendo en la
misma proporción que ha aumentado la mediocridad de los mismos. Ninguno se
salva.
Quim Torra, como presidente de la
Generalidad, se ha dirigido recientemente a los empresarios catalanes para
tratar de convencerles de las bondades económicas que traería la implantación
de la república catalana. Empresarios que, mientras asisten a las reuniones con
Torra, siguen moviendo las sedes de no pocas empresas con destino a otras
comunidades.
En su última soflama a los
empresarios, el presidente catalán ha solicitado de ellos que apoyen el proceso
independentista para que dejen de pagar la energía eléctrica más cara de
Europa. Lo que no ha acabado de explicar es cómo piensa lograr tal cosa en una
supuesta República Catalana.
Cataluña dista muchísimo de ser
autosuficiente energéticamente. Exactamente igual que el resto de España. En
territorio catalán existen muy pocas centrales eléctricas de cualquier tipo, y
la Central Nuclear de Vandellós está en el punto de mira del cierre desde hace
muchos años. Un cierre que no obedece a criterios de obsolescencia, sino que
forma parte de la estrategia antinuclear disfrazada de ecologismo que persigue
convertir a España entera en esclava energética de otros países por meros
intereses económicos; y la comunidad catalana no es una excepción en esa
estrategia.
Dentro del independentismo hay quien
defiende que la República Catalana sería un paraíso energético explotando los
supuestos yacimientos de petróleo que existen en el subsuelo continental y
marítimo. El problema es averiguar cuanto de verdad hay en esos yacimientos;
porque dependiendo de la fuente de información, éstos son de una u otra calidad
de crudo, de mayor o menor volumen y de cierto o incierto interés estratégico para
algunas potencias extranjeras que, según las mismas fuentes, están apoyando la
independencia de Cataluña con el único motivo de hacerse con los derechos de
explotación de tales yacimientos. Si las teorías indepes fueran ciertas, y
Cataluña llegara a ser un estado independiente que flota sobre un mar de
petróleo, la solución al problema eléctrico pasaría por una idea, tan sencilla como ingenua, de intercambiar
crudo por electricidad. Pero en esta utopía del racista Torra, a falta de
confirmación, falla la certeza sobre el argumento principal. La existencia y la
calidad del crudo del supuesto yacimiento catalán. Ni siquiera los
izquierdistas-ecologistas catalanes han puesto un solo “pero” al planteamiento
de Torra, lo cual resulta sospechoso. Es muy raro que ellos, precisamente, no
estén por la labor de crear más centrales hidroeléctricas y parques eólicos que
pudieran garantizar un mínimo de independencia energética a su república.
Quizás, porque donde la razón llega, el ecologismo radical sale huyendo, y
comprendan que Cataluña no es precisamente tierra de grandes ríos y presas, además
del elevado coste que supone, tanto en construcción, mantenimiento y
corrupciones comisionistas que supone la construcción de suficientes parques
eólicos para atender la demanda de las grandes zonas industriales y
poblacionales de la región.
En realidad Torra no deja de ser un político
estúpido con balcones a la calle. Es la constatación misma de que la raza
política se degrada y llega a un punto de inflexión en el que la consigna de
barricada sustituye definitivamente a la neurona. La independencia energética
de Cataluña es imposible sin la independencia energética de toda España y una
política eficaz de unificación y administración efectiva de recursos. Pero
además Torra, como perfecto guiñol de un teatrillo para niños, mientras repite
su guión impuesto por quienes le gobiernan, no repara que ni Cataluña ni el
resto de España serán energéticamente independientes mientras exista una
verdadera casta gobernante en la sombra que desde sus cómodos sillones de ciertos
consejos de administración e instituciones, deciden como y cuando recortar las
libertades de los ciudadanos para que éstos sean cada vez menos independientes
y más gregarios.
Pero Cataluña reincide. Sigue
entregando su voluntad y votos a los mismos personajes que llevan décadas
demostrando maldad e ineptitud a partes iguales, con lo que únicamente consigue
una creciente e imparable radicalización social que no tendrá otro fin que el
empobrecimiento definitivo de una región que ya no es ni reflejo de lo que
llegó a ser, y que corre el enorme
riesgo de terminar como tantos otros experimentos independentistas extremistas
que en la historia de Europa han acabado invariablemente en ruina y
persecución. Y ya estamos viendo algo de eso hoy día.
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