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Era una gélida tarde de finales de
diciembre de 1971 en Zaragoza. Yo tenía 6 años recién cumplidos. Caminaba de la
mano de mi madre, abrigado como un esquimal, incluido un pasamontañas bien
ajustado a mi cabeza; una prenda que muchos niños odiábamos y que teníamos que
ponernos cuando nuestras madres tenían frío. Las luces navideñas que alumbraban
toda la Calle Alfonso I, los adornos de los escaparates de las tiendas, el olor
de los churros recién hechos en la churrería ambulante aparcada en la Plaza de
Sas, y la fachada iluminada de los Almacenes Gay, todo ello conformaba un entrañable
ambiente navideño que los niños de las últimas dos décadas ya no han conocido
en esta ciudad, en la que una serie de gobiernos de izquierdas se han
encargado, con todo éxito, de descristianizar estas fiestas hasta el punto de
que es difícil encontrar algún cartel luminoso que rece “feliz navidad” o
cualquier otra cosa alusiva al verdadero significado de estas fechas.
Recuerdo muy bien cómo, al pasar frente a
los Almacenes Gay, establecimiento clásico en Zaragoza hasta su desaparición
allá por el año 2000 aproximadamente, giré mi cabeza hacia la puerta de
entrada. En un rincón del portal, ignorado por la gente que entraba y salía del
establecimiento, permanecía en pie un hombre de unos 55 ó 60 años, vistiendo un
largo abrigo gris. Tenía una larga cabellera negra teñida de no pocas canas,
como su barba, no demasiado larga. Con las manos en los bolsillos del abrigo y
la mirada hacia lo alto, no cesaba de repetir a voz en grito: ¡Arrepentíos,
porque el fin está cerca! ¡Arrepentíos!
Han pasado 48 años desde entonces, y
siempre me hago la misma pregunta cada vez que alguien aborda el fin del mundo
desde tal o cual perspectiva:
¿Y si ese hombre, de un modo u otro, tenía
algo de razón?
Durante esta semana que termina he leído un
libro recién publicado en Amazon titulado Las Maravillas del Fin del Mundo,
del prolífico autor Enrique de Diego. Y siguiendo un consejo que en 8º de EGB
me dio un profesor del que guardo un entrañable recuerdo: “Si de verdad te
gusta un libro que estás leyendo por primera vez, vuelve a leerlo cuando lo
termines”, lo he leído dos veces en apenas unos días.
Lo
que nos presenta Las Maravillas del Fin del Mundo es un argumento que
mueve al lector a reflexionar sobre la acumulación de hechos que vienen
ocurriendo en nuestra civilización desde hace décadas. Hechos que parecen
precipitarse en los últimos años y que analizados fríamente, pueden llevarnos a
concluir que existen ciertos intereses que persiguen provocar el fin de nuestro
mundo tal y como lo conocemos. Un argumento con el que se puede estar de
acuerdo o disentir pero que solo los más mediocres tratarán de ridiculizar,
como suele suceder cada vez que alguien pone sobre la mesa la cruda realidad y
las posibles consecuencias que podríamos llegar a vivir si los planes de las
élites, en un tiempo pasado herméticos al gran público, y hoy a la vista de
todos porque la mejor forma de ocultar ciertas cosas es exponiéndolas, logran
el objetivo de despersonalizar al ser humano y desmembrar a las sociedades y
las naciones que, con luces y sombras, han posibilitado el desarrollo del individuo
y de la civilización en la que vivimos.
Como el autor indica en el prólogo, el
objetivo del libro es asumir su responsabilidad como individuo parte de esta
sociedad y denunciar el peligro que ésta corre actualmente. Es la denuncia de
un plan satánico. En alguna tradición cristiana, Lucifer, el ángel que se
reveló contra Dios y su plan de salvación para el género humano, pronunció la
frase non serviam (no serviré) para
expresar su rechazo a servir al Padre Celestial en su plan divino, cayendo así
en el pecado de soberbia. Esta frase en latín también ha sido adoptada como
lema por algunos grupos y organizaciones radicales para anunciar su
desobediencia al poder y régimen establecidos. Según el autor de Las Maravillas del Fin del Mundo, es el mismo non serviam
que las élites adoptaron en su momento como filosofía propia. Declararse
abiertamente contra la divinidad y su plan y tratar de manipular y esclavizar
al hombre para sus propios fines.
El análisis que propone Las Maravillas del Fin del Mundo repasa ágilmente el peligro inminente que supone para la mayor
parte del género humano la robotización,
la tecnificación masiva de la sociedad y la acelerada implantación de
una inteligencia artificial cada vez más compleja y extendida. Un peligro más
que posible y que ya ha dejado muestras de sus terribles consecuencias, tales
como accidentes mortales u ocupación de puestos de trabajo con la consiguiente
desaparición de empleo, o empeoramiento de sus condiciones, para los humanos.
Pero el crecimiento y sucesiva implantación
social de lo antes citado no es un hecho aislado. Se acompaña con los avances,
algunos publicados y otros seguramente ocultados al gran público, de la
genética por encargo, la clonación de organismos vivos, incluso la idea que
ciertos autores defienden acerca de que el hombre puede evolucionar en breve
hacia lo que ellos denominan como Homo
Deus, acompañan en estos convulsos tiempos a las estrategias de dominio del
ser humano. Un dominio que pasa por tratar de que el común de la gente se
comporte como su propio censor, inculcándole mordazas al pensamiento y la
expresión tales como la corrección
política y la imposición de la creencia incondicional de falacias tales
como el cambio climático.
Otros temas que muchos advertimos como críticos
pese a las maniobras de distracción que las élites ejecutan a través de sus
siervos medios de comunicación y que el autor indica como partes importantes
del gran plan de dominio de las élites son la invasiva, no pocas veces
agresiva, y desde luego nada casual
inmigración ilegal que sufre Europa en los últimos años y que Estados
Unidos comienza ahora a hacer frente de un modo más explícito en su frontera
sur; o las cada vez más habituales alertas por fraudes alimentarios que resultan
en intoxicaciones masivas, en ocasiones con resultados fatales e inmediatamente
evidentes, pero en su mayoría inapreciables a corto plazo aunque muy
posiblemente causantes del desmedido y anormal incremento de ciertas patologías.
Un incremento que, curiosamente, pasa “inadvertido” para las autoridades
sanitarias.
A pesar de todo, Enrique de Diego deja una
puerta abierta a la esperanza en este futuro realmente oscuro que a mí no me
parece tan disparatado. Existe aún alguna posibilidad de rebelión. De reacción
ante la tiranía que ya nos gobierna y que suele presentarse disfrazada de
logros que acomodan la vida del hombre. Una rebelión que supondría un heroico non serviam contra aquellos que en un
tiempo remoto aclamaron su propio non
serviam para enfrentarse a Dios y degenerar y exterminar a Su creación.
Las Maravillas del Fin del Mundo, de
Enrique de Diego, es un libro valiente que, con el personal estilo de su autor,
expone lo que pocos se atreven a decir abiertamente y que persigue provocar
pensamiento crítico y reflexión respecto a lo que la sociedad tiene ante sus
propios ojos y prefiere no ver. Queda en manos del lector decidir si lo que
está sucediendo es fruto de coincidencias y casualidades, o si lo que vivimos
hoy es la consecuencia de un plan que pugna por imponernos el dominio de las
élites y su satánico plan de exterminio sobre la mayor parte de la humanidad.
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