Puede escuchar el texto al final del artículo.
Se trata de vender. De conseguir visitas y
recolectar clicks. De tener un buen ranking con el que impresionar a los
posibles clientes para que contraten publicidad. Siempre la publicidad, que en
los medios de comunicación crea silencios y mentiras para conseguir una cuenta
de resultados desahogada que, como consecuencia inmediata, desenmascara la
supuesta libertad de expresión y de información y muestra un servilismo que en
más ocasiones de los que los forofos de tales medios suponen, deriva hacia una esclavitud
que castra la libertad y engaña a lectores y espectadores.
En el mundo de la información y el
entretenimiento la fauna de depredadores y carroñeros es verdaderamente variada
y abundante. Gente sin escrúpulos que no ofrece una sola disculpa cuando la
información que ha publicado resulta ser falsa y ha hundido la reputación de
cualquiera, y que acude al olor de la sangre cuando un asesinato, una
violación, o una trama pergeñada por un degenerado tiene posibilidades de
vender portadas y abrir programas e informativos que levanten un share, eleven
las visitas a una web, o vacíen el stand de tal o cual periódico en su lugar de
venta.
En los pasados días se ha dado una
acumulación de informaciones que, por su tratamiento, han removido hasta la
indignación el ánimo de muchos. La noticia de la desaparición y muerte de
Blanca Fernández Ochoa bien pronto se vio perfilada por suposiciones que, si
bien es necesario que hagan los miembros de los equipos de búsqueda para tratar
de prevenir en lo posible una situación con un probable desenlace fatal, no
resulta tan claro que ciertos informadores las utilicen con la excusa de que están
haciendo exclusivamente una labor periodística; porque en ocasiones como ésta,
el rebuscar en el pasado de la persona desaparecida y lanzar al aire supuestas
informaciones que crean confusión y morbo en la opinión pública solo beneficia
a quienes venden recreándose en la tragedia y facturan esparciendo basura.
No es de extrañar que el padre de la
asesinada Diana Quer reprochase recientemente a Ana Rosa Quintana que ésta anunciase
en su programa-basura de las mañanas de Telecirco la “impactante exclusiva” de
la reconstrucción de las últimas horas en la vida de Diana. Recordemos que cuando
sucedió el asesinato de la joven y la posterior detención de su asesino, hasta
los programas llamados del corazón se convirtieron en expertos criminalistas,
cualificados fiscales y severos jueces, lo que no les impidió llegar a asegurar
una serie de supuestas informaciones de “fuentes fiables” que solo contribuyeron
a enlodar aún más el sufrimiento de la familia de Diana.
Ahora, lo que vende es el juicio por el
asesinato del niño Gabriel a manos de Ana Julia Quezada. Lo que se ha llegado a
publicar desde la muerte del pequeño hasta hoy excede en algunos medios del
simple mal gusto y poco tiene que ver con el esfuerzo periodístico por informar
a la opinión pública. De nuevo el morbo factura, y hasta los famosillos que lo
son por haberse acostado con alguien o haber ganado un reality para públicos
carentes de autoestima son ahora expertos en la materia. La diferencia entre lo
que ocurre con estos casos en la actualidad y lo sucedido en 1993 con el caso
Alcasser y la muerte de aquellas tres pobre muchachas es que hoy se puede
arrojar el estiércol de la falacia en todas direcciones, y no pasa nada, pero
en aquél año, el haber pretendido comerciar con la desaparición y muerte de
tres jovencitas y el dolor y la desesperación de sus atribuladas familias
provocó el hundimiento de una periodista y presentadora de éxito que se dejó
llevar y que en no pocas ocasiones, durante estas casi tres décadas pasadas, ha
declarado estar profundamente arrepentida de la emisión en Antena3 TV de aquél
vergonzoso programa que no sirvió absolutamente para nada y que la apartó a
ella de los medios nacionales hasta el día de hoy.
No nos engañemos. Por mucho asco que dé,
tenemos que reconocer que, a la inmensa mayoría de los medios, un buen Alcasser
les viene de perlas. No importan las vidas arruinadas. Lo que importa es hacer
caja. Y, tristemente, hay una buena parte de público que desea recibir este
tipo de contenidos.
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