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Si hace semanas escribí sobre el problema
al que se enfrentará Vox en cuanto toque poder (controlar y deshacerse de los
que llegaron al partido por oleadas sabiendo que era una opción en alza y una
oportunidad para conseguir cargos públicos) hoy quiero advertir de otro
problema interno de este partido, que los líderes no han sabido o no han
querido controlar, que les restó votos en las nacionales y que parece haber
fijado un techo no muy alto en las municipales, autonómicas y europeas. La
imagen de ultraderecha rancia y excluyente que no pocos militantes y
simpatizantes han estado alentando durante meses.
Hay todo un sector en Vox que en las
redes sociales y en los comentarios de lectores en diarios digitales se ha
dedicado no a convencer proponiendo medidas e ideas. Más bien se ha esforzado
en dejar claro que lo que desea dicho sector es que, de producirse una victoria
suficiente primero en el congreso y luego en autonomías, diputaciones y
ayuntamientos, impondrían una vuelta al pasado del que muchos militantes, por
edad, no tienen ni idea de lo que fue, y del que otros parecen verdaderos
nostálgicos por haberlo vivido.
Un solo ejemplo, de cómo se puede
espantar a posibles votantes que estuvieran dudando si votar a Vox o no, fue un
hilo en twitter al que llegué no sé muy bien cómo, en el que un seguidor de
Vox, con simbología ciertamente ultracatólica, exponía lo siguiente: “cuando
lleguemos al gobierno, volveremos a instaurar en España la moral católica”
Como miembro de una iglesia cristiana no
católica, y habiendo sido misionero de mi iglesia por un tiempo, conocí en mi
juventud las brasas aún calientes que en los primeros años noventa aún quedaban
del fuego de nacional catolicismo que gobernó España durante el franquismo. Sé
muy bien lo que es ser insultado en plena calle por curas y miembros de la
iglesia papista. Conozco la sensación que uno experimenta cuando le comunican
que es el mejor candidato y con diferencia para el puesto ofrecido por una
empresa, pero que la directiva simpatizante del Opus Dei no quiere “semillas de
herejía” en su plantilla. Y sé hasta qué punto se puede sufrir la prueba de la
paciencia cuando un pueblo como el español, con una cultura media comparable a
la de un mal estudiante de la primaria de hoy día, asume como ciertos los mitos
de no pocas películas y las arengas de abundantes ultracatólicos exaltados que propalan acusaciones que ninguna persona
en su sano juicio creería.
Sí. Vox ha ofrecido una imagen de
verdaderos fachas de camisa azul entre no pocos de sus simpatizantes. Una
rectificación oficial por parte de la dirección del partido habría colocado a
esos exaltados en su sitio y a la imagen de Vox en un lugar mejor. Bien al
contrario, esos sectores de descerebrados han dado la razón a los medios y
partidos que han presentado a Vox como la vuelta al franquismo y a un mundo de
nostalgias de brazo en alto, de semanas santas de cines cerrados y estaciones
de radio emitiendo todo el día música sacra, y de censuras de prensa que han
llegado a ser legendarias. Vox ha creado su propio techo electoral, y tendrá
que romperlo por si mismo, llamando al orden a sus camisas azules.
En otro orden de cosas, como decían los
políticos cursis en los ochenta, Podemos ha pagado muy caro su populismo. El
descalabro en votos se traduce en una pérdida de diputados autonómicos y
concejales que pondrá en serios aprietos la supervivencia económica de no pocos
militantes contratados por el partido y otros que no pudieron adjudicarse
puestos públicos cuando tenían más presencia en las instituciones. Esto último
lo había aconsejado Errejón en una de sus charlas a militantes grabadas en
vídeo y que demostraba hasta qué punto este “nuevo partido” venía a lo que
venía. A lo mismo que el resto de las formaciones. A parasitar y sobrevivir
hasta que surgiera una oportunidad de asaltar el poder.
Pero con una militancia y un número
grande de simpatizantes que basan su ideología en el odio de clase, en el
anticapitalismo, el desprecio por una sociedad no suficientemente izquierdista
y la ira contra instituciones y grandes empresas a los que no dudarían en
apuntarse si tuviesen oportunidad, hay veces que no se puede llegar muy lejos.
No es gente a la que un grupo de líderes pueda decepcionar por faltar a ciertos
principios, porque la gente que apoya a un partido como Podemos no tiene
principios. No es gente a la que un líder pueda intranquilizar si declara las
mayores barbaridades, las más estúpidas incoherencias o las más aberrantes
teorías sociales económicas y sociales, porque esa gente carece de capacidad
para reflexionar sobre las mayores barbaridades, las más estúpidas
incoherencias y las más aberrantes teorías económicas y sociales.
A los votantes de Podemos se les
decepciona precisamente como lo han hecho los jefes del partido. Rompiendo la
imagen de alternativos que falsamente han cultivado durante años, viviendo en
los mejores barrios, dentro de las mejores casas y haciéndose custodiar por la
Guardia Civil, manejando dinero en paraísos fiscales, teniendo asistentes sin
cotizar, cobrando becas sin asistir al centro que las concede, haciendo
comentarios y sosteniendo actitudes machistas en una formación que se llama
“unidas”, incluyendo en las listas electorales a una asesina, a un condenado
por abusos a menores, a otros condenados por delitos económicos, asistiendo a
debates electorales televisados con actitud de oveja conciliadora para volver a
comportarse en los siguientes mítines como un perfecto estúpido predicador del
odio, y gobernando, aunque sea con el
apoyo de otros partidos de izquierda, para demostrar en cuatro años que cuando
los concejales y los alcaldes del partido y sus marcas blancas no se comportan
como malvados es porque se están comportando como inútiles.
Podemos se ha dado de morros contra el
suelo cuando apenas se estaba recuperando de otro golpe similar. Para la
política española siempre es buena noticia que un partido que llegó para
destruir en lugar de construir, para enfrentar en lugar de hermanar, y crear
problemas en lugar de ofrecer soluciones, pierda en poco más de un mes 29 congresistas,
setenta y un diputados autonómicos, además de que previsiblemente tenga que
ceder también los “ayuntamientos del cambio” por una verdadera sangría de
alcaldes y concejales.
Aunque aún es pronto, porque los partidos
están en plena resaca de buenos y malos resultados, será interesante ver si en
los días siguientes ambos Vox y Podemos son capaces de hacer un sano ejercicio
de autocrítica pública. Yo tengo mis serias dudas, porque la modestia no es
virtud que se prodigue en las bambalinas políticas de autobombo y palmadas en
el hombro. Pero si eso sucede, desde luego que cosas más raras se habrán visto.
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