
Muy malos deben ser los resultados de las encuestas electorales, para que el Presidente Zapatero haya decidido prescindir de Fernández Bermejo como ministro de Justicia. O eso, o el Presidente ha sufrido un raro ataque de decencia y ha preferido quitar del Gobierno a un ministro cuyo comportamiento ha resultado ser un calco idéntico al de aquellos favorecidos del régimen, que posaban orgullosos al lado de Su Excelencia el Caudillo.
Personalmente, me quedo con la primera opción. Bermejo se ha quejado en su despedida de haber sido utilizado contra el proyecto socialista de mejora de la justicia española. Semejante afirmación, proviniendo de alguien a quien los jueces le han hecho la primera huelga jueces de la historia en España, no deja de ser un ejercicio de cinismo difícilmente superable.
A nadie se le escapa que el ya ex ministro ha encarnado como pocos no solo la provocación y la soberbia, también se ha convertido, con todo mérito, en otro icono y ejemplo más de esa galería de políticos, supuestamente socialistas, amantes de las prebendas, del boato, del gasto y de la conspiración, tal y como nos lo recordarán siempre sus actuaciones en defensa del diálogo con ETA, de su llegada al ministerio ordenando obras de remodelación en su vivienda oficial por valor de un cuarto de millón de Euros, sus últimos escándalos relacionados con las cacerías sin licencia, reunido con un juez que persigue enconadamente al partido de la oposición…
Frases como “llegué al Ministerio de Justicia con un enorme bagaje de ilusión y aquí me he vaciado” suenan en su boca a hipocresía con mayúsculas. Su “proyecto ilusionante”, que le despide con la ya referida huelga de jueces, ha quedado en palabras vacías. Desautorizado por algunos compañeros de partido, como Patxi López y José Bono, Bermejo también ha contado con el apoyo de Pepe Blanco y Leire Pajín, cuyos argumentos han resultado vergonzosos y absurdos, como comparar la licencia de caza como la de conducir, o criticar a quien haya pedido la dimisión de Fernández Bermejo, como si dentro del ideario socialista fuera de lo más normal un ministro pudiera saltarse las leyes sin pagar las consecuencias.
Habrá que ver ahora cómo Blanco y Pajín justifican la dimisión de quien, según ellos, no debía dimitir. No deja de ser curioso, como un argumento de novela, que la operación de acoso al Partido Popular en plena campaña electoral haya pasado, gracias a la torpeza y la prepotencia de alguno de sus principales actores, al destape de un auténtico cara dura, al ataque de ansiedad de un inquisidor a sueldo y a la degradación definitiva que la imagen de la justicia perciben los ciudadanos, que son los que más pierden.