
Lo peor que le pudo pasar a Sergi Xavier aquél día, lo que arruinó su vida durante estos pasados años, fue que una joven ecuatoriana de 15 años decidiera, sin motivo alguno, sin provocación anterior, golpear con su cara, repetidamente, contra el pié y la mano de este pobre muchacho.
Al menos, esto es lo que parece desprenderse de las intenciones de algún diario online, cuyo columnista, a buen seguro, no debe tener hijas adolescentes en riesgo de recibir palos por parte de cualquier anormal.
Ha quedado visto para sentencia el juicio por la agresión de Sergi Xavier Martín a una menor ecuatoriana. Medio mundo tuvo ocasión de ver las imágenes grabadas por una cámara de seguridad del metro de Barcelona, en la que este inadaptado pateaba y golpeaba repetidamente a una jovencita, ante la indiferencia del resto del pasaje.
Sergi Xavier no ganará un Oscar, por descontado; pero parece que en España hay quien querría nominarlo para el Goya a la mejor interpretación. La caracterización del personaje ayuda mucho, sin ninguna duda. Ayer ví en televisión un extracto de una puesta en escena interesante. Sergi Xavier, vestido de niño bueno, sin piercings ni pendientes, sin corte de pelo skin o similar, hablando menos keli que hace un año. Buen disfraz. Le faltaba la coronita de santo, como en aquellos dibujos de la Warner, cuando el Pato Duffy simulaba ser un alma cándida antes de cometer alguna de sus fechorías.
Dijo Sergi ayer que se sentía una basura. Que había consumido doce o trece cervezas, algún combinado y éxtasis; que iba tan puesto que no era él mismo. A tenor de lo que se ve en el vídeo, yo solo le creo en su primera afirmación. Al menos en ese momento, Sergi era una basura que merecía pasar buena parte de su restante vida en un container. Pero a mí no me pareció que fuera tan puesto como él dice. No le aprecio la más mínima descoordinación de movimientos, lo que sería el síntoma más claro que me induciría a creerle o a tomar con un poco de consideración dicha excusa. Yo solo vi en ese vídeo a un impresentable, agresor y cobarde, que seguro que no se hubiera metido con un ecuatoriano igual de grande que él.
Me he preguntado muchas veces, desde mi desconocimiento casi total de las leyes y procedimientos de enjuiciamiento, si el haber consumido estupefacientes o alcohol no debería tomarse como un agravante en ciertas ocasiones. Más que demostrado está que ciertos tipos (y tipas. Vamos a ser igualitarios) que son suficientemente cobardes para reprimir sus impulsos criminales, como por ejemplo el racismo, se ponen hasta las cejas de sustancias nocivas para “animarse” a sacudir a un sudamericano indio o negro, a una mujer, a un mendigo, a un niño… En tales ocasiones, estamos ante flagrantes casos de criminales que buscan en las drogas la intensificación de sus inclinaciones asociales. Entonces, ¿Por qué tiene que ser eximente o atenuante el ir drogado o borracho, cuando el imputado ha demostrado con su comportamiento anterior que tales sustancias solo van a convertirle en peor de lo que es?
La madre de la adolescente agredida asegura que su hija sufre trastornos del comportamiento. Y no es para menos. Una experiencia así no se olvida nunca. Hay que ser muy fuerte para convivir con eso y poder echárselo a
Esperemos que se haga justicia. Que todo el peso de la ley caiga sobre este muchacho. Es mi mayor deseo. Y mi mayor curiosidad ahora es conocer cuanto antes la sentencia para comprobar si la justicia esta a la altura de las circunstancias; cosa que hecho de menos hace mucho tiempo.