Soy de los que creen, porque
estoy absolutamente convencido de ello, que Franco, la transición y la búsqueda
compulsiva de ultraderechistas hasta debajo de las piedras son los argumentos
de los que viven, y muy bien, por cierto, una corte innumerable de inútiles
que, en un país normal y democrático, habrían tenido infinitamente más difícil
acceder a puestos de responsabilidad en gobierno, política, medios de
comunicación y un sin fin de estamentos e instituciones públicas mantenidas por
el conformado contribuyente español.
Es tan previsible el
comportamiento y los razonamientos de cualquiera de estos “intelectuales” y
“gestores” autodenomidanos “de izquierdas”,
aunque en sus vidas privadas se conduzcan como auténticos capitalistas, que
resulta muy difícil poder valorar cualquier iniciativa de ellos con un mínimo
de objetividad.
Todo este reciente asunto de la
prohibición de las corridas de toros en Cataluña, promovido por los
independentistas, me suena tan falso ahora que ya es una realidad como hace un
tiempo, cuando era una proposición poco más que molesta e inalcanzable.
Ante todo, quiero dejar mi
posición bien clara con respecto a las corridas de toros. Posición fundada
sobre la base de mi fe cristiana que procuro aplicar en mi comportamiento, mi
forma de entender la política y mi punto de vista sobre la sociedad.
Considero una abominación a los
ojos de Dios que cualquier ser humano, valiéndose de su superioridad, se sirva
de un animal para mortificarlo de cualquier manera en un espectáculo. No estoy en
absoluto de acuerdo con el argumento, pobre argumento, que defiende que las
corridas de toros son buenas por el hecho de ser una tradición. Que una
costumbre sea una costumbre, que una tradición sea una tradición, no son
sinónimos de comportamientos correctos ni moralmente sostenibles.
En base a dicho argumento, o
apoyándose en él, he oído otras ideas tales como que el toro realmente no sufre
cuando le clavan arpones en la espalda, le pican la columna vertebral con una
lanza, o le meten, para matarlo definitivamente, una espada de un metro de
acero en el cuerpo. Tales excusas son de todo punto reprobables, porque lo
único que ocasionan esas prácticas es derramamiento de sangre inútil y ofrecen
el espectáculo de la muerte a cientos o miles de personas presentes en una
plaza.
Hay otros muchos planteamientos
que tampoco puedo llegar a comprender, ni siquiera disculpar, tales como que si
no fuera por las corridas de toros no existieran, tampoco existiría el toro
bravo ni las ganaderías. Entonces, desde ese “humano” punto de vista, ¿se debe
justificar que exista una especie para que su fin sea morir como
entretenimiento del público?
He escuchado, en muchas
ocasiones, cómo muchos defensores de la tauromaquia se definen como amantes de
los animales, curiosamente, lo mismo que también hacen muchos cazadores. ¿Cómo
puede comprenderse que alguien ame y cuide a su propio animal doméstico y se
muestre a favor de la ejecución pública de otro animal?
Aunque solo sea por costumbre o
tradición – en España se justifican muchas cosas en nombre de las tradiciones –
la gran mayoría de público de las corridas de toros se confiesan católicos.
Incluso los toreros, como la mayoría de católicos tradicionales, son tan
exageradamente supersticiosos que se hacen acompañar por toda clase de imágenes
y estampas de vírgenes y santos, aunque a la vez confíen en extrañas creencias
tales como no querer ver una montera hacia arriba por parecerse al interior del
ataúd, y otras creencias parecidas, lo que demuestra que su confianza en Dios
no debe ser tan fuerte cuando usan amuletos y supersticiones. ¿Cómo se puede
pretender ser cristiano y defender al mismo tiempo un espectáculo en el que la
audiencia clama por la muerte de un animal y presencia cómo un hombre pone su
vida en juego?
Dicho todo esto, (y más que
querría exponer y no hago por no aburrir a nadie) también quiero expresar mi
absoluta desconfianza, tal y como han hecho otros muchos durante estos pasados
días, en este empeño de los independentistas catalanes por prohibir las corridas
de toros. No veo en ello un afán sincero de acabar con la práctica de un
espectáculo cruento que otros pretenden revestir de arte y cultura. No veo otra
cosa que no sea interés político. No veo otra intención distinta a la de
atacar, desde el independentismo, a una costumbre española que se pretender
erradicar de Cataluña, para que la propia Cataluña parezca menos española de lo
que es.
Porque si la prohibición de las
corridas de toros buscara como objetivo verdadero acabar con el sufrimiento
innecesario de unos animales, los independentistas catalanes habrían incluido
en sus propuestas la abolición de ciertas fiestas populares catalanas en las
que se somete a miedo y sufrimiento a otros toros. Fiestas contra las que los
nacionalistas catalanes no se atreven a actuar, ya sea por no encontrarse
frente al descontento popular, o sea por que dichas fiestas sí que agradan a su
sentimiento nacionalista.
De nuevo, los independentistas
han basado sus argumentos en la doble intención y en el enmascaramiento de sus
verdaderos objetivos antiespañoles. Y de nuevo, también, otros han justificado
la defensa de las corridas de toros con conceptos tales como la libertad, para
no tener que complicarse con mayores consideraciones como el valor de la
libertad y el libre albedrío y la conveniencia de usarlos para ejercer dominio
injusto contra especies animales que
viven con nosotros en un mundo del cual deberíamos ser tan buenos
administradores como herederos, tal y como nos aconseja el cristianismo.
Sin embargo, las intenciones de la mayoría de independentistas quedan bien claras pocos días despues:
La Generalidad autoriza más de 200 festejos taurinos este año en Tarragona.
Sin embargo, las intenciones de la mayoría de independentistas quedan bien claras pocos días despues:
La Generalidad autoriza más de 200 festejos taurinos este año en Tarragona.