
Sánchez Dragó escribió: “Si oyes a alguien hablar mal de España, es español”
Estoy completamente de acuerdo. Además, añadiré que hablar mal de España, tal como están las cosas desde hace años, no es fatalismo. Ni derrotismo. Ni crispación. Es ver la realidad y no callarse.
Este primer fin de semana de Agosto nos ha enseñado muchas cosas útiles, que, seguramente, los españoles como conjunto no aprenderemos, porque aprender de verdad implica el compromiso de mejorar los aciertos pasados y no repetir los errores. En España hace mucho tiempo que no se aprende. En España se protesta y, a continuación, se olvida. O lo que es lo mismo; en España se asiente. Y se consiente. Se baja la cabeza y se refrenda con los votos a quienes nos llevan a la ruina moral, que son los mismos que se muestran superados e incapaces ante todos y cada uno de los problemas que aquejan a la nación. En España se ha conseguido de tal manera que exigir respeto, legalidad y autoridad parezca tanto de ser facha, que cuando un asesino múltiple sale definitivamente de la cárcel sin cumplir su condena, el contemplar la cadena perpetua como una posibilidad real provoca las reticencias de quienes más deberían vigilar por el bienestar general y la integridad de los ciudadanos. Es decir; que el relativismo – uno de los peores enemigos de la sociedad occidental democrática – alcanza también a la defensa del ciudadano inocente frente a los asesinos.
Lo que este fin de semana nos deja es a un De Juana en la calle, feliz, contento, sonriente y libre. A un ministro Solbes desorientado, apático, incapaz e inepto hasta la exageración, reconociendo que esta crisis es peor de lo que estimaban sus previsiones. ¿Previsiones? Las suyas. Porque cualquier ciudadano de los que pisan la calle y viven la realidad, ya preveía que esta crisis iba a ser verdaderamente grave, y que lo que se avecina será demoledor.
Nos deja también a un Presidente del Gobierno de vacaciones, que no se va sin antes declarar que De Juana le repugna ahora; no dos años atrás, cuando le parecía un hombre de paz, por el que se encaraba, junto a sus acólitos, contra quien se atreviera a recordarle que el falso huelguista de las dieta blanda era un multiasesino, no arrepentido y bien orgulloso de sus crímenes.
Nos deja también a una Vicepresidente de Gobierno seria, severa, adusta, asegurando desde Méjico que estará vigilante para que la memoria de las víctimas no sea vulnerada, omitiendo explicar por qué ella, de la mano de sus compañeros de gobierno y partido, vulneró tantas veces dicha memoria, acusando a las víctimas de desestabilizadoras y crispadotas cada vez que ejercían su derecho a manifestarse en contra de esas negociaciones que, como esta tremenda crisis, no existían.
Y nos deja a muchos sensación de desaliento por otra batalla perdida. Sensación de desesperanza y decepción por este país negligente contra el inocente pero permisivo y protector con el culpable. País que confunde valor con temeridad, humanidad con permisividad, mérito con corrupción, democracia con populismo y progresismo con ambigüedad.