No hace aún
una semana que me vi envuelto en un improvisado debate sobre la monarquía. No
recuerdo el motivo de tal debate, ni quien comenzó a hablar del asunto, pero la
charla pronto comenzó sonar como un concatenado rosario de tópicos sobre la
casa real española.
Desgraciadamente
para mí, el resto de contertulios eran promonárquicos. Y, aunque ninguno de
ellos supo contarme con exactitud de las necesarias bondades de ser gobernados
por un rey, ante el cual debemos comportarnos como súbditos, no faltó quien
nombró aquello de que España le debe al rey el haber salido con bien del golpe
de estado del 23F ,
que ha sido un excelente relaciones públicas en las relaciones internacionales
españolas… y por supuesto, aquello tan repetido de “el rey reina, pero no
gobierna”.
Como suele
suceder, tuve que explicar a alguno que ser republicano no significa
necesariamente ser comunista o socialista, ni compartir la defensa de la 2ª
Republica, desastre definitivo que finalizó en guerra civil. Hubo quien me
recordó que la Unión Soviética
también se definió como república y que
presumía de ser democrática; a lo que contesté con una cita de Ronald Reagan: “La
diferencia que hay entre una democracia y una democracia popular es la misma
que existe entre una camisa y una camisa de fuerza”
Con el
ambiente más relajado, decidí atacar por la frase hecha sobre el rey, y pregunté:
“¿si el rey reina, pero no gobierna, para qué le necesitamos?”
La
respuesta tardó un poco en llegar: ” …hombre, es que es como un símbolo, como
una referencia que nos une a los españoles…”
“¿Y no podríamos
tener un símbolo que nos costase menos dinero y recursos que la casa real? ¿No
tenemos un ministerio de asuntos exteriores para que sea, entre otros
cometidos, un relaciones públicas con el extranjero?”
Estuvimos
debatiendo durante algo más de media hora. Durante ese tiempo pude comprobar un
curioso fenómeno. Ante la lógica de mis razonamientos a favor de un gobierno
que debe existir para gobernar, sin la necesidad de una figura superior cuya
utilidad yo cuestiono, no podían hacer otra cosa que darme la razón, pero seguían
siendo partidarios del rey por mera simpatía.
“Yo no os
pido que queméis fotos del rey, ni comportamientos extremistas de ese estilo;
pero contestadme a esto: al margen de lo simpático que es para vosotros, ¿está
pagando vuestras hipotecas, para que salgáis a la calle a aclamarle cada vez
que se muestra en un acto público? ¿Está asesorando o trabajando para reducir
el desempleo? ¿Tiene responsabilidad en la política económica? ¿En la educación?
¿Ha tomado partido por el esclarecimiento de los casos de terrorismo de estado
de algunos gobiernos de España? Defiende a la clase trabajadora? ¿A los
empresarios? ¿Está a favor del aborto o está en contra? ¿Qué opina sobre la política
exterior de Zapatero, a favor de dictadores?”
“Es que el
rey no puede significarse…” Contestó alguien.
“¿Entonces,
para que está?” Respondí. “El rey juró defender la constitución del 78. –
continué - ¿Qué está haciendo ahora para evitar que el estatuto de Cataluña no
reviente la constitución y el principio de igualdad entre los españoles y las
distintas comunidades autónomas?”
“Sí, sí,
claro… Si es verdad… Pero no me vas a negar que Juan Carlos es muy campechano,
y le cae bien a todo el mundo…”
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