Habló el rey (lo siento, pero no
he encontrado aún ningún motivo para escribir rey con Mayúscula) y habló a
destiempo. Seguramente a muchos no les importará. La mayoría de partidarios de
la monarquía que conozco son tan radicales como esos que van de “republicanos”,
quemando fotos e insultando públicamente.
No importará que hable a
destiempo porque, en España, basta que el rey diga una frase bonita para
olvidar sus errores e inacciones de décadas pasadas. Quizás, el mejor ejemplo
de ello sea su pasada visita a Ceuta y Melilla, donde no había puesto un pie
desde los inicios de su reinado para no molestar al enemigo marroquí y sus
pretensiones de anexión sobre estas dos ciudades. Si yo fuese melillense o
ceutí, no hubiera salido a la calle a vitorearle por su “hazaña” de no visitar
mi ciudad en treinta años. Pero mucha gente salió, bandera en mano a aclamar el
espectáculo.
Ahora habla
el rey y pide consenso entre las fuerzas políticas para poder sacar al país
de la crisis. Escaso trabajo para el sueldo que le pagamos, a él y su familia,
con nuestros impuestos. Durante los últimos años hemos sido todos protagonistas
de muchas situaciones cuyas consecuencias son ineludibles para nuestra
sociedad.
Juan Carlos I ha asistido, él
como espectador, a la llegada de la terrible crisis / recesión que ha enviado
hasta ahora a millones de trabajadores al desempleo. A las negociaciones con
ETA, negadas por Zapatero y su equipo, mediante las cuales varios asesinos han
sido tratados privilegios que no merecen. Al acoso del Partido Socialista y el
Grupo PRISA contra un presidente de gobierno de España y su partido. Al Acoso
contra el mismo partido, ya en la oposición, y el intento de aislamiento social
de sus dirigentes, militantes, y simpatizantes. A la curiosa Ley de
Manipulación Histórica que, lejos de buscar justicia, tan solo ha conseguido
resucitar de nuevo el espíritu de las dos Españas, como si en estos tiempos le
fuera posible a Rodríguez Zapatero ganar la guerra civil del 36. A la propia negación del
gobierno socialista de la evidente y aplastante crisis económica que ha dejado
a nuestro país en la cuneta. A iniciativas delirantes como legalizar el aborto
en menores de edad a espaldas de la
familia. A la ocultación sistemática de escándalos tan o más graves como los
que ellos achacaron a sus opositores. A la politización definitiva, y
seguramente sin vuelta atrás, de la justicia … Y no ha dicho una sola palabra
para reprochar a los responsables de estas tropelías, excepto en sus mensajes
navideños que más parecen la segunda, tercera o decimoséptima edición del mismo
discurso.
La monarquía, cuya utilidad no
dejo de cuestionar menudo porque no veo resultados que me lleven a pensar de
otro modo, es un mero espectador al que luego se le exige que firme lo que
aprueban una mayoría de políticos. A cambio de eso, se deja el rey colgar el
mérito de ser un buen “relaciones públicas”, como si no existiera ya un
ministerio de asuntos exteriores para ese cometido. Disfruta de un nivel de
vida para él y su familia que dudo fuera capaz de conseguir por sí mismo y será
sucedido por su hijo, que no es más que otro modo de reírse del principio de
igualdad entre los seres humanos, perpetuando un sistema de gobierno basado en
derechos de sangre.
Y ahora, con cinco millones de
desempleados y desecha buena parte del tejido empresarial español, con los
ciudadanos acuciados por ruina e impuestos, se le ocurre al rey pedir consenso
a los políticos…
Sinceramente, creo que esto no
vale los más de ocho millones de Euros, más otros gastos añadidos, que le pagamos cada año.