En mi opinión, el resultado de la
huelga general de funcionarios convocada para hoy por los sindicatos estaba
abocada al fracaso desde que los líderes sindicales decidieron tenerla en
cuenta como herramienta de presión contra el gobierno de Zapatero.
No lo digo tanto por los
resultados de participación. Si bien he visto en muchas ocasiones cómo los
organizadores de huelgas ofrecían estadísticas de participación muy distantes
en número a los datos publicados por las instituciones, las comparaciones de
hoy son escandalosas: según sindicatos, 70% de participación. Según datos
oficiales, 15%.
Me refiero al fracaso absoluto
por varios motivos.
Según palabras de Labordeta,
izquierdista aragonés subido a los altares, y no solo por la progresía, los
sindicatos estuvieron callados mientras el paro crecía. Jamás hubiese creído
capaz a Labordeta, conociendo su trayectoria, de declarar semejante verdad, tan
descriptiva de la inutilidad y el servilismo de los sindicatos españoles hacia
el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, la masa sindical
obediente a los dictados de sus jefes parece tener asumido que el papel
sindical ha sido digno durante estos años de crisis. Un manifestante, con
pancarta y vestimenta acorde al festival sindicalista de hoy, ha dicho a un
reportero del canal Veo7: “nos manifestamos por dignidad”. Qué barata y
elástica ha venido a ser la dignidad sindical…
El fracaso de esta huelga general
de funcionarios se ha dado también por el solo hecho de hacerse realidad.
Supongo que, a estas alturas, a Candido Méndez y a Fernández Toxo poco les debe
importar la imagen pública del funcionariado. Hoy he escuchado un par de
conversaciones en el transporte público y otra más mientras esperaba en un paso
de peatones. Ninguna fue a favor de los funcionarios, precisamente. Omitiré
citar los calificativos que he oído en dichas charlas. La mala fama sindical,
esa mala fama de vendidos al poder político que han ganado a pulso desde el
inicio de la crisis y las primeras movilizaciones de trabajadores afectados,
parece haberse filtrado a la apreciación general, ya desfavorable que de los
funcionarios, como colectivo, tiene la ciudadanía.
Aquí, en Zaragoza, en la zona
centro de la ciudad, no se respiraba ambiente de huelga en absoluto. En el
instituto donde estudia mi hija el único que no acudió a su puesto de trabajo
fue el conserje. En los centros donde sí han secundado la huelga algunos
trabajadores parecía un día absolutamente normal. Ni consignas sindicales, ni
banderitas, ni carteles. Tengo entendido que una manifestación realmente
pequeña ha recorrido algunas calles de la ciudad, sin apenas poder de
convocatoria.
¿Esta era la prueba cuyos
resultados esperaban los sindicatos para valorar la posibilidad de convocar una
huelga general? Pues ahí la tienen. Desgraciadamente, nadie más parece tener
los arrestos suficientes para liderar a la sociedad civil en una protesta, que
debería ser social y también fiscal, contra este gobierno calamitoso, sus manipulados
sindicatos y, por extensión, contra la práctica totalidad de la casta política
que vive de nuestros impuestos en este fracasado estado de autonomías,
escandaloso gasto público y protector de cierta casta política y funcionaria no
productiva intocable.
La pasión sindical de los
mayoritarios lleva a agredir a los de otros sindicatos minoritarios no tan
politizados.
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