Obama utilizó literalmente el
término “paliza” para describir su derrota electoral en las legislativas. Su
nueva posición, con la mayoría del congreso perdida y la del senado
posiblemente comprometida en alguna futura votación, le obligará a buscar
consenso con el Partido Republicano para tratar de sacar adelante alguna de sus
iniciativas.
Así pues, la paliza que Obama sufrió
ayer ha provocado curiosas reacciones en los ambientes políticos españoles.
Para el partido socialista, tal derrota no existe. Es más, es que ni siquiera
parece que se hayan celebrado elecciones legislativas en Estados Unidos. El
gran mito de Obama, forjado en redes sociales y en campañas publicitarias, ha
caído tan estrepitosamente que ha batido el record de pérdida de popularidad de
todos los presidentes norteamericanos en solo dos años. Y este gran mito ya no
parece ser el gurú de los progres españoles, que tanto celebraron la victoria
del nuevo presidente. Muy al contrario, la izquierda mediática procura ahora
encontrar similitudes entre la derecha española y lo más ultraderechista del
Tea Party; comparación que solo puede comprenderse si se reconoce que forma
parte de la estrategia de Rubalcaba consistente en vapulear a la derecha e
insistir en la falta de ideas de Rajoy. Tratar de hallar similitudes entre el
Tea Party republicano y la derecha española es demostrar que se conoce muy poco
el sentido político norteamericano.
El Partido Popular, así como
ciertos medios de comunicación, también quieren encontrar algunas similitudes
entre la situación actual de Barak Obama y la de Rodríguez Zapatero. Con Obama
vapuleado y Zapatero en sus horas más bajas, más un periodista y más de un
político se preguntan si lo sucedido ayer se repetirá en las próximas
elecciones municipales y autonómicas de marzo de 2011 en España. Si sucede tal
similitud, entonces lo primero que deberíamos observar sería una diferencia
patente: mientras los norteamericanos se dieron cuenta, a las primeras de
cambio, que Obama es poco más que un bluff publicitario, y decidieron poner
freno a una política que no ha dado resultados, los españoles revalidaron la
presidencia a un candidato que, durante los anteriores cuatro años de su primer
mandato, apenas demostró nada que no fuera su capacidad para el engaño, la ocultación y el animo de dividir y
fracturar la sociedad española.
Creo que hay muchas y muy grandes
diferencias entre Estados Unidos y España para tratar de comparar las
situaciones actuales de ambas naciones. Aquí prácticamente no existe tal cosa
como el individualismo necesario para que los ciudadanos se unan
mayoritariamente y exijan al gobierno que se comporte como servidor público. En
España, el presidente actual jamás ha demostrado una sincera intención de pacto
con el partido mayoritario de la oposición. Es más: ha intentado aislarlo de la
vida política y social diaria. En Estados Unidos, el presidente reconoció,
inmediatamente después de conocer los resultados electorales, que el pueblo le
ha pedido que trabaje conjuntamente con el partido contrario. En Estados Unidos
la mayoría de los electores han hecho saber a su presidente que quieren algo
más que discursos literarios presentados por un candidato que parece salido de
una serie de televisión. En España, una mayoría suficiente de votantes demostró
en 2008 que no le importaba tanto la inacción y las mentiras del presidente
frente a la crisis, como la descalificación charanguera hacia los opositores.
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Está ahora por ver si en los
próximos dos años, antes de las primarias y presidenciales, Obama podrá
recuperarse de una derrota que ha sido mucho mayor de lo que los medios
españoles dan a entender aquí. Para ello tendrá que prestar más atención a lo
que han expresado los republicanos con sus votos: Sobre todo, menos impuestos e
incentivación de la economía. Las reformas sanitarias no le importan tanto a la
generalidad de un pueblo que está acostumbrado a trabajar para pagarse sus
propios gastos sin tener que estar tan protegido por el estado como un europeo.
Los “paletos de la ultraderecha”, como gusta calificar la izquierda española a
los Tea Party, han hablado. Y la Casa Blanca tendrá que escucharles. Aquí, en la
España que puso a Obama en un pedestal de santidad laica y esplendor
planetario, Moncloa no escucha a nadie.
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