Puede elegir voz o texto
Alfredo Pérez Rubalcaba fue un hombre de partido. Lo cual, en España, casi nunca es un elogio. Fue tan
absolutamente fiel a las siglas socialistas, de las que como otros tantos arribistas
y parásitos hizo su desahogado modo de vida, que desde sus inicios en la
política nacional como portavoz del gobierno de Felipe González ya se enfangaba
en el barro de la manipulación asegurando cosas tales como que el GAL no
existía y que era una completa invención de los periódicos de la derecha para desestabilizar
al gobierno socialista.
Tanto en éste como en otros asuntos, el paso del
tiempo fue dejando en evidencia a Rubalcaba, pero, como suele suceder con los
políticos socialistas, y el ejemplo más
reciente es el del propio Pedro Sánchez, a los votantes lanares de este partido
siempre les ha importado un comino que sus líderes sean completos fraudes
andantes. Y Rubalcaba lo fue a conciencia. Un fraude para España y un aplicado
imitador de Maquiavelo.
Además
Rubalcaba era un maestro de la interpretación. Un tipo que, como ministro de Interior, era capaz de decir
públicamente aquello que ya nadie recuerda: “yo lo sé todo de todos”, al más puro estilo de Alfonso Guerra (quien años
antes presumía en el Congreso de tener dossieres de políticos rivales) para
aparecer luego en entrevistas de radio y televisión, especialmente en los meses
que lideró el PSOE tras el descalabro provocado por Zapatero, con manso
semblante, actitud dialogante y hablar dubitativo para provocar lástima en el
oyente.
En
el aire quedarán gravísimos asuntos bajo sospecha como la intervención de las
empresas Fórum Filatélico y AFINSA, que causó millones de arruinados.
Intervención en la que el gobierno socialista de Zapatero y Rubalcaba y el juez
pro socialista Santiago Pedraz, amigos todos ellos del infame ex juez Garzón, tendrían
mucho que explicar, por coincidir extrañamente en el tiempo con las maniobras
del Banco de Santander destinadas a condenar la abultada deuda del Partido Socialista.
O
el ya olvidado caso del bar Faisán; un vergonzoso chivatazo que alertó a varios
etarras de que iban a ser detenidos, en el
que ciertas investigaciones periodísticas revelaron que dicho chivatazo
procedió muy probablemente desde el Ministerio de Interior dirigido por Rubalcaba.
Pero
si hay algo que muchos españoles no olvidaremos mientras vivamos, es el nefasto trabajo de ingeniería social y
demolición de un partido adversario y de la misma sociedad española que
Rubalcaba acometió desde el mismo día de los atentados del 11M, atentados preparados para dar un vuelco en
unas elecciones generales de aquel año 2004 que, según todas las encuestas, iban a ser ganadas
por un Partido Popular que conseguiría una tercera legislatura consecutiva de
la derecha que la izquierda española y sus patrocinadores no podían permitir.
Rubalcaba
agitó a las masas hacia el pánico mediante una campaña de terror e insidia,
incluso durante la jornada de reflexión previa al día de las votaciones y que
caló tan hondo en una mayoría de votantes,
que estos dieron el vuelco electoral que llevó al poder a Rodríguez Zapatero,
iniciándose así la peor de las eras políticas que España vive aún desde los
inicios de la democracia, con las consecuencias que sufrimos a diario: Ruina
económica y moral, fortalecimiento del independentismo corrupto, mayor falta de
libertad en los medios de comunicación, abandono de las víctimas del
terrorismo, afianzamiento de las castas privilegiadas dominantes por encima de
los partidos, quiebra social definitiva y enfrentamiento entre españoles, y un largo etcétera de desastres de los que
no nos hemos recuperado ni creo que podamos hacerlo en décadas.
Por
descontado, si alguien debe rendir homenaje a Pérez Rubalcaba es el PSOE con
Felipe González y Rodríguez Zapatero al frente. Jamás semejante partido corrupto
y liberticida podrá agradecer suficientemente los servicios prestados por
Rubalcaba, quien, como manipulador e intrigante no ha tenido
rival. Las acciones de este político
profesional, más sicario de su partido que servidor de España, han perjudicado
tanto y en tantas ocasiones a nuestra nación a cambio de favorecer al Partido
Socialista, que el balance que la historia haga de este exministro y
exvicepresidente jamás podrá ser favorable a su figura pública.
Los
socialistas le homenajearán como a un gran hombre de estado. Le dedicaran calles, crearán alguna fundación a su nombre con dinero de los contribuyentes, y lo inscribirán
en sus manipulados libros de historia como un prócer y un hombre excepcional. Los
medios informativos del sistema, tanto los de la izquierda que siempre le
protegieron como los de la derecha que tanto sufrieron las maniobras
liberticidas de este intrigante y su partido, le ensalzarán casi hasta la
leyenda. Pero la realidad de la trayectoria política de este hombre ha sido mucho
más parecida a las intrigas del Cardenal Richelieu que al comportamiento de un
estadista honorable.
Ha
muerto el hombre. Ha desaparecido el
político. Pero por muchos años nos quedará seguir sufriendo las lamentables
consecuencias de sus actos.
0 comments:
Publicar un comentario
Cualquiera es libre de opinar aquí. Pero quien opine será responsable de sus palabras.