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Una de las confusas doctrinas
tradicionales de la iglesia de Roma es el elogio de la pobreza. Elogio más o
menos encubierto según haga falta para cada ocasión, pero elogio al fin y al
cabo. En su ideario, tantas veces paralelo al comunismo hasta el punto de que
en no pocas ocasiones ambas corrientes se han entendido a las mil maravillas,
como se puede ver en el caso de la teología de la liberación, los estamentos
católicos del poder han tratado durante siglos de que los feligreses acabasen
por asimilar que el hecho de ser pobre es ser bueno, y que ser rico es ser malo.
Posiblemente sea por eso que el comunismo arraigó tan fácilmente en países
tradicionalmente católicos y suficientemente deprimidos para tal fin, al
contrario de otros países de preponderancia protestante donde ese elogio de la
pobreza no es concebible.
Las recientes declaraciones
del izquierdista papa Bergoglio no denotan precisamente un cambio de actitud en
la iglesia romana. A los pobres hay que halagarlos. Hay que decirles lo que
esperan oír. Hay que sembrar en sus mentes que son mejor vistos por la iglesia
católica porque son pobres. Que son “los porteros
del cielo”. Que “son preciosos a los ojos de
Dios”. Que “necesitan a alguien que los
lleve de la mano”.
Escuchar o leer estos mensajes
de Bergoglio solo puede satisfacer a quienes se dejan llevar por el populismo
más simple. Son consignas dirigidas a un gran público que no piensa, ni lee ni
se crea ningún criterio al respecto. Un gran público que tan solo espera con
los oídos atentos a que su ídolo favorito, el papa en este caso, les alecciona
con frases acarameladas y vacías de verdadera enseñanza que les perpetúan en el
victimismo y en la complacencia de su propia pobreza porque, ser pobre, es lo
que agrada a ese dios que la iglesia romana ha desvirtuado durante siglos.
Desgraciadamente para el mundo
hispano católico la nefasta influencia de la iglesia de Roma -cuyos últimos papas promulgaron no pocas
encíclicas condenando al liberalismo y al capitalismo- lo que ha sido promovido desde esa falsa fe
cristiana, más partidaria del lamento y del victimismo, ha sido el sometimiento
a una serie de dogmas que han impedido que dichas naciones hayan logrado ser
sociedades de hombres libres e iguales.
En lugar de enseñar los
valores bíblicos del estudio, el esfuerzo, la disciplina y la constancia como
fundamentos para que los individuos y sus familias pudieran conseguir conformar
sociedades cimentadas bajo el concepto de la supremacía de la ley por encima de
los privilegios de ciertas castas, la iglesia católica ha promovido el
asistencialismo como solución a los problemas de las clases más desfavorecidas.
Un asistencialismo curiosamente semejante al de ciertas ideas totalitarias como
el comunismo y el socialismo. Ideas totalitarias que buscan dominar al
individuo mediante la pobreza y la limosna estatal, porque una sociedad
empobrecida y asistida, a la que no se le dan opciones de libertad de mercado y
de trabajo privado, invariablemente se precipita hacia la miseria económica,
hacia la ausencia de motivación y estímulo para salir de la pobreza y hacia una
mayor ignorancia de sus ciudadanos en aspectos que serían cruciales para su
propia libertad.
La estrategia católica de
aborregamiento del individuo queda bien patente cuando el máximo mandatario oficial
de la iglesia vaticana es capaz de proclamar cosas tales como “los pobres son preciosos a los ojos de Dios porque no
hablan la lengua del yo; no se sostienen solos, con las propias fuerzas;
necesitan a alguien que los lleve de la mano”, en una clara alusión a
que el colectivismo es superior moralmente al individualismo, aspecto que la
historia se encarga de contradecir una y otra vez, y que el pobre, una vez que
lo es, debe ser guiado por otras manos porque es incapaz de gobernarse.
Solo a los responsables de una
iglesia con semejantes fundamentos alejados de las Escrituras se les ocurriría
hacer tal halago a la pobreza. Sólo a una iglesia cuya doctrina social se basa
en el asistencialismo sin contrapartidas. Un asistencialismo que ejerce la
caridad sin procurar que el necesitado aprenda y practique el principio de
autosuficiencia, porque un individuo autosuficiente para sí y los suyos es más
libre y difícil de manipular.
Bergoglio, más que un líder
religioso, es un privilegiado y poderoso agente de la agenda globalista que ha
entregado definitivamente a la iglesia católica que él dirige a los planes de
destrucción de naciones enteras para beneficio particular de unos pocos.
Este papa Francisco podrá ser
defendido a ultranza por los católicos, cosa que no ocurre tanto como pudiera
parecer. Podrá investirse de una autoridad moral basada en discursos
demagógicos, buenistas y ambiguos y así engañar a ignorantes a lo largo y ancho
de este mundo. Podrá proclamar mensajes de caridad y amor al prójimo mientras
las empresas vinculadas al Vaticano se enriquecen blanqueando dinero de la
mafia. Podrá elevar la voz contra el aborto mientras calla frente a una
ideología de género que favorece a los movimientos abortistas y a las empresas
que viven de la planificación familiar
-que es como se llama ahora el fomentar no tener hijos- …empresas subvencionadas con fondos públicos. Podrá en
fin, construir un andamiaje de falsas palabras plenas de ocultas intenciones.
Podrá congregar a cientos de miles de personas para alabar la pobreza y halagar
al pobre. Pero lo cierto es que Bergoglio no es más que el representante de una
institución que ha practicado el liberticidio durante siglos, encubriéndolo con
apariencia de caridad, y llevando a naciones enteras hacia el desconocimiento
de no pocos principios bíblicos, a la
complacencia en la intolerancia y a la conformidad en la ignorancia.
La pobreza no merece un solo
halago, ni los pobres necesitan paternalismo. Es la libertad y el conocimiento
lo que trae progreso, no el asistencialismo de la sopa boba.
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