Puede escuchar el texto al final del artículo
Vivir en un país que suele
ofrecer imagen de normalidad al visitante, pero que en realidad conforma una
sociedad altamente corrupta a cualquier nivel que uno pueda imaginar, es un
hecho que convierte el denunciar un caso de corrupción en una verdadera heroicidad.
Quien no haya pasado por la
experiencia de investigar, descubrir y presentar documentación y evidencias en
una comisaría, o por el hecho de ser testigo contra corruptos, siendo
consciente de que, en cuanto todo eso estalle, uno se va a quedar prácticamente
solo, no puede imaginar hasta qué punto hace falta ser muy valiente, o muy
loco, para seguir adelante.
Porque, a partir del momento
en el que el proceso de denuncia se pone en marcha, lo que el denunciante y el
testigo pueden esperar con toda seguridad es que los corruptos descubiertos van
a usar todas sus artes para tratar de paralizar el proceso. Y si esos
denunciados son políticos de algún poderoso partido, o personas influyentes en
su ámbito, o adinerados empresarios que disponen de medios con los que el
denunciante y el testigo apenas soñarían, ambos, denunciante y testigo,
comprenderán bien pronto que, o su caso va a parar a un juzgado en el que el
juez es ciertamente independiente y honrado, o llevaran todas las de perder.
En cierta ocasión, colaborando
en un programa de radio, comenté que en una España corrupta hasta la raíz, en
la que prácticamente en cada estamento en el que uno levante la alfombra va a
encontrar basura para dar y vender, el perfil de denunciante y de testigo pasa
por reunir una serie de características de las que una es absolutamente
imprescindible: tener espíritu de kamikaze. Es decir; ser muy consciente de que
el fin más probable de la historia será el triturado y laminado del denunciante
y del testigo en su entorno laboral y en no pocas ocasiones en el personal, si
el enemigo es lo suficientemente poderoso como para contar con medios y contactos
incluso en un mundo judicial de extrañas sentencias y afortunados culpables que
suelen salir de rositas después de perpetrar grandes estafas, escandalosos
desfalcos y desvíos de dinero, descaradas compras de voluntades y hasta algún
atentado personal.
Roberto Macías |
Hoy a eso de las 6.30 de la
mañana, recibí por whastapp un link a un artículo de Moncloa en el que, además de recordar algunos sonados casos en lo que los
denunciantes acabaron arrinconados por un sistema que protege mucho más al
corrupto que al inocente, se centra en la experiencia por la que pasa un
valiente que decidió enfrentarse nada menos que al sindicato UGT Andalucía, actuando
como testigo en una investigación sobre una trama que desvelaría todo un
entramado de facturas falsas demasiado similar y familiar para quien pueda conocer
una pequeña parte de esos entresijos de sindicatos y partidos que rara vez
trascienden al gran público. Y como suele suceder en España, donde una persona
decente suele disponer de las mismas garantías legales y jurídicas que dispondría
en Zambia en caso de que decida dar un paso adelante y enfrentarse a este
maloliente sistema, el testigo, Roberto Macías, ex administrativo de la
federación andaluza de la UGT, ha sido contra-denunciado por el sindicato
presentando argumentos retorcidos que, curiosamente, un juez ha admitido a
trámite para llevar al banquillo a Macías.
El fiscal de este clarísimo caso
de contra-denuncia y persecución solicita 3 años de prisión y multa de 60.000 €
contra el denunciado testigo, por supuestos daños morales al sindicato (como si
un sindicato pudiera sufrir daños morales); sindicato que pide 4 años de
cárcel; uno más que el ministerio fiscal. Pero, afortunadamente para Macías, éste
cuenta con el apoyo que otros muchos no tuvimos
en su día, y en este caso concreto la Plataforma por la Honestidad
reclama que cese esta persecución judicial por parte de un sindicato que no
puede dar lecciones de honradez absolutamente a nadie y cuya última hazaña
consiste en haber sido investigado por posible implicación en la trama corrupta
recién sentenciada de los ERE de Andalucía.
La fiabilidad de nuestro
sistema judicial es tan incierta que no podemos prever con un mínimo de acierto
qué será del testigo Roberto Macías. Si será hallado inocente o culpable. De
momento, estamos ante otro caso en el que una persona que se las tiene que ver,
con sus propios medios, frente a una serie de sindicalistas bajo sospecha que,
a buen seguro, cuentan con el apoyo del sindicato y no habrán tenido que
desembolsar un solo € de sus propios bolsillos, con la ventaja que ello supone
al disponer del dinero del contribuyente para hacer frente a los gastos de
abogados y procuradores.
Una vez más, asistimos a la
lucha de un solitario David contra un gigantesco Goliath de recursos inagotables.
Y en una situación así, si uno está haciendo lo correcto, solo hay dos asideros
posibles a los que sujetarse para no ceder. Confiar en Dios, y esperar que el
caso caiga en manos de un juez que no se deje influenciar por abogados
tramposos, que no se deje comprar con pérfidas dádivas, y que no se deje
impresionar por amenazas. Algo no tan fácil de encontrar hoy día.
Si alguien siente curiosidad
por conocer mi experiencia personal al sentarme en el banquillo como acusado
por indeseables que esperaban tapar así sus amaños, puede acceder al siguiente link.
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