De mis escasos años de infancia y adolescencia vividos en Zaragoza, quizás el recuerdo mas entrañable del barrio donde viví es El Tubo. Aunque, cuando ya tuve una cierta edad para salir con los amigos, ya se respiraba en sus calles típicas un cierto aire de decadencia iniciada por la dejadez de los políticos y la voracidad de la especulación inmobiliaria. Algunas casas aparecían abandonadas y en estado casi ruinoso, en otras apenas había ya vecinos, y algunos bares, tabernas y comercios anunciaban sus inminentes cierres por cese de negocio.
Los viernes, sábados y domingos por la tarde El Tubo aparecía intransitable. ¿Cómo podía aquel conjunto de calles antiguas y estrechas albergar semejante gentío? Seguramente ninguna otra zona de bares de la ciudad vendía tantos bocadillos de calamares cada fin de semana. Como suele decir mi buen amigo, Don Jacinto, cada vez que charlamos de cómo arrimar mejor la bola al bolillo en algún “infartante” partido de petanca, “allí habíamos de todo”
“Habíamos de todo”. Adolescentes devorando bocatas de calamares. Militares con el traje de paseo, matrimonios que cenaban de taberna, Macarrillas con chupa de cuero, las dos o tres señoras que vendían tabaco en la calle – no las molestaba nadie, eran confidentes de la pasma – trileros a la caza del pardillo venido del pueblo a pasar un fin de semana loco...
Con el paso del tiempo la mayoría de bares, tabernas, tiendas y restaurantes fueron cerrando sus puertas. Los planes urbanísticos del ayuntamiento no avanzaban y algunas casas fueron declaradas inhabitables. Curiosamente los mas beneficiados fueron los tiburones del ladrillo, que compraron todos aquellos solares a precio de risa y en pleno centro de la ciudad. También creció desmedidamente el patrimonio de algún político, cuyo caso mas evidente, el que mas cantaba y del que las autoridades no quisieron saber nada, fue el la amante de cierto alcalde, que de tener un sueldo de dependienta pasó a ser propietaria de varios pisos y locales.
El Tubo tardó mucho en expirar. Algunas pequeñas tiendas aguantaron hasta el límite, con la esperanza de que se iniciara de una vez el proyecto de modernización de calles y edificios. Pero casi todos estos heroicos “últimos de Filipinas” acabaron por sucumbir, echar el cierre y decir adiós al barrio. Tiendas como Musical R3, donde tantos singles, maxis, LPs y relojes digitales he comprado, cerró en 2002. Otros, como el restaurante Tobajas, habían desaparecido diez o quince años antes. Mantequerías Buisán, con su magnífico escaparate de alimentos de calidad, cerró al finalizar la clausula temporal acordada entre su dueño anterior y la inmobiliaria que compró todo el bloque.
Así que el último reducto, el que resistió a la peatonalización de las calles, acondicionamientos de fachadas, demoliciones de casas y edificaciones de colmenas de apartamentos fue el Bar Texas, un pequeño y modesto local, con tantos años a cuestas como podamos imaginar, templo venerable de las madejas, los riñones, las setas al ajillo y las criadillas. No caben mas de veinte personas, ni se puede decir que el local esté decorado a la última. Entrar en el Texas es como viajar en el tiempo y retroceder a los setenta. Cuando uno se acoda en la barra para esperar una buena ración de madejas y una coca-cola, el bullicio de la gente y el ruido y olor a frito de la plancha no parece haber cambiado nada en todos estos años. Nunca fue de los que mas surtido de tapas tenía en la barra. Ni el mas espacioso. Ni el mas selecto. Pero en ninguno de los otros se podían comer unas criadillas a la plancha como en el Texas.
Parte del espíritu de El Tubo sobrevivió mas allá del Paseo de la Independencia, en la Calle Moneva. El Calamar Bravo, La mejillonera y La Nicanora atrajeron para sí todo aquél ambiente de bocadillo, tapa y banderilla. Pero si una generación de españoles tiene algun recuerdo fiel de Zaragoza, es la que gastaba sus permisos de la mili en la Calle de los Mártires y otras próximas, deambulando entre bares y tabernas, con el bocata de calamares en la mano o la ración de papas bravas esperando en la barra.
Y no lo digo yo, que era solo un chaval que estudiaba el BUP por aquél entonces. Me han hablado de El Tubo, con nostalgia, cuando he estado en Madrid, en Tarragona, en Sevilla, Barcelona, Valencia o Tenerife. Todos se acordaban de los bocatas de calamares, de las ensaladillas, las cañas, el ambiente y sobre todo, del Texas.
que buenas las madejas!
ResponderEliminaryo me acuerdo mucho del tobajas. no se comia mal. y que me dices del metropol?
ResponderEliminarY la cantidad de gente que antes de entrar al tubo se tomaban la primera caña en las vegas. que viejos somos.
ResponderEliminarSois.
ResponderEliminarNo hace falta ser "tan viejo" para recordarlo. Tengo 27 y mi padre me sacaba a pasear por esas callejuelas que a mí me resultaban alucinantes con toda aquella algarabía y sus raciones, bocadillos, tapas... bueno, que no siga que "me se cae la babica".
ResponderEliminarEstaría muy bien poder quedar un día para ir a comer madejas y cosas por el estilo.
ResponderEliminarViva la casquería!!!
Un beso para Anita