
Se siente uno descolocado. Como de otra época, otro siglo u otro mundo. Ya comenté en alguna ocasión que a los cuarenta uno ya tiene perspectiva. Que dice frases y palabras que oía de niño a sus mayores. Que hace gestos como los de su padre y que tiene las mismas entradas en el cabello.
No es que uno se sienta ya viejo, no. No es mi caso; aunque conozco a cada elemento que, teniendo cinco o seis años mas que yo, se sumerge en cada crisis existencial que le hunde hasta el cuello.
Yo no me siento viejo, porque no lo soy. Ni lo seré a los ochenta, si al buen Dios le parece bien que yo llegue hasta ahí. Tampoco me siento antiguo, a pesar del empeño de algunos en que yo lo parezca. Me siento descolocado. Fuera de lugar. Y un poco ingenuo a veces.
Considero que tengo el buen gusto de no ver el concurso de Eurovisión desde hace mucho tiempo. Y digo buen gusto porque nadie me advirtió que en este concurso poco importa ya la calidad de las canciones y prima más la reivindicación de “nosequé” y los disfraces de monstruos o de drag-queen.
La canción que ganó este año es horrible, pero la cantante es lesbiana. Lo dejó bien claro antes de participar. Se dio publicidad. Ya lo hicieron tiempo atrás unas rusas. Al tiempo que patrocinaban su canción, patrocinaban su lesbianismo. ¿Da votos lo alternativo? En Europa sí.
Está claro. ¿Cómo no lo he visto antes? La próxima vez que yo le presente un proyecto a un cliente, le haré saber que soy heterosexual. Si no funciona, insistiré, porque está visto que en esta época de relativismo moral y político imperante, el ser humano deja de ser interesante si no se define sexualmente o, por lo menos, no defiende la igualdad de los que quieren ser mas iguales que los demás. Y si el cliente me manda a hacer gárgaras – con toda la razón del mundo – le acusaré de intolerante, por lo menos.
Los que ganaron el concurso el pasado año, disfrazados de engendros y con una canción digna de garito heavy alternativo, cayeron en el olvido a la velocidad del rayo. Con la ganadora de este año, pasará lo mismo. Y con el resto de participantes, pues también. Ya viene siendo tradicional desde hace años que la calidad brille por su ausencia, para dar paso al histrionismo y a lo cutre.
Al anormal, (o anormala, o @n@rm@l, que ya no sabe uno como ser políticamente correcto), que decidió enviar a los D’Nash para representarnos, le deseo que cada mañana de su vida le despierten ellos mismos cantando la misma canción. Y si es posible, a las cinco de la madrugada mejor a las siete.
Yo, que no puedo evitar sentirme fuera de lugar, porque conocí una Eurovisión que paralizaba a Europa frente a los televisores a base de música y canciones, ya conozco el secreto para no quedar en ridículo. No sé si para ganar, pero al menos, para no dar la nota; para no parecer diferente dentro de lo diferente.
Seleccionemos en el próximo “Misión Eurovisión” a algún transexual a dorador de Satán y que se vista con el traje que ganó el carnaval de Las Palmas de este año.
Seguro que quedamos entre los cinco primeros. Al de Ucrania le fue bien.