Un talento que glosaba por igual a su Sevilla amada que a los garbanzos con espinacas, a la señora gorda con niño que molestaban en el parque o al político bocazas de turno. Un talento enorme de quien estudió ciencias químicas, pero que trabajó como ebanistero, gastrónomo, escritor y humorista. Nada menos.
Allá por 1991 vivía yo temporalmente en la Sevilla pre-Expo 92. La ciudad se preparaba con ilusión para aquella histórica exposición universal y éramos muchos los extranjeros que estábamos trabajando allí, en los preliminares. Un amigo entrañable, que me paseaba por
- Mira… ese que va por allá es Garmendia…
- Garmendia.., Garmendia… - me ensimismé, mirándolo – ¿El que habla con Carlos Herrera?
- ¡Digo! ¡El de Herrera!
Me chocó su aspecto bohemio y su barba de principios de siglo XX. Pensé que su voz tan particular le iba con el físico y su estar taciturno de aquél momento.
Coincidí con él un par de semanas después en un bar de los de toda la vida en el centro monumental de la ciudad y aunque no le abordé en el momento de reconocerle, acabamos por entablar conversación, por mi acento “del norte” que él no lograba ubicar.
Media hora de charla inolvidable con Garmendia. - ¿De Zaragoza?, hace una jartá de tiempo que no voy por allá – me dijo. Y comenzamos a hablar. Le gustaba “picar” tapas en El Tubo, pero el casco antiguo de Zaragoza estaba muy descuidado. El centro de Sevilla, mucho mas bonito.
- Saludos a Herrera y a Naranjo; y quede usted con Dios – Me despedí a lo antiguo, sabiendo como le gustaba a veces hablar como hace tiempo que no se habla.
- Vaya Usté también con Él – contestó con tono profundo, siguiendo la broma.
Pocos días después, en el programa de Herrera en la COPE, terminaba Garmendia una oda a la Expo refiriéndose a los “fuereños” que poníamos a punto todo aquél tinglado. Hablaba de un muchacho maño de escaso acento aragonés y algo rubicundo, que hablaba apasionadamente de madejas y ternasco mientras se ponía hasta arriba de aliño y pescaíto frito. Ese fue mi minuto anónimo de gloria, del que no pude presumir más que delante de unos pocos amigos y el camarero del restaurante donde comía yo un par de días o tres por semana.
- ¡Ya se lo dije ar jefe, que Garmendia te mentaba, mañico! – Me espetó el camarero desde la barra mientras me sentaba yo en mi mesa preferida.
Y nunca mas coincidí con Garmendia, pero mis oídos le fueron fieles durante todos estos años.
Hoy jueves, bien de mañana, me he enterado que se ha ido. Lo ha dicho Barbeito, a las ocho y cuarto.
He buscado en Internet unas letras que escribió para presentarse a los lectores de El Correo de Andalucía y que leí hace ya un tiempo en un libro suyo.
No se me ocurre mejor homenaje:
Nací en Sevilla; mi apellido es vasco.
Vasca mi sangre, vasca mi figura.
Temo a la gente, la cordial me apura.
La palmada en la espalda me da asco.
La hembra me enerva; le doy bien al frasco.
Soy tímido a la vez que caradura.
De cuanto di, jamás pasé factura.
Cuando me pica la ilusión me arrasco.
Creo en Dios. Uso barba, como Cristo.
Como Judas también, como el demonio.
Me gusta el mundo y me horroriza el mundo.
Soy uno más. Me canso, luego existo.
Adoro a mi mujer, me llamo Antonio,
y me muero segundo tras segundo.
Lamenté mucho la muerte del señor Garmendia,lo escuchaba con Carlos Herrera,todo un binomio de genio y arte, con un puntito de fina ironía
ResponderEliminarburlona.
Hace poco falleció mi padre,una persona con un corazón que no le cabía en el pecho,un cascarrabias a veces pero ¡Cuanto hecho de menos a esa cascarrabias! lo que siento es no haberle dicho mas amenudo ¡Te quiero! pero ya no tiene solucion.
Creo que tenemos que hacerles saber a nuestros seres queridos que les queremos, les gustará saberlo, ¡necesitan saberlo!.
Y hay que decirselo sin dilación porque la muerte a veces no avisa y la vida es breve.
¨Tempus Fugit¨
Vanessa
Se le echa de menos.
ResponderEliminarAlberto