
Estamos pagando bien caras las consecuencias de tanto ecologismo de salón y tanto slogan eco-progre-pacifista de aquellos años ochenta de mayorías absolutas socialistas.
Sabido es que una de las premisas básicas de todo gobernante populista – Felipe González lo fue en buena medida – es el uso y abuso de consignas de fácil llegada a colectivos de criterio manipulable.
Años antes, la juventud, harta de dictadura franquista pero contaminada de supuestas ideas libertarias, fracasadas en aquellos países donde habían gobernado por décadas y décadas, hacían suyos aquellos preceptos de “modernidad” que, a la vez que promulgaban una libertad fundamentada en el caos social, transmitían la necesidad de abrir la puerta a una nueva era en la que el deseo y la anarquía eran más importantes que la educación y excelencia del individuo, adornando todo ello con flores, hachís y rebeldía contra la familia y la sociedad.
Uno de aquellos baluartes contra todo fue el movimiento anti nuclear que, inevitablemente, fue asimilado con fruición por tanto izquierdista simpatizante y militante.
Como no podía ser de otro modo, cualquiera que defendiera la energía nuclear quedaba irremediablemente etiquetado como derechista rancio, antiguo y anti ecologista. La derecha española, seguramente la más acomplejada y temerosa de todas las derechas de occidente, interiorizó la culpa impuesta y dejó de defender lo que entonces, como ahora, sigue siendo la mejor alternativa energética para nuestro país, eliminando de sus idearios la defensa y la conveniencia de construir nuevas centrales nucleares.
“Nucleares no, gracias” fue una de las banderas enarboladas por el felipismo, no solo en la oposición; también en su larga etapa de gobierno de la nación. Si argumentar a favor de la construcción de nuevas presas y pantanos era algo exclusivamente de nostálgicos franquistas, pese a la necesidad de nuevas infraestructuras hídricas, pedir nuevas centrales nucleares era poco menos que de pro yankees genocidas. Y mientras la militancia izquierdista se deleitaba en la derrota del imperialismo, de su energía nuclear y de sus avances tecnológicos en materia de medio ambiente, España perdía otra oportunidad más para asegurarse la futura independencia energética necesaria para el desarrollo de cualquier país en general y del nuestro en particular.
Entretanto, los gobiernos de Estados Unidos y Europa soportaban estoicamente las manifestaciones anti nucleares de banderas ecologistas y comunistas, a la vez que seguían adelante con sus planes de construcción de nuevas centrales. En España, buena parte de la electricidad consumida se compraba a Francia, con el consiguiente incremento de costes y de facturación posterior. Pero los gobiernos felipistas no estaban dispuestos a abordar el problema, reconocido en privado, pero ignorado en público. Bastante tenían ya con ingresar a España en
No ha cambiado la izquierda desde entonces. Estamos en proceso de cierre de varias de nuestras últimas centrales, y seguimos importando electricidad francesa que, paradójicamente, se produce en centrales nucleares. Mientras el mundo avanza hacia una energía nuclear cada vez más segura, Zapatero se impone en España como el gurú de las energías alternativas que, por otra parte, no tienen la capacidad de cubrir una parte importante de la demanda de consumo. Declara a medios extranjeros que seguirá adelante con el plan de cierre de nuestras centrales, salvo “circunstancias especiales”. Lo que significa que seguiremos pagando la electricidad más cara de ahora en adelante, además de aumentar nuestra dependencia energética de otros países.
Otra paradojas más. El mayor desastre nuclear de la historia, unido a otros incidentes menores en otras centrales, se dio precisamente en Unión Soviética, que tanto había alentado, fomentado, promovido y financiado a tanto movimiento anti sistema en occidente. Miles y miles de afectados en Chernóbil siguen sufriendo las consecuencias de aquel desastre cuyo origen se debe buscar en la desidia propia de los sistemas totalitarios, en los que todo funciona de mal en peor inexorablemente.
No creo que los socialistas decidan agarrar el toro por los cuernos y replantearse el asunto. Sería como darle la razón a la derecha y se echaría encima a todos los Bardem habidos y por haber. Es mejor mirar para otro lado y mantenernos hipotecados para los restos.