
Zapatero ha fallado en sus encubiertas previsiones de derrota para nuestra selección y yo he fracasado en mi vaticinio sobre el resultado final del partido.
Ironías aparte, me alegro de la victoria española sobre Italia. No de manera exultante, ni dando por sentado que ya está el campeonato en el bolsillo, pero contento por ver, después de más de veinte años, cómo España logra saltar a las semifinales de
Hay algo que me llama poderosamente la atención es este nuevo fenómeno mediático de “la roja”, aludiendo al color de la camiseta de nuestra selección y copiando el “conceto” de otros países como México, que nombra a su equipo como “la verde”. El caso es que hoy, en un informativo de televisión en el que comentaban el ambiente tras el partido en las calles y plazas de Zaragoza, la presentadora solo ha nombrado una vez la palabra “España” y ocho veces la expresión “la roja”. Más o menos lo mismo he podido observar en los informativos de otras canales. Así que me pregunto si no estaremos asistiendo otra vez, ahora en el deporte, a otra estrategia de arrinconamiento de lo español, tal y como se ha estado haciendo con el idioma, la bandera, la historia de nuestra nación… para satisfacer a los sectores nacionalistas tan sensibles a todo lo que les recuerde que España existe a pesar de ellos.
Sobre el congreso del Partido Popular y su previsto resultado, me quedo con algunas pinceladas.
El discurso de Aznar. Me pareció magnifico en su contenido pero falto de autocrítica. O bien, si damos por sentado que muy rara vez un político ejerce la autocrítica, podemos decir que el discurso fue magnifico en su contenido, pero excesivo en el auto bombo. Tanto da. Lo que me ha quedado claro es que Aznar se atrevió a decir cosas que los demás ponentes no.
Hoy lunes Carlos Herrera, en su comentario de las siete de la mañana, ha dicho que el discurso de Aznar ha sido antipático y antiguo. No estoy de acuerdo en absoluto. Creo que ningún votante de la derecha debería olvidar los aciertos de la era Aznar, ni los errores, que también los hubo. Y sobre todo, ningún votante debería dudar que el Partido Popular no tiene por qué avergonzarse de nada, porque los gobiernos que hubo desde 1996 hasta 2004 han sido los más efectivos a la hora de gestionar un país que logró salir de una crisis hasta posicionarse en un respetado lugar internacional.
Mariano Rajoy ha cumplido su palabra y ha formado su equipo. Y, además, sigue adelante con su plan de romper con el pasado de su partido y de prescindir de quienes puedan recordarle otros tiempos que él pretende ignorar ahora. Quiere convertir al partido en una formación simpática (como ya citó en alguna ocasión) a quienes no han dudado en estos cuatro años en colaborar con los socialistas en aislar y proscribir a la derecha española mediante las campañas mediáticas mas intensas y rastreras que se recuerdan. Mala manera de atraer simpatías que en cualquier momento pueden dejarte nuevamente a los pies de los caballos. En medio de toda esta efervescencia, para mi incomprensible, de felicidad por la victoria de Rajoy (¿contra que rival?) que cierra en falso el congreso e ignora el problema de fondo de la derecha española, los agraciados por el reparto de despachos y cargos, como De Cospedal, llaman ahora a la unidad a quienes han sido apartados, despreciados y omitidos.
De modo que el discurso de Aznar me ha sonado a bronca y también a advertencia. Bronca a quienes, con Gallardón al frente pero con Rajoy como mascarón de proa, pretenden plantar la bandera en el centro izquierda sin querer reconocer que ese campo está ya ocupado, no en ideología pero sí en demagogia, por el PSOE y su facilidad histórica para arrastrar votos por medio de promesas irrealizables. Y a advertencia, porque, si los nuevos dirigentes y su recauchutado partido creen en la honestidad, que deberían tener por principio, no es el mejor modo de demostrarlo aparcando en el trastero al propio Aznar y a otros a quienes ni siquiera han nombrado en los discursos, como a María San Gil, Zaplana, Aceves, Rato… Si hablamos de principios, va a ser interesante asistir a los ejercicios de equilibrio que necesariamente tendrá que hacer el PP para seguir defendiendo ciertos principios, a la vez que se realiza ese giro político con el que sueña Gallardón y compañía. Eso, si es que se van a seguir defendiendo esos mismos principios, que chocan frontalmente con el “conceto” de progresía que algunos pretenden hacer suyo propio…
La nota pintoresca – por calificarla de una manera absolutamente contraria a lo que pienso – la puso Javier Arenas, tradicional perdedor de las elecciones andaluzas, manifestando que al partido ya no está por asuntos como el 11-M. Esto si que puede considerarse un verdadero triunfo para todo el aparato político-mediático que ha tratado de ocultar, desvirtuar y desviar la información necesaria para conocer la realidad de lo sucedido aquél terrible día. Este debe ser el verdadero motivo por el que Pepe Blanco apareció feliz en los informativos del domingo, burlándose y aconsejando a Rajoy al mismo tiempo, con su particular verbo y mala intención, tan celebrado por la izquierda que no tolera el mismo comportamiento en portavoces de otros partidos.
El punto cómico de este fin de semana lo ha ofrecido Llamazares con otra de sus impagables apreciaciones, declarando que, como PP y PSOE pretenden hacerse con el centro político, él mismo y su formación ocuparán la izquierda española. Yo no soy capaz de imaginar a nuestro particular Lenin venido a menos y líder de los escombros de Izquierda Unida, ocupando otra cosa que no sea el cuarto trastero del Congreso de los Diputados en la próxima legislatura. Pero aquí cada uno se ilusiona con lo que quiere.