
Estoy absolutamente convencido de que hay delincuentes que no desean ser “reinsertados” en la sociedad.
El vergonzoso asunto de De Juana, que se ve libre aún habiendo cometido tantos crímenes, declarándose orgulloso de ello desde que fue capturado, demuestra sin lugar a dudas que la redención de penas es un absoluto exceso de ingenuidad por parte de los legisladores, cuando se aplica a ciertos criminales. Incluso con la ley en la mano, es tremendamente injusto que semejante asesino esté ya es su casa. Injusto para la sociedad y un agravio para las víctimas.
Hay quien considera “menos humano” e incluso “reaccionario” que la pena de cadena perpetua sea aplicada a ciertos delitos. Me parece una opinión válida, dependiendo sobre todo de la intención. Pero yo estoy convencido, desde hace muchos años, que quien demuestra ser un malvado redomado (trastornos mentales al margen) no debe merecer ventajas ni tratamientos especiales, precisamente porque no lo merece y porque cuando la justicia favorece a unos más que a otros deja de ser justicia y se convierte en arbitrariedad.
La cuestión que me impulsa a plantearme de nuevo el cumplimiento completo de las condenas y la existencia de la cadena perpetua es: ¿merece De Juana estar libre? La respuesta es “no”. No lo merece. Si la justicia española fuera Justicia, De Juana saldría de la cárcel para ir directamente al cementerio, deseándole, por supuesto, una bien longeva vida para que estuviera encerrado el mayor tiempo posible. Sin privilegios y sin notoriedad.
Desgraciadamente, en esta España paraíso de demagogos y relativistas, lo que acabo de escribir me coloca, para muchos, en la extrema, rancia y reaccionaria derechona. Y a quienes así opinan y me lo hacen saber, se lo voy a poner más fácil para que sigan equivocándose.
Comentaba antes sobre la intención de ciertas opiniones. En política, en ciertos partidos más que en otros y en algún país mucho más que en otros, importa más oponerse a las proposiciones del contrario antes que buscar el bien general. Estoy convencido de lo que digo porque lo observo a diario en las declaraciones de los políticos que, como comentó hace poco Juan Antonio Gómez Marín, cada día que pasa aguantan menos un examen de hemeroteca.
Ahora, para aplacar la ira de muchos ciudadanos, el Gobierno, por boca de alguno de sus ministros, habla del cumplimiento completo de las condenas. ¿Lo hace solamente por evitar un mayor desgaste en la opinión pública, o porque realmente siente que la ciudadanía requiere una reforma de las leyes? Mi nula confianza hacia el gabinete Zapatero me inclina hacia la primera opción. Y repasar las hemerotecas, cosa que deberíamos hacer a menudo para comprobar el verdadero talante de quienes nos gobiernan, me reafirma definitivamente en lo dicho. Creo que hablan para quedar bien; para acallar bocas y tranquilizar ánimos.
Un amigo me envía el extracto de un artículo de Minuto Digital, que revela para nuestras memorias lo que el olvido de nuestros ministros oculta:
No se puede pasar por alto que entre 1986 y 1995 el PP llevó al Congreso nada más y nada menos que 9 iniciativas legislativas para favorecer el cumplimiento integro de penas por terroristas. El PSOE se negó a sacar adelante todas ellas. José Luis Rodríguez Zapatero, que actuó de portavoz socialista, en 1991, en el debate de una iniciativa del PP en este sentido, donde el PSOE votó en contra, tachó la iniciativa de “reaccionaria” y pidió al PP que no se sumara a tendencias “que parecen volver a los postulados vigentes después de
De modo que no debe extrañar a nadie que quienes defendemos el cumplimiento completo de las penas, y aún de la cadena perpetua, para los terroristas asesinos y criminales que se distinguen por su atrocidad y reincidencia, seamos tachados de fachas, cavernícolas, fascistas y proimperialistas (¿?). Hace años, durante una de mis intervenciones en un coloquio de un programa en Onda Rambla Tarragona, un oyente me reprochaba mi supuesta ambigüedad por pretender defender las libertades de los ciudadanos – a cuento de un debate sobre la libertad de expresión, de religión y de opinión – y a la vez defender mi posición en cuanto a que ciertos criminales merecen pasar el resto de su vida en la cárcel. Este oyente me tachaba de “inquisidor” por ello, sin importarle nada que mi argumento se basase en la defensa de la integridad y la libertad de quienes circulamos por las calles, expuestos a que un “reinsertado”, no arrepentido y además ensalzado como héroe por sus simpatizantes, pudiera hacerme saltar por los aires junto a diez o doce personas más. No hubo modo de hacerle entender la cuestión, porque para él la cuestión era que quien así opinaba, yo, era poco menos que un nostálgico del antiguo régimen.
La táctica de la descalificación y el etiquetado funciona con muchos; pues, para no ser calificados de ese modo, no se atreven a hacer públicas sus opiniones. O lo que es lo mismo; no se atreven a hacer oposición. Pero conmigo no resulta, porque si de algo me declaro enemigo es de la ambigüedad y la demagogia. Creo que en las circunstancias que estamos viviendo, provocadas por la ineptitud manifiesta y secular de buena parte de la clase política, no se puede funcionar con medias tintas, si lo que se pretende verdaderamente defender la libertad de los inocentes.
Defiendo la reinserción del delincuente que esté en condiciones de recibir tal beneficio, bajo un proceso tutelado por las autoridades competentes. Y defiendo el cumplimiento completo de las condenas y la instauración de la cadena perpetua en España, para quienes no merecen estar en libertad ni un solo minuto de sus vidas, sin privilegios, ni acuerdos, ni beneficios especiales.