
Fidel Castro, perdón… Daniel Ortega, no… esteee…. Ahmadineyad, digo… ¿Evo Morales…? Que no, hombre… pues será Hugo Chávez; tanto da. El caso es que el populista disfrazado de bolivariano ha ofrecido otro de sus habituales espectáculos dirigidos a calentar y satisfacer a sus partidarios.
Esta vez no ha cantado boleros, pero no habrá defraudado a sus incondicionales de dentro y fuera de Venezuela.
Cuando vi a Chávez en televisión, insultando y vociferando ante sus acólitos, recordé un documental en el que Adolf Hitler, hablando y gesticulando hasta el paroxismo, insultando, amenazando y, también, elevándose a su pedestal ideológico para demostrar a las masas que él tenía el control de la situación, utilizaba argumentos parecidos – como los de cualquier dictador – para justificar sus despropósitos.
Al margen del los improperios, que califican fielmente al anormal que Venezuela sufre sin remedio, llama mi atención uno de los comentarios de su arenga de anoche en el estado de Carabobo. Expulsa a Patrick Duddy, embajador norteamericano, asegurando al mismo tiempo que cuando haya otro gobierno en Estados Unidos, Venezuela reanudará las relaciones diplomáticas.
Hasta donde yo sé, en una relación de cualquier tipo tiene que darse una condición indispensable. Ambas partes deben desear esa relación. Así que me pregunto si realmente Chávez supone que un gobierno presidido por Obama pueda ser más permisivo con sus brabuconadas, de lo que lo sería un gabinete formado por republicanos. En muchas ocasiones, cuando se ha planteado una crisis internacional, los Estados Unidos han procurado lavar los trapos sucios dentro de casa y sus políticos se han mostrado unidos de cara al exterior.
Aunque tampoco es necesario hablar de situaciones graves; podemos recordar el desplante de Zapatero a la bandera norteamericana, hace ya unos cuantos años. Como detalle anti Bush, le quedó perfecto. Fue como un brindis a la izquierda española, a la que siempre le satisfacen este tipo de gestos contra los norteamericanos, aunque luego más de uno envíe a sus hijos a estudiar a algún colegio privado de la costa este. La demostración de que ciertos detalles no se perdonan fácilmente en los ambientes internacionales es que Obama, que vino a Europa a dejarse ver y querer, ni siquiera hizo parada técnica en España. Y, tal y como están las cosas por aquí, cualquiera hubiera hecho lo mismo en su lugar.
En España los insultos de Chávez tienen un curioso efecto. Por muy graves que puedan ser sus palabras e intenciones, el sector ultra-mega-súper-progre permanece como quien oye llover. Ni se inmuta. Prefiere estar más atento a cualquier cosa que pueda decir el expresidente Aznar, entre otros, para ver de qué manera se le pueden dar vuelta a sus palabras y crucificarlo del modo más ofensivo posible. Ya saldrá Moratinos a la palestra para convencernos de que interpretamos mal las palabras del estrambótico amigo de Evo y del rey de algunos españoles. El “por qué no te callas” acabó teniendo el valor que se le da a muchas cosas en esta sociedad; el de un tono para teléfono móvil.
Vivimos hoy otro episodio más de esta especie de descerebrado que, como argumento máximo de su política de gobierno, culpa una y otra vez al intervencionismo extranjero de los males que aquejan a Hispano América. Mientras dicho argumento baste para convencer a los partidarios de todos estos populistas, los principales escollos para el progreso de aquellas tierras seguirán estando ahí, bien presentes. Y, quizás, el mayor de todos sea, precisamente, la clase política que accede a los distintos gobiernos.
No será esta la última payasada de Chávez; y no hace falta ser adivino para asegurarlo, conociendo su trayectoria. La liga de países que él intenta alinear, cada uno de ellos con un presidente como para ponerlo en un museo del esperpento, puede complicar muchísimo el panorama en Centro América y Sur América. Y no solo de cara a Europa y Norte América, también en la propia convivencia de cada país. Por eso es terrible que, desde las tonterías al uso populista, se llegue a la confrontación civil, como resultado de haber dedicado más esfuerzo a alimentar el anti imperialismo que a resolver los problemas económicos y sociales de los ciudadanos.