
Si no recuerdo mal, nunca he escrito en mi blog que me avergüenzo de mi país, aunque no haya podido evitar sentir de ese modo en alguna ocasión, como cualquier hijo de vecino. Hoy sí voy a hacerlo, puntualizando.
La gota que colma el vaso y lo hace desbordar no tiene porque ser algo tan grave como otras situaciones y noticias que uno va almacenando en su interior. Suceden cosas tan graves en España, la mayoría de ellas tan repetitivas, que uno cree a veces que su capacidad de hartazgo es ilimitada. Pero, tarde o temprano uno tiene que saltar.
En realidad, no se trata esta vez de ETA. Ni de la crisis económica. Ni siquiera del último papelón del Presidente Zapatero fuera de nuestras fronteras. Ni el reciente, pequeño y fingido tirón de orejas de los sindicatos al Gobierno. Lo que me hoy me ha provocado indignación ha sido la historia de un oyente que ha llamado al programa de Carlos Herrera, a eso de las 9.30 de la mañana.
Dicho oyente, un empresario andaluz con un total de ciento setenta empleados entre sus varias empresas, comentaba, ante el estupor de quienes participaban en el programa, que recibió hace pocos días la visita de una inspectora de trabajo para comunicarle, directamente y sin ningún tipo de procedimiento previo, que se le iba a abrir un expediente por sexismo en ciertas prácticas de una de sus empresas, dedicada a la gestión de recursos humanos.
El motivo concreto de ese expediente era – esto es para sentarse y sujetarse bien – que en ciertos anuncios insertados en la web empresarial para ofertar puestos de trabajo existía discriminación hacia uno u otro sexo.
La inquisidora del sistema igualitario impuesto por esta progresía plagada de sectarios y sectarias (perdón, me refiero a la inspectora del ministerio de trabajo. No sé en que estaría yo pensando) especificó una serie de ofertas de empleo en las que el delito consistía en lo siguiente: en una de dichas ofertas, por ejemplo, se pedía un dependiente para una tienda; pero no se pedía dependienta. Parece ser que eso es sexismo. No importa si el cliente de este empresario prefiere contratar un hombre por el motivo que sea. No olvidemos que está en su derecho. Sexismo. En el anuncio debería haber aparecido escrito “dependiente / dependienta” y punto. La corrección igualitaria así lo exige.
En otro de los anuncios insertados en la web la oferta laboral solicitaba cubrir un puesto de trabajo con una mujer. Así lo requería otro cliente, que confiaba en el buen hacer del empresario en cuestión. De nuevo, sexismo. En este anuncio debería aparecer “trabajadora/trabajador”.
Así hasta cinco anuncios, que, muy posiblemente, le costarán a este empresario una sanción.
Esto es el colmo del despropósito. Una de tantas consecuencias absurdas de la política de igualdad que se ha impuesto en buena parte de la sociedad y que, a decir de muchos, confunde la igualdad de oportunidades con la imposición del pensamiento de partido. Mala visión de la libertad es la imposición. La libertad no puede imponerse. Ni la igualdad. Pero hay quien pretende hacerlo, aunque sea con este tipo de prácticas.
Desespera pensar que los recursos del estado se emplean para esto. Y desespera saber que, además, trasciende bien lejos. Cuando volví a casa, en la tarde, tenía un correo de un buen amigo de Miami, contándome que había oído el programa de Herrera on line y que el caso del empresario le había parecido de locos. Terminaba su comentario con una broma bien traída, por cierto. “Como el inglés no tiene género, aquí se ahorran esos problemas, además de los sueldos del ministerio de igualdad.”
La gota que colma el vaso y lo hace desbordar no tiene porque ser algo tan grave como otras situaciones y noticias que uno va almacenando en su interior. Suceden cosas tan graves en España, la mayoría de ellas tan repetitivas, que uno cree a veces que su capacidad de hartazgo es ilimitada. Pero, tarde o temprano uno tiene que saltar.
En realidad, no se trata esta vez de ETA. Ni de la crisis económica. Ni siquiera del último papelón del Presidente Zapatero fuera de nuestras fronteras. Ni el reciente, pequeño y fingido tirón de orejas de los sindicatos al Gobierno. Lo que me hoy me ha provocado indignación ha sido la historia de un oyente que ha llamado al programa de Carlos Herrera, a eso de las 9.30 de la mañana.
Dicho oyente, un empresario andaluz con un total de ciento setenta empleados entre sus varias empresas, comentaba, ante el estupor de quienes participaban en el programa, que recibió hace pocos días la visita de una inspectora de trabajo para comunicarle, directamente y sin ningún tipo de procedimiento previo, que se le iba a abrir un expediente por sexismo en ciertas prácticas de una de sus empresas, dedicada a la gestión de recursos humanos.
El motivo concreto de ese expediente era – esto es para sentarse y sujetarse bien – que en ciertos anuncios insertados en la web empresarial para ofertar puestos de trabajo existía discriminación hacia uno u otro sexo.
La inquisidora del sistema igualitario impuesto por esta progresía plagada de sectarios y sectarias (perdón, me refiero a la inspectora del ministerio de trabajo. No sé en que estaría yo pensando) especificó una serie de ofertas de empleo en las que el delito consistía en lo siguiente: en una de dichas ofertas, por ejemplo, se pedía un dependiente para una tienda; pero no se pedía dependienta. Parece ser que eso es sexismo. No importa si el cliente de este empresario prefiere contratar un hombre por el motivo que sea. No olvidemos que está en su derecho. Sexismo. En el anuncio debería haber aparecido escrito “dependiente / dependienta” y punto. La corrección igualitaria así lo exige.
En otro de los anuncios insertados en la web la oferta laboral solicitaba cubrir un puesto de trabajo con una mujer. Así lo requería otro cliente, que confiaba en el buen hacer del empresario en cuestión. De nuevo, sexismo. En este anuncio debería aparecer “trabajadora/trabajador”.
Así hasta cinco anuncios, que, muy posiblemente, le costarán a este empresario una sanción.
Esto es el colmo del despropósito. Una de tantas consecuencias absurdas de la política de igualdad que se ha impuesto en buena parte de la sociedad y que, a decir de muchos, confunde la igualdad de oportunidades con la imposición del pensamiento de partido. Mala visión de la libertad es la imposición. La libertad no puede imponerse. Ni la igualdad. Pero hay quien pretende hacerlo, aunque sea con este tipo de prácticas.
Desespera pensar que los recursos del estado se emplean para esto. Y desespera saber que, además, trasciende bien lejos. Cuando volví a casa, en la tarde, tenía un correo de un buen amigo de Miami, contándome que había oído el programa de Herrera on line y que el caso del empresario le había parecido de locos. Terminaba su comentario con una broma bien traída, por cierto. “Como el inglés no tiene género, aquí se ahorran esos problemas, además de los sueldos del ministerio de igualdad.”